Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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ahogada.

      –Las cosas no fueron así, Boone. Ella no pensaba eso, lo que pasa es que tenía la cabeza llena de sueños absurdos. Sintió la necesidad de marcharse de aquí y ponerse a prueba, de ver lo que podía llegar a conseguir por sí misma.

      –Esa es tu opinión, yo lo vi de otra forma. Será mejor que dejemos de hablar de Emily, tú y yo hemos conservado nuestra amistad porque hemos dejado ese tema a un lado. Ella forma parte de tu familia y la quieres, es normal que la defiendas.

      –Tú también eres de mi familia, o como si lo fueras –afirmó ella con vehemencia.

      Boone sonrió al escuchar aquello y admitió:

      –Sí, siempre has hecho que me sienta como uno más de los vuestros. En fin, deja que haga esas llamadas, a ver lo que puedo hacer para dejar este sitio listo antes de que vengas. Te conozco y sé que querrás encender la cafetera y abrir las puertas en cuanto vuelvan a darte la luz, pero te advierto que puede que tarden un par de días. Quizás deberías plantearte quedarte con Gabi hasta que esté todo arreglado.

      –No, tengo que estar ahí –le contestó ella con determinación–. No voy a conseguir nada quedándome aquí sentada de brazos cruzados, yo creo que podremos arreglárnoslas con el generador que instalaste después de la última tormenta.

      –Comprobaré si está funcionando, y revisaré las neveras y la cámara frigorífica para ver si no se ha echado a perder la comida. ¿Necesitas que haga algo más antes de que vuelvas?

      –Si Tommy te da un presupuesto razonable para lo del tejado, dile que puede ponerse manos a la obra.

      –El precio será razonable, tienes mi palabra. Y serás la primera de su lista, ya te he dicho que me debe un favor.

      –Muy bien, te veo mañana. Gracias por ir a echarle un vistazo a mis cosas.

      –Los miembros de una familia se apoyan los unos a los otros.

      Esa era una lección que había aprendido de Cora Jane, ya que dar apoyo y comprensión era algo que no entraba en la forma de ser de sus padres.

      Después de colgar, no pudo evitar preguntarse si llegaría el día en que no lamentara que el vínculo que le unía a Cora Jane y a la familia de esta no fuera uno mucho más permanente.

      Emily tardó dos días de lo más frustrantes en completar el trayecto desde Colorado hasta Carolina del Norte. Para cuando aterrizó por fin en Raleigh en un día despejado en el que no quedaba ni rastro del mal tiempo que había afectado al estado entero dos días atrás, las horas que había perdido en los aeropuertos no la fastidiaban tanto como el hecho de saber que Gabi estaría esperándola con el consabido «Ya te lo dije»… pero al salir del aeropuerto con su equipaje de mano era Samantha, su hermana mayor, quien estaba esperándola y la recibió con un fuerte abrazo.

      Aunque unas enormes gafas de sol a la última moda le ocultaban gran parte del rostro y llevaba el pelo, un pelo con unas mechas que realzaban su color, recogido en una cola informal, saltaba a la vista que era alguien famoso. Emily nunca había llegado a entender cómo era posible que Samantha siguiera pareciendo una modelo de revista aunque llevara unos vaqueros viejos y una camiseta. La verdad era que su hermana tenía un aire innato de famosa, a pesar de que en su carrera como actriz nunca había alcanzado el éxito que ella esperaba.

      –¿Dónde está Gabi? –le preguntó, mientras miraba a su alrededor.

      –Adivínalo, te doy tres oportunidades –le contestó Samantha.

      –La abuela se ha empeñado en volver a casa.

      –¡Lo has adivinado a la primera! Hizo las maletas en cuanto dieron luz verde para que los residentes volvieran a la zona. Gabi logró retenerla un día entero, pero al final se rindió y le dijo que vale, que podía ser tan terca como una mula vieja si quería, pero que no iba a dejarla ir sola. Se han ido esta mañana a primera hora, y a mí me ha tocado hacer de chófer y venir a buscarte.

      –¿Te acuerdas de conducir?, hace mucho que vives en Nueva York.

      Su hermana se limitó a enarcar una ceja, pero le bastó con ese gesto para dejar claro lo que opinaba de su sentido del humor. Eso era algo habitual al tener a una actriz en la familia. Samantha podía comunicar más con una sola mirada que muchos con toda una diatriba, y Emily había recibido un montón de esas miradas a lo largo de los años.

      –No empieces, Emily. He conseguido llegar hasta aquí, ¿no?

      Emily señaló con un gesto de la cabeza el coche que había a un lado.

      –¿Es el que usaste para venir desde Nueva York, o ese quedó hecho chatarra y has tenido que alquilar este otro?

      –No tienes ni pizca de gracia –al ver la pequeña maleta que llevaba en la mano, le preguntó–: ¿Eso es todo lo que traes?

      –Estoy acostumbrada a viajar con poco equipaje. Estaba en Aspen por asuntos de negocios cuando me enteré de lo de la tormenta, no tuve tiempo de volver a Los Ángeles a por más cosas.

      –¿Traes algo para ponerte a limpiar y a fregar? No te imagino limpiando el restaurante con tus zapatos de marca. Esos son unos Louboutin, ¿verdad? Siempre has tenido gustos caros.

      Emily sintió que se ruborizaba y se puso a la defensiva.

      –Trabajo con gente que está obsesionada con la ropa cara, pero te aseguro que trabajo duro cuando estoy renovando una casa –suspiró antes de admitir–: Pero tienes razón, no traigo ropa adecuada para ponerme a limpiar. Mi viaje a Colorado iba a ser corto, fui para conocer a un nuevo cliente. Supongo que tendré que comprarme unos cuantos pantalones cortos y varias camisetas en algún sitio. ¿Y tú qué? Siempre vas de lo más elegante, ¿a qué vienen esos vaqueros viejos y…? –abrió los ojos como platos, sorprendida–. ¿Es esa la vieja sudadera de Ethan Cole?

      Samantha se puso roja como un tomate.

      –Estaba en el ático de Gabi, dentro de una caja llena de ropa vieja. Agarré lo primero que vi que me quedaba bien.

      –Esa sudadera no te queda bien, tú tienes seis tallas menos. Pareces una adolescente de catorce años loquita por el capitán del equipo de fútbol –Emily sonrió de oreja a oreja al añadir–: Espera, pero si eras justo así… aún te recuerdo allí, sentadita en las gradas, mirándolo encandilada y llena de esperanza…

      –Supongo que sabes que, como sigas así, es muy posible que no llegues viva a Sand Castle Bay. Seguro que encuentro algún lugar desierto de la carretera donde deshacerme de tu cadáver.

      –Vaya, qué forma tan bonita de hablarle a tu hermana pequeña. Siempre me decías que me querías, incluso cuando me comportaba como una pesada insoportable.

      –Te quería en aquel entonces, no hay quien pueda resistirse a una chiquitina preciosa con unos mofletitos regordetes –afirmó Samantha, sonriente–. Pero ahora ya no te quiero tanto.

      Mientras iban en dirección este por la carretera, el buen humor de Emily se esfumó.

      –¿Se sabe si ha habido muchos daños? –le preguntó a su hermana–. ¿Con qué se va a encontrar la abuela cuando llegue al restaurante?

      –Boone le dijo que el edificio sigue en pie, aunque entró mucha agua. Van a hacer

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