Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon. Teresita García González
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Entre otras cosas, las leyes de Saloma limitan prudentemente los viajes de Bensalem. El sentido de la prudencia se aclara cuando el gobernador afirma que, mediante sus viajes al extranjero, la isla obtiene todas las ventajas posibles, pero siempre evitando cualquier daño. ¿Cómo es posible esto? La legislación salomaica hubiera permanecido como anhelo si el Rey no hubiera llevado a cabo el acto más notable de su reinado: la creación e institución de la orden llamada Casa de Salomón, en honor al rey de los hebreos, de quien Bensalem posee parte de las obras que Europa ha perdido. Esta Casa, dedicada al estudio de las obras y criaturas de Dios es, en palabras del gobernador, luz del reino, así como la más noble de las fundaciones que han existido en la Tierra. Saloma aprendió de los hebreos que Dios creó el mundo y todo lo que él contiene en seis días e instituyó esa Casa, también llamada Colegio de las Obras de Seis Días, para el estudio de la verdadera naturaleza de todas las cosas, con el propósito último de “que Dios recibiera mayor gloria en sus obras y los hombres más fruto en el empleo de ellas”.32 La institución del Colegio es fundamental para las leyes referentes a los viajes al extranjero, pues junto a la prohibición de navegación hacia aquellos lugares que no estaban bajo su corona, Saloma dictó la disposición de enviar cada doce años dos naves fuera del reino. En cada una de ellas parte una comisión de tres individuos de la Casa de Salomón con la misión de traer informes del estado y asuntos de los países que se les indican, sobre todo de las ciencias, artes, fabricaciones, invenciones y descubrimientos. También deben traer libros, instrumentos y modelos de todas clases. El relato detalla que, tras dejar en tierra a los viajeros de la Casa de Salomón, los barcos regresan y aquellos deben permanecer doce años, hasta la llegada de una nueva misión. Los barcos llevan como carga provisiones y riquezas, las cuales se quedan en manos de los viajeros para comprar todo lo necesario y también para usarlas como recompensa.33
A estas leyes, ocultas durante aproximadamente diecinueve siglos, debe unirse la conocida prohibición a todo bensalemita de aceptar recompensa por parte de extranjeros, no precisamente por una política anticorrupción, sino para evitar cualquier posibilidad de que se revelen los secretos de la isla. El gobernador guarda silencio sobre los medios que utilizan los viajeros para no ser descubiertos, así como sobre los sitios designados para estos viajes, el lugar donde se reúnen las otras misiones y los probables resultados de la experiencia.
¿Qué es Bensalem? Para los europeos un lugar inimaginado que provoca el olvido del viejo mundo; para el judío circunciso que aparecerá más tarde, la imagen de Bensalem es un inmaculado querubín. Pero los discursos del gobernador descubren una antiquísima ciudad cuyo poder, resultado de la política de dos grandes reyes, es inconmensurable. Altabín consolida la isla como una potencia comercial, naval y bélica. A pesar de que la memoria colectiva hace de Altabín un rey clemente, es difícil recurrir a causas que no estén relacionadas con un afán imperial para explicar de qué manera la isla logró sobrevivir a guerras, calamidades naturales y cambios de la fortuna; mientras el resto de las naciones, política o literalmente, desaparecían. La clemencia del primer rey de Bensalem resulta más bien soberbia,34 una pasión que heredan sus actuales gobernantes, pues así como Altabín perdona a sus enemigos tras un juramento de paz, los europeos son acogidos en la isla tras un juramento igualmente cuestionable.
La grandeza del rey sabio y guerrero transciende más de diez siglos; su sucesor, Saloma, considerando que Bensalem es un reino feliz, implementa una política de aislamiento con leyes que tienen como finalidad mantener al reino en su pureza. La legislación de Saloma es reconocida por súbditos y sucesores como humana, prudente y justa; aunque la prudencia es entendida como conveniencia y la justicia más bien como sumisión voluntaria. Hay que enfatizar que las virtudes que desde Saloma definen a Bensalem encuentran en la prosperidad material una condición sine qua non. Esta afirmación parece contradecir el pasaje en el cual leemos que a partir de Saloma, y siendo la isla por demás autosuficiente, el comercio con otras naciones no es por metales o comodidad material alguna, sino sólo por adquirir la luz, medio por el cual puede a su vez adquirirse el conocimiento de todas las partes del mundo; no obstante, sabemos que la finalidad última no es el avance del saber, sino ofrecer sus frutos al género humano.
La expresión “tierra de ángeles” se vuelve en este punto altamente significativa. Bensalem, potencia antigua, basta en conocimientos históricos, poseedora de la historia natural salomónica, así como de todos los libros sagrados; ciudad que con propósito humano concentra los saberes y experiencias de secretas naciones es, para los europeos cuyo proyecto ha fracasado, el reino del cielo en la tierra. Durante escasos once días hemos visto a un representativo grupo de hombres pasar de náufragos a extranjeros, luego de huéspedes a fieles servidores. Al iniciar el segundo relato, ellos confiesan al gobernador que oírle hablar significa olvidar peligros pasados y futuros;35 al concluir, los diez hombres que le escuchan están atónitos. Los frutos de la legislación salomaica se manifiestan una vez más, tras mil novecientos años, en las siguientes palabras: “Viendo ya que no había peligro para nosotros y considerándonos como hombres libres, empezamos a vivir con la mayor alegría posible […] De continuo encontrábamos muchas cosas bien merecedoras de observar y relatar, pues desde luego, si hay en el mundo un espejo, digno de cautivar los ojos de los mortales, es este país”.36
¿Ciudadanos de Bensalem?
Si el develamiento de la isla significa olvidar peligros pasados y futuros, el curso del tiempo carece de importancia. Quizá por esto los tres relatos que integran la última parte de la Nueva Atlántida no precisan el día en que acontecieron. Desconocemos si son hechos registrados durante las seis semanas ofrecidas a los europeos para permanecer en la isla, o si se dan cuando ellos se asumen como miembros del “nuevo mundo”. Esta última conjetura prospera cuando advertimos que son narraciones de cuestiones que requieren como condición el trascurso de un tiempo considerable, como la amistad que el narrador entabla con el judío, y el descubrimiento del mayor secreto de la ciudad.
Para nuestro propósito es imprescindible analizar estos relatos, pues ellos completan el carácter de Bensalem, así como la legislación que lo hace posible, ahora a cargo de los padres de la Casa de Salomón, sucesores de Saloma. Solo entonces estaremos en condición de cuestionar la comprensión baconiana sobre la mejor forma de vida política.
Acerca de la llamada Fiesta de la familia es importante señalar que es un acontecimiento referido al narrador por dos de sus compañeros, lo que sin duda genera distancia respecto de los lectores. Es una fiesta pagada por el Estado en honor del padre de familia que llega a reunir vivos treinta descendientes, todos de una misma esposa y mayores de tres años. El festejado, llamado Tirsán, es atendido durante dos días previos al festejo por sus amigos, familiares y el gobernador de la ciudad, mientras investiga el estado de la familia y toma las medidas necesarias para enderezar aquello que no marcha por buen camino. El gobernador pone en ejecución su autoridad, aunque la veneración y el respeto con que se acatan las disposiciones del Tirsán no hacen necesaria su actuación. El orden de la celebración es exhaustivo: el Tirsán entra, después del servicio