Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods
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–Cora Jane y él tienen una relación muy estrecha, ¿no lo sabías?
–¿Cómo iba a saberlo?, nadie me cuenta nada –nada relevante, como el hecho de que su propia abuela y el hombre que había sido su perdición, don Boone Dorsett, fueran amiguitos del alma.
Su abuela siempre había tenido debilidad por él. Boone le había caído bien desde el principio, desde que ella había empezado a aparecer con él por casa cuando ambos tenían catorce años. Ella se había enamorado de un chico malo y desafiante que parecía estar abocado a meterse en problemas, pero su abuela había visto a un muchacho que se rebelaba contra unos padres que se comportaban con total indiferencia, había visto potencial y había tenido el acierto de ayudarle a desarrollarlo… aun así, lo normal habría sido que cortara ese vínculo al ver que su nieta terminaba su relación con él, ¿no? Aunque solo fuera por solidaridad con ella…
En cuanto la idea tomó forma en su cabeza, se dio cuenta de lo absurda que era. A diferencia de ella, su abuela sería incapaz de abandonar a Boone; de hecho, aunque nunca le había dado su opinión al respecto, estaba claro que no aprobaba en absoluto que ella hubiera elegido su carrera profesional por encima del hombre del que todos sabían que estaba enamorada.
–¿Qué es lo que pretende Boone? –le preguntó a Samantha con suspicacia.
–¿Qué quieres decir?, yo no creo que pretenda nada en concreto. Cora Jane dice que la ha ayudado mucho con el restaurante, no sé nada más.
–Si Boone está ayudando tanto, es porque quiere algo.
Lo afirmó con convicción, porque sabía por experiencia propia que él siempre andaba detrás de algo. En su momento había dicho que la quería, pero, cuando ella le había dicho que necesitaba tiempo para poder explorar un poco de mundo, él no había tardado ni diez segundos en casarse con Jenny Farmer. Lo último que había sabido de ellos era que tenían un hijo, ¿qué había pasado con el supuesto amor eterno que había jurado sentir hacia ella? Sí, ella se había marchado, pero había sido él quien había cometido una profunda traición de la que ella jamás había podido recobrarse por completo.
–Seguro que quiere apropiarse del Castle’s by the Sea.
Era una acusación muy seria, pero la posibilidad de que él pudiera haber tenido algún motivo ulterior para querer conquistarla era algo que se le había ocurrido en más de una ocasión durante aquella dolorosa época; al fin y al cabo, ¿qué otra explicación podía haber para que él se casara con otra poco después de que ella se fuera? El amor verdadero no podía ser tan voluble.
–Apuesto a que está deseando que este huracán sea la gota que colme el vaso, y que la abuela decida venderle a él una propiedad tan bien situada.
Samantha le lanzó una mirada llena de ironía antes de comentar:
–Sabes que Boone es propietario de tres restaurantes que funcionan de maravilla, ¿no?
Aquello la tomó por sorpresa.
–¿Tres?
–Sí. Primero abrió el Boone’s Harbor en la bahía, y ahora también tiene uno en Norfolk y otro en Charlotte. Creo que un asistente administrativo suyo se encarga de buscar las nuevas ubicaciones y de poner en marcha los locales, pero Boone es quien está al mando. Según la abuela, las críticas han sido fantásticas en todas partes. Ella colecciona los recortes, me extraña que no te los haya enviado.
–Supongo que pensó que ese tema no me interesaría.
Por alguna extraña razón, saber todo aquello la desanimaba. Quería tener una muy mala opinión de Boone, sentía la necesidad de pensar que él era un impresentable. No le hacía ninguna gracia plantearse que quizás le había juzgado mal, que a lo mejor no era tan ambicioso como ella creía, que había podido cometer un terrible error al dejarle ir sin más. Ella no creía en los arrepentimientos, así que ¿a qué se debía aquella extraña sensación que la embargaba?
Su hermana la miró desconcertada.
–Yo creía que hacía mucho que le habías olvidado. Fuiste tú la que rompió la relación y no al revés, ¿verdad? Siempre di por hecho que se lio con Jenny por despecho.
–¡Pues claro que le he olvidado! –exclamó, indignada–. En los diez años que hace que me largué de aquí, no he pensado en él ni por asomo –la vocecilla interior de su conciencia le gritó que estaba mintiendo.
–¿A qué viene entonces todo esto?
–Es que no quiero que se aproveche de la abuela, es demasiado confiada.
Samantha se echó a reír.
–¿Cora Jane, confiada? Supongo que estás pensando en otra abuela. La nuestra es tan lista como la que más en cuestiones de negocios, y un lince a la hora de calar a la gente.
–Yo solo digo que no es inmune ante un hombre con tanto encanto como Boone. Vamos a dejar el tema, me está dando dolor de cabeza –frunció el ceño al darse cuenta de que estaban en el abarrotado aparcamiento de un supermercado–. ¿Por qué paras aquí?
–Para comprar tu nuevo vestuario de limpieza –Samantha esbozó una sonrisa de lo más inocente al añadir–: No podemos olvidar las sandalias ni las zapatillas de deporte.
Emily la miró consternada. Las únicas sandalias que se ponía a esas alturas de su vida las compraba en la selecta boutique que un conocido diseñador tenía en Rodeo Drive.
–Vale, pero que ni a Gabi ni a ti se os olvide que no limpio ventanas –vaciló antes de añadir–: ni suelos.
Samantha le pasó el brazo por los hombros mientras cruzaban el abarrotado aparcamiento.
–Lo que tú digas, Cenicienta. Te dejaremos a ti el colector de grasa, verás cómo te diviertes.
Emily la miró ceñuda. Daba la impresión de que iban a ser un par de semanas muy largas, sobre todo si Boone iba a estar metido en el asunto.
Capítulo 2
–¿Vamos a ayudar a la señora Cora Jane, papá?
Boone miró a su hijo de ocho años, B.J., que parecía tan entusiasmado como si estuvieran hablando de ir al circo, y se limitó a contestar:
–Si ella nos deja, sí.
Cora Jane no pedía ayuda nunca y se resistía a aceptarla cuando se le ofrecía, así que él había aprendido a ser increíblemente sutil a la hora de asegurarse de que tanto el restaurante como ella estuvieran bien cuidados.
–Oye, papá, ¿crees que me hará tortitas con forma de Mickey Mouse? Las dos pequeñitas que hacen de orejas son las que más me gustan –el pequeño le miró con expresión de culpa al admitir–: Las suyas son más buenas que las de Jerry, pero no se lo digas a él. No quiero herir sus sentimientos.
Boone se echó a reír, ya que era consciente de lo competitivos que podían llegar a ser el cocinero en cuestión y Cora Jane.
–No creo que haya abierto la cocina, aún no han acabado de achicar el agua que entró durante la tormenta. Tú mismo