Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon. Teresita García González
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Del naufragio a la salvación. Once días
El proyecto de la expedición europea era viajar, en el transcurso de un año, del Perú a China y Japón. Aunque con vientos débiles, la embarcación avanza durante cinco meses; sin embargo, una repentina calma del viento es el preludio de un fuerte vendaval que la arrastra hacia el Norte.18 El primer día muestra un plan quebrantado por la naturaleza y al grupo de europeos, perdidos en medio del océano, dispuestos a morir; condición desde la cual consideran que su única alternativa es suplicar para que surja tierra firme y un asilo para no perecer. Tras la súplica, y con varios enfermos, la expedición navega toda la noche y gran parte del siguiente día hacia lo que parece una costa, con la esperanza de hallar salvación.
La razón de la estancia en el Perú permanece oculta, así como el motivo que conduce a la expedición hacia Oriente; aunque quizá pueda advertirse el carácter de sus intereses si consideramos que entre sus pertenencias contaban con una pequeña carga de mercancías.19 Esto es importante, porque nos ayuda a dotar de cierta identidad a quienes quedarán eclipsados por la prosperidad de la isla. Hay que agregar que si bien las espesas nubes que motivan la esperanza de salvación se presentan repentinamente al atardecer del segundo día, la naturaleza de esta salvación se clarifica poco a poco en los siguientes nueve. Seis de éstos se caracterizan por la incertidumbre y la obediencia; mientras que en los tres restantes reinan los discursos del gobernador de la Casa para Extranjeros.
En el tercer día, también al atardecer, aparece tierra llana, luego el puerto de una ciudad “muy agradable a la vista”. El arribo a ella es al mismo tiempo el encuentro con costumbres precisas acerca del trato hacia los extranjeros, entre las que destaca la prohibición de desembarcar inmediatamente. El encargado del recibimiento es un dignatario que porta una especie de vara de justicia y se hace acompañar de al menos siete personas, quienes comunican la prohibición mencionada con gestos y señales. El dignatario tampoco emite palabra alguna, se limita a entregar al principal de los náufragos un rollo de pergamino que expresa –en hebreo y griego antiguo, latín escolástico y español–;20 la orden de no pisar tierra firme y alejarse de la costa en un plazo de dieciséis días, pero con la clara posibilidad de obtener más tiempo.21 Como sabremos después, el propósito es que los náufragos, lo mismo que todo extranjero que llegue a la isla, permanezca en ella para siempre. La tarde del tercer día es de paradójicas experiencias: en primer lugar, sobreviene un presagio de ventura tras el recibimiento por parte de cristianos, que enfatizan su piedad al ofrecer auxilios suficientes a los infortunados; presagio que contrasta con la aflicción derivada de las órdenes recibidas. En segundo lugar, encontramos la especificación de que aproximadamente tres horas después del recibimiento llega hasta ellos un hombre calificado como extremadamente venerable, acompañado de cuatro personas, entre quienes se encuentra un notario, encargado de testificar la cristiandad de los recién llegados. La comitiva, manteniendo siempre una sana distancia, solicita un emisario, con la extraña finalidad de obtener por parte de los extranjeros el juramento de no haber cometido asesinatos ni actos de piratería en, por lo menos, los últimos cuarenta días. Extraña finalidad, sobre todo por la confianza que se muestra en la palabra de extranjeros recién llegados. Por supuesto, éstos no se niegan a tal juramento, y aclaran que la enfermedad que sufren algunos de sus hombres no es de naturaleza contagiosa. ¿Qué forma de cristiandad es la de propios y extraños, cuando la preocupación de los primeros es en realidad no poner en peligro la sanidad de la isla, y la de los segundos es hacer lo políticamente conveniente? Aun cuando en el encuentro la pregunta central es: “¿Sois cristianos?”, el juramento ha sido desacralizado, y la piedad ha cedido el paso a la humanidad.
