Despertando a la bruja. Pam Grossman

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Despertando a la bruja - Pam Grossman Psicología

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Maud Gage Baum, se convirtieron en miembros de la Sociedad Teosófica de Chicago el 4 de septiembre de 1892. (Baum, además, empezó a plasmar sus experiencias por escrito a petición de su suegra.)

      Como muchas sufragistas, Gage también fue una abolicionista, y su hogar natal, en Fayetteville, en el estado de Nueva York, se encontraba en la ruta de ferrocarril clandestina por donde se evadían los esclavos. «Creo que nací con un profundo sentimiento de odio hacia la opresión», dicen que afirmó Gage en el Consejo Internacional de las Mujeres de 1888 antes de la recopilación de sus memorias, en las que narra que había prestado refugio a esclavos y asistido a reuniones en contra de la esclavitud.

      Las brujas buenas de Oz son una especie distinta de abolicionistas, mientras que las brujas malas habitan en dominios donde existe la esclavitud. Cuando la Bruja Malvada del Este muere al principio de la historia, la Bruja Buena del Norte le dice a Dorothy: «Tuvo a los munchkins esclavizados durante muchos años, para aprovecharse de sus servicios, tanto de noche como de día. Ahora que han quedado en libertad te dan las gracias por el favor que les has hecho…». Y la Bruja Malvada del Oeste retiene a los winkies como esclavos. Dorothy experimenta en cierto modo el esclavismo cuando la Bruja Malvada la hace cautiva: la chica se deja la piel en la cocina de la bruja trabajando durante días, y el Leon también queda preso. Lo primero que hace Dorothy cuando la bruja muere es liberar a los winkies, que declaran ese día fiesta nacional.

      Lo más relevante para la creación del concepto de «bruja buena» de Baum fue el tratado que Gage escribió en 1893 titulado Woman, Church, and State, publicado justo cinco años antes de su muerte. En la obra, Gage escribe que la subyugación de las mujeres en su época era comparable a la caza de brujas que se dio en Europa. Como escribe Gage: «Fueran cuales fueran los pretextos que justificaron la persecución de la brujería, tenemos la prueba de que la supuesta “bruja” se encontraba entre las personalidades más científicas de la época. Al haber prohibido la Iglesia sus oficios y cualquier otro método de conocimiento a las mujeres, la institución se revolvió de indignación al ver que la bruja hacía alarde de su sabiduría, y penetraba en algunos de los secretos más profundamente sutiles de la naturaleza; incluso fue tema de debate durante la Edad Media si el hecho de que las mujeres aprendieran no las predisponía a tener una capacidad adicional para el mal, porque fue por la mujer que el conocimiento se introdujo por primera vez en el mundo».

      Desde el punto de vista de Gage, llamar «brujas» a las mujeres brillantes era una manera de que la Iglesia pudiera demonizarlas y racionalizar el hecho de provocar su muerte. (O, como Lisa Simpson expondría 115 años más tarde: «¿Por qué será que cada vez que una mujer tiene confianza en sí misma y demuestra que tiene poder la llaman bruja?».)

      ¿Y de dónde sacaría Gage esta idea? Al menos en parte de La Sorcière, de Jules Michelet, obra que cita múltiples veces en los pies de nota de su libro.

      A pesar de que el texto de Gage tuvo una influencia enorme sobre el advenimiento del feminismo americano, hemos de recalcar que, como sucedió con La Sorcière, hay muchísimas inexactitudes. Sabemos que muchos de los hombres y las mujeres que fueron condenados a morir durante la caza de brujas probablemente eran de clase baja y carecían de estudios, y seguramente tampoco se contaban entre el grupo de «personalidades profundamente científicas» que ella había considerado. Gage también es responsable de haber extendido el rumor, ahora ya desacreditado, que dice que más de nueve millones de brujas fueron condenadas a morir en Europa: los eruditos han valorado la cifra entre cincuenta mil y doscientas mil personas.

      De todos modos, la nueva composición de lugar que Matilda Joslyn Gage hizo de las cazas de brujas despertó la imaginación de muchos de sus lectores, incluido el de su yerno. Si no hubiera sido por ella, L. Frank Baum nunca habría ideado el concepto de la bruja buena.

      En resumen, las huellas feministas de Gage están por todo el reino de Oz, y su legado de brujas buenas sigue siendo vital hasta el día de hoy. Como afirma Kristen J. Sollée en su libro Witches, Sluts, Feminists: Conjuring the Sex Positive, «Gage afirmó que su práctica espiritual era reclamar lo femenino divino, y fue la primera sufragista conocida que reclamó la palabra “bruja” […]. Sin Gage, las brujas todavía serían vistas solo como seres malvados en la cultura popular».

      Podría decirse que Matilda Joslyn Gage fue la Glinda original.

      En 1939, casi cuarenta años después de que se publicara el libro de Baum, la MGM produjo la película El mago de Oz, y la pregunta que Glinda hace a Dorothy, «¿Tú eres una bruja buena o una bruja mala?», nos acompaña desde entonces. La película se convirtió en un clásico por muy diversas razones, pero lo que sí hay que decir es que inoculó la idea de la bruja buena de Baum en la cultura de masas. Además abrió la puerta para que a partir de entonces entraran otras brujas de ficción glamurosas, como, por ejemplo, Jennifer, interpretada por Veronica Lake en la película de 1942, Me casé con una bruja; Gillian Holroyd, interpretada por Kim Novak en la película de 1952, Me enamoré de una bruja, y Samantha Stephens, interpretada por Elizabeth Montgomery, en la serie de televisión emitida por ABC durante la década de 1960, Embrujada. Si Michelet, Gage y Baum ayudaron a sacar a la bruja de las sombras, Hollywood las situó directamente bajo los focos.

      La versión que dio la MGM de Glinda se convirtió en la plantilla para moldear a esas brujas de la pantalla que no solo eran buenas, sino que además eran hermosas y estilosas. Billy Burke fue quien la interpretó tanto en el cine como en el teatro, la estrella que además era la esposa del legendario productor de Broadway Florenz Ziegfield Jr., conocido por ser el creador de Ziegfield Follies. Hay que decir que Burke tenía cincuenta y cuatro años cuando rodó El mago de Oz, casi veinte menos que Margaret Hamilton, que interpretó a esa bruja repulsiva llamada la Bruja Malvada del Oeste.

      En la película, Glinda y la innombrable Bruja Malvada son pura dicotomía: Glinda es una fantasía viviente, extática, como una estrella, a medio camino entre un hada y un flamenco. Su método preferido de transporte es la flotación, y cuando aparece en el interior de una burbuja de jabón reluciente, todo trinos y volantes, ya sabemos de entrada que es un ser bondadoso. Lleva un cetro de estrellas y una corona que evoca a María, la Reina de los Cielos. Glinda es poco menos que una santa. Celestial, aérea y un poco puesta en lo que se refiere a la elocución, es juvenil y resplandeciente. Es más, encarna al personaje de la madre, la guardiana, la dadora. Es la bondad en todo su esplendor.

      La Bruja Malvada del Oeste es diametralmente opuesta. Angulosa y vestida de negro, nos saluda con una cacofonía de chillidos y graznidos. Es una mujer inflamada, una criatura del fuego y del deseo, con su risa libidinosa y su deseo ferviente por conseguir los zapatos rojos. No se mueve como si flotara, sino que más bien vuela; hacia delante, como una flecha, con la escoba entre las piernas y dejando un reguero de humo tras de sí. Es un ascua viviente, toda ella libertad, velocidad y combustión. Incluso al inicio de la película, disfrazada de su doble, la mezquina señorita Gulch, va en bicicleta (una actividad bastante independiente para una mujer de los años 1930). A diferencia de su opuesto contrincante, vestida con tonos rosa y herméticamente sellada, esta bruja siente el aire en la piel mientras pedalea. Pero además es un personaje ctónico, reina de un inframundo opuesto, que vive en un castillo gris situado en lo alto de una cadena montañosa escarpada. La piel de la Bruja Malvada es de un verde espeluznante, que nos evoca cosas como el veneno, la envidia y las epidemias. Su palidez de guisante y la paleta de colores que en general ostenta nos dice que es la nauseabunda emisaria de la muerte.

      Es curioso, pero el personaje de la Bruja Malvada del Oeste representó toda una amenaza para la actriz que lo interpretó. El maquillaje verde contenía cobre y, como dice la Wikipedia sobre Oz, este elemento «era potencialmente tóxico» y solo podía quitarse con alcohol, mediante un proceso muy doloroso, ya que el antiséptico escocía mucho. A Hamilton le resultaba muy difícil comer con el disfraz puesto, y tenía que ingerir primordialmente líquidos, o si tomaba alimentos sólidos debía troceárselos una ayudante de producción.

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