Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods
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Читать онлайн книгу Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods страница 6
–No le pidas tortitas hasta que sepamos qué tal están las cosas, B.J. –le advirtió al niño–. Hemos venido a ayudar, no a darle más trabajo.
–¡Pero ella siempre dice que no le cuesta ningún trabajo hacerme tortitas, que lo hace por amor!
Boone soltó una carcajada. No le extrañaba que Cora Jane le hubiera dicho eso al pequeño, ya que con él mismo siempre se había comportado así. Siempre le había hecho sentir como si cuidarle no supusiera carga alguna para ella, a pesar de que sus propios padres le consideraban un estorbo. De no ser por Cora Jane, por los trabajos que ella le había asignado para mantenerle ocupado y que no se metiera en problemas, su vida habría tomado una dirección muy distinta. Estaba en deuda con ella, de eso no había duda, y se consideraba afortunado porque ella no le había echado de su vida cuando Emily le había abandonado. Teniendo en cuenta la fuerte lealtad familiar que existía entre los Castle, no habría sido extraño que sucediera algo así.
Sí, verla y oírla alardear de sus tres nietas, incluyendo a la que había sido el amor de su vida, resultaba doloroso, pero eso tan solo era el precio que tenía que pagar a cambio de tenerla cerca. Cora Jane era como una especie de brújula moral, compasiva y carente de prejuicios, que a él le hacía mucha falta.
En cuanto detuvo el coche junto al restaurante, B.J. se bajó y echó a correr hacia el edificio.
–¡Alto ahí! –cuando el niño se detuvo a media carrera y se volvió a mirarlo, se le acercó y le puso una mano en el hombro–. ¿No te he dicho que ahora hay que ir con mucho cuidado? Fíjate en cómo está todo. Hay tablas de madera con clavos tiradas por todas partes, y el suelo está lleno de cristales. Tómate tu tiempo y presta atención.
La sonrisa traviesa con la que le miró su hijo le recordó tanto a Jenny, que Boone sintió una punzada de dolor en el corazón. Su difunta esposa había sido la mujer más dulce del mundo, y perderla por culpa de una infección descontrolada con resistencia a los antibióticos había sido devastador tanto para B.J. como para él.
El pequeño estaba recuperándose gracias a la capacidad de recuperación tan propia de los niños, pero él no sabía si iba a poder superar aquel dolor. Era consciente de que dicho dolor estaba teñido en parte por el sentimiento de culpa que le atenazaba por no haberla amado ni la mitad de lo que ella le había amado a él. ¿Cómo iba a poder hacerlo, si Emily Castle seguía siendo la dueña de parte de su corazón? Pero, al margen de sus sentimientos, estaba convencido de haber hecho todo lo posible por estar a la altura de las circunstancias. A Jenny nunca le había faltado de nada y él había sido un buen esposo y un padre abnegado; aun así, a veces, en la oscuridad de la noche, no podía evitar preguntarse si eso había bastado, y no ayudaba en nada el hecho de que los padres de Jenny le culparan de todo tipo de cosas, desde arruinarle la vida a su hija hasta contribuir a su muerte. No había duda de que estaban buscando cualquier excusa para poder arrebatarle a B.J., pero él no estaba dispuesto a permitírselo. ¡Iban a tener que pasar por encima de su cadáver!
En cuanto a todo lo demás… se dijo para sus adentros que eso ya era agua pasada, y respiró hondo antes de echar a andar hacia el restaurante tras su hijo. Cora Jane le había comentado que sus tres nietas iban a regresar para ayudar a limpiar los destrozos que había provocado la tormenta, así que estaba sobre aviso y se preparó para volver a ver a Emily después de tantos años, pero al entrar en el local tan solo vio a Gabriella mirando frenética a Cora Jane, que estaba subida de forma bastante precaria en el peldaño más alto de una escalera de mano. La pobre Gabi sujetaba dicha escalera con tanta fuerza, que tenía los nudillos blanquecinos.
–¿Se puede saber qué es lo que estás haciendo, Cora Jane? –le preguntó, exasperado. Le pasó un brazo por la cintura, la bajó de la escalera, y no la soltó hasta que vio que tenía los pies firmemente apoyados en el suelo.
Ella se volvió como una exhalación y le fulminó con la mirada.
–¿Qué es lo que estás haciendo tú, Boone Dorsett? –sus ojos marrones estaban llenos de indignación.
Boone le guiñó el ojo a Gabi, que no podía ocultar lo aliviada que estaba antes de contestar:
–Evitar que te rompas la cadera. Te dije hace mucho que yo me encargaba de arreglar las luces siempre que hiciera falta, y que si no podía se lo encargaría a Jerry o a tu encargado de mantenimiento, ¿no?
–Jerry no está aquí, y no encuentro por ninguna parte al de mantenimiento; además, ¿desde cuándo te necesito a ti para poner unas cuantas bombillas?
Se llevó las manos a las caderas y procuró amedrentarlo con la mirada, pero, teniendo en cuenta la diferencia de tamaño que había entre ambos, no logró ni de lejos el efecto amenazador que estaba claro que quería lograr.
–Al menos podrías haber dejado que se encargara Gabi –alegó él.
Dio la impresión de que ella intentaba contener una sonrisa al escuchar aquello, y evitó mirar a su nieta al admitir en voz baja:
–A la pobre le dan miedo las alturas, ha estado a punto de desmayarse con solo subir dos peldaños.
–Es verdad –admitió la aludida, ruborizada–. Ha sido humillante, sobre todo cuando ella ha subido la escalera como si nada.
Por suerte, B.J. eligió ese momento para agarrar a Cora Jane de la mano.
–Señora Cora Jane, ya ha vuelto la luz, ¿verdad?
Ella sonrió y le alborotó el pelo en un gesto afectuoso.
–Sí, volvió hace una media hora más o menos. A ver, deja que adivine… lo preguntas porque te gustaría que te preparara unas tortitas, ¿no?
Los ojos del niño se iluminaron.
–Sí, pero papá me ha dicho que no se lo pida, porque estamos aquí para ayudar.
–Bueno, como tu papá parece empeñado en ocuparse de las tareas más peligrosas, yo creo que voy a poder prepararle unas tortitas a mi cliente preferido. ¿Me echas una mano?
–¡Vale! Batiré la mantequilla como usted me enseñó la otra vez –le propuso el pequeño, mientras se alejaba con ella.
Boone les siguió con la mirada y le dijo a Gabi:
–No sé cuál de los dos va a provocarme mi primer ataque al corazón, pero lo más probable es que sea tu abuela.
Ella se echó a reír y admitió:
–Sí, tiene ese efecto en todos nosotros.
–Me comentó que tus hermanas y tú ibais a volver para ayudar a poner a punto este sitio.
Intentó aparentar indiferencia y ocultar el pánico que sentía con solo pensar en Emily, pero, a juzgar por la mirada que Gabi le lanzó, era obvio que no había logrado engañarla.
–Samantha acaba de llamarme –le dijo ella–. El vuelo de Emily aterrizó hace una hora más o menos, y se han parado a comprar un par de cosas. Em estaba en Aspen cuando la llamé, y la ropa que tenía a mano no es demasiado adecuada para limpiar.
–¿Estaba