Durante los siguientes dos días se lleva a cabo el traslado y la instalación de los europeos en la isla. No por la tarde, sino antes de las seis de la mañana del cuarto día, el hombre del bastón va hacia los llamados a sí mismos “desventurados extranjeros”, acompañado de un sirviente, quien será el que guíe a los marineros hasta la Casa para Extranjeros. El orden es extremo: en primera instancia se permite el arribo a la ciudad sólo a seis de los náufragos, después al resto; los primeros atraviesan tres calles de la ciudad, con gente congregada a ambos lados en actitud de bienvenida. Ya en la Residencia, encuentran cuatro principales habitaciones preparadas para los cuatro principales hombres de la expedición,22 quince cámaras más para los restantes treinta hombres que no estaban enfermos, pues para éstos –diecisiete en total– había lugar en la enfermería, que contaba con cuarenta celdas. Afecto y respeto son la constante en la bienvenida a los seis hombres, la cual concluye con una cena que hace decir a los ahora huéspedes: “Dios, sin duda, mora en esta tierra”.23 Una expresión que resulta vacía siempre que nos percatemos de que la vista de los europeos está puesta en lo agradable de las calles, en el rico vestuario de los dignatarios, en la limpia y lujosa construcción de la Casa para Extranjeros, y en la exquisita cena que les es ofrecida: infinitamente mejor que cualquiera que hubiera disfrutado el narrador en los mejores colegios europeos. Estos encantos merman la importancia de una nueva orden: enclaustramiento total por tres días. En el primero de estos días, quien narra convoca a todos sus compañeros con el objeto de considerar su situación, que en principio compara con la que vivió Jonás. Una comparación que provoca desconcierto incluso a quienes no somos doctos en la sabiduría veterotestamentaria, pues la comparación inmediata no es entre los tres días que vivó el profeta dentro del vientre de una ballena –como parte de un plan dispuesto por Dios– y los tres días que tendrán que vivir los europeos en el interior de la isla; la comparación es entre el estado de Jonás tras ser lanzado del vientre de la ballena y el que viven ellos al ser lanzados del seno del océano a tierra. Implícitamente es el reconocimiento de que el verdadero encierro lo vivieron en el mar, y que es la gracia divina quien les trajo a Bensalem. No obstante, el narrador agrega que la liberación respecto del océano trae un nuevo peligro, cifrado en la oscilación que viven entre la vida y la muerte, entre el viejo y el nuevo mundo. Lo que en la historia bíblica es salvación de un alma arrepentida por querer alejarse de dios, en la historia baconiana es liberación que acarrea un nuevo peligro; para escapar de éste, no hay ofrecimiento alguno de oración o de sacrificio, sólo la recomendación de mantener ocultos los propios vicios y debilidades, lo cual explica por qué los europeos pasan tres días de tranquila y alegre espera. En las palabras con las cuales concluye el discurso de amonestación observamos que se avoca la salud del alma y la del cuerpo; sorprendentemente la gracia ya no se espera de dios, sino de la ciudad de Bensalem. “Por el amor de Dios y la salud de nuestras almas y cuerpos, comportémonos de tal modo que seamos dignos de Él y encontremos gracia a los ojos de este pueblo”.24
En el noveno día, pasados los tres de encierro, se precisa el cuadro de salvación, enmarcada con la visita del gobernador de la Casa de Extranjeros, un sacerdote cristiano ante quien los europeos se muestran humildes y sumisos. La nueva buena –dada a seis de los huéspedes cristianos– es que el Estado les concede, en principio, seis semanas más en la isla. La noticia va acompañada de una advertencia: ninguno de ellos puede alejarse más de legua y media sin permiso especial. ¿Tuvo éxito el recato de los europeos durante su encierro? Lo cierto es que la licencia concedida está amparada en la legislación bensalemita. Por otra parte, el gobernador informa que durante treinta y siete años la región no había recibido extranjeros, de suerte que la inmejorable economía de la Residencia puede atender cualquier petición posible a cambio de amor fraternal y la salud de almas y cuerpos. La salvación queda definida como nobleza y liberalidad que no dejan nada que desear. ¿Quién querría alejarse siquiera una milla de “este feliz y santo territorio”?25
La importancia de los siguientes dos días puede comprenderse porque el gobernador de la Casa de Extranjeros da respuesta a dos principales cuestiones que inquietan a los europeos: la conversión de Bensalem y la causa de su ocultamiento para el resto del mundo. A las diez de la mañana del décimo día, los ahora fieles servidores de la isla reciben nuevamente al gobernador de la Residencia,