Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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un montón de casas de famosos en Beverly Hills y Malibú. El año pasado renovó la villa de no sé quién en Italia, y me parece que ha ido a Aspen para echarle un vistazo a la casa que un amigo de uno de sus clientes habituales quería transformar en un hotel de montaña.

      –Suena glamuroso –comentó, mientras por dentro se le hacía un nudo en el estómago.

      Eso era lo que Emily había deseado desde siempre, ¿no? Disfrutar de la buena vida rodeada de gente famosa. Algunos de sus antiguos amigos la consideraban superficial y frívola, pero él sabía que, en realidad, ella había estado intentando llenar el vacío que sentía en el alma con las cosas que creía que no podía conseguir con la vida sencilla que tenía en Carolina del Norte.

      Se preguntó si Emily seguía pensando que el mundo era fascinante, si con alguno de esos famosos había logrado entablar una amistad verdadera más allá de una relación puramente profesional. Él había aprendido tiempo atrás que era mucho mejor tener unas pocas personas con las que se podía contar que mil conocidos. La gente que había estado a su lado durante la enfermedad de Jenny, y que después había seguido apoyándole cuando había enviudado, le había enseñado el verdadero significado de la amistad.

      –Será mejor que vaya a ver lo que está haciendo la abuela –le dijo Gabi. Echó a andar hacia la cocina, pero se detuvo de repente y volvió a acercarse a él–. Lo siento, Boone.

      Él frunció el ceño al verla tan seria y le preguntó, desconcertado:

      –¿El qué?

      –Lo que te pasó con Emily. Ella no quería hacerte daño, lo que pasa es que había una serie de cosas que necesitaba llevar a cabo. Creo que tenía la intención de volver, pero tú te casaste con Jenny, y… en fin, ya sabes cómo fue todo después de eso.

      Boone asintió. Agradecía sus buenas intenciones al decirle aquello, pero quiso dejarle claro que no hacían falta explicaciones.

      –Acepté la decisión de tu hermana hace mucho, Gabi. Una cosita: yo creo que ella nunca tuvo intención de volver, por eso seguí adelante con mi vida.

      Gabi lanzó una mirada hacia la cocina y asintió.

      –Nadie te culpa por eso, y B.J. es un crío genial.

      –Sí, el mejor, aunque supongo que no gracias a mí. Jenny era una madre fantástica y me parece que la influencia de tu abuela también le ha ayudado mucho, igual que me ayudó a mí.

      –No te infravalores –le dijo ