Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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inapropiado e inesperado seguido de inmediato por un intenso pánico. Descubrir que no era inmune a aquel hombre sabiendo que él estaba fuera de su alcance era muy distinto a darse cuenta de que estaba disponible. ¿Por qué había tenido que enterarse de eso? ¡No tendría que haberse enterado de eso!

      Lo último que necesitaba en su vida, una vida muy ajetreada y con una agenda de lo más apretada, era sentir algo por Boone Dorsett, el hombre al que había dejado atrás de forma más que deliberada.

      La mirada de Cora Jane se posó de inmediato en Emily al verla entrar junto a Samantha en la cocina. Le bastó con ese somero vistazo para darse cuenta de que su nieta estaba demasiado delgada y tenía el rostro demacrado, así que no dudó en evaluar que seguro que había estado trabajando demasiado duro y que no se tomaba el tiempo necesario para cuidarse.

      El rápido vistazo le bastó también para ver el rubor que le teñía las mejillas y el brillo que había en sus ojos, y, como estaba convencida de que ambos se debían a Boone, se apresuró a girarse para que sus nietas no vieran la sonrisa de satisfacción que no podía contener. Le habría encantado haber presenciado el primer encuentro de la pareja después de tanto tiempo, pero con ver la cara de Emily le bastaba para saber que sus esperanzas se habían cumplido y todo había ido de maravilla.

      –Cariño, hacía mucho que no venías a casa –le dijo, antes de abrir los brazos.

      Emily se acercó a darle un fuerte abrazo.

      –Ya lo sé, lo siento. Siempre estoy pensando en venir, pero el tiempo vuela.

      –Ahora ya estás aquí, eso es lo que importa –Cora Jane miró a Samantha, Gabi y B.J., que estaban sentados alrededor de la mesa, y sus ojos se empañaron de lágrimas–. Estáis las tres. No sabéis lo que significa para mí que lo hayáis dejado todo a un lado para venir hasta aquí.

      –¿Por qué te extrañas? –le dijo Emily–. Esa es una lección que tú misma intentaste inculcarnos, ¿no? Que uno siempre tiene que apoyar a su familia. A ver, ¿se puede saber qué estás haciendo aquí, cocinando? A juzgar por cómo está el comedor, tendríamos que estar todas fregando el suelo de rodillas.

      –Está haciéndome tortitas –le explicó B.J.

      Cora Jane vio el momento en que su nieta se dio cuenta de quién era el niño. El pequeño era la viva imagen de Boone, así que estaba claro que era su hijo. El rostro de Emily reflejó por un instante lo impactada que estaba, pero logró sonreír y dijo, con voz suave pero un poco trémula:

      –¿Quién es este caballero que ha conseguido que mi abuela le haga tortitas?

      –Soy B.J. Dorsett –le contestó el niño, muy formal–. Boone es mi papá y yo ayudo mucho aquí. ¿Verdad que sí, señora Cora Jane?

      –B.J. es el mejor ayudante del mundo, y lo de las tortitas me ha parecido muy buena idea. A todos nos vendrá bien un buen desayuno antes de empezar a adecentar este sitio.

      –Apuesto a que la has convencido de que te las haga con forma de Mickey Mouse.

      Al niño se le iluminaron los ojos al oír el comentario de Emily, y le contestó sonriente:

      –¡Sí, son mis preferidas!

      –Las mías también, desde siempre.

      –¿Cómo es que no te había visto nunca por aquí? –le preguntó el pequeño, perplejo–. Gabi viene a veces, pero Samantha y tú no habíais venido nunca.

      –Es que vivimos muy lejos –intentó justificarse ella, ruborizada–. Samantha vive en Nueva York, es actriz y siempre está muy ocupada.

      B.J. miró a Samantha con los ojos como platos, y se quedó boquiabierto al reconocerla.

      –¡Te he visto en la tele! Eres la mamá en el anuncio de mis cereales preferidos –alzó el puño en un gesto victorioso antes de añadir–: ¡Lo sabía! ¡Qué pasada! ¿Dónde más has salido?

      –En un montón de cosas que seguro que no habrás visto –le contestó Samantha–. En un par de obras de teatro de Broadway, una telenovela, y varios anuncios más.

      B.J. estaba tan entusiasmado que empezó a dar saltitos en la silla.

      –¡Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos del cole! Señora Cora Jane, ¿lo sabe mi papá? ¡Voy a contárselo!

      –Espera un momento, tu desayuno está listo –le dijo ella, consciente de que Emily parecía un poco molesta al ver el entusiasmo del niño al conocer a una actriz famosa. Estaba claro que la rivalidad que siempre había existido entre sus dos nietas seguía vigente.

      Después de poner platos con tortitas, huevos y beicon delante de todos y de servir más café, se sentó a la mesa y le comentó a B.J. que Emily había trabajado para varias estrellas de cine, con lo que logró que el niño centrara de inmediato toda su atención en dicha nieta.

      –¡Ostras! ¿a qué te dedicas?, ¿con quién has trabajado? ¿Conoces a Johnny Depp?

      Cora Jane era consciente de que a Emily no le gustaba hablar de sus clientes famosos, pero sabía que tenía que lograr que su nieta volviera a ser el centro de atención en ese momento. Un niño podía ser muy voluble con sus afectos y, por muy ridículo que pudiera parecer, estaba convencida de que B.J. podía ser la clave para que Emily y Boone se reconciliaran. Al niño le hacía falta una madre. Sí, Boone estaba esforzándose al máximo y no estaría de acuerdo con ella en eso, pero durante aquella hora había visto cómo respondía B.J. al ser el centro de atención de sus nietas.

      A lo largo de los años, había tenido la suerte de que las tres niñas pasaran con ella casi todos los veranos, y habían estado más unidas que muchos otros abuelos con sus nietos. A lo mejor eso se debía en parte a que no se había entrometido demasiado en sus vidas. Les había dado consejos y algún que otro empujoncito en la dirección correcta cuando había sido necesario, claro, pero por regla general había dejado que ellas cometieran sus propios errores y tomaran sus propias decisiones.

      El problema radicaba en que, a esas alturas de la vida, ninguna de las tres parecía interesada en echar raíces. Todas tenían logros profesionales de los que enorgullecerse, pero ninguna de ellas tenía una vida; al menos, lo que ella consideraba que era una vida de verdad.

      Las cosas tenían que cambiar. Ninguna de sus tres nietas se había criado en Sand Castle Bay, pero el tiempo que habían pasado allí les daba derecho a considerar que aquel lugar era su hogar.

      Se limitó a observar en silencio mientras B.J. bombardeaba a Emily con un sinfín de preguntas sobre Hollywood, preguntas a las que su nieta fue contestando con paciencia y una sonrisa en los labios.

      –¿Y en Disneyland?, ¿has estado allí? ¡Apuesto a que has ido mil veces!

      Emily se echó a reír.

      –Siento decepcionarte, pero no he ido nunca.

      El niño la miró atónito.

      –¿Nunca?

      –No.

      –¡Pues puedes venir con papá y conmigo! –exclamó él con entusiasmo–. Él me prometió que me llevaría, y nunca rompe sus promesas.

      Emily

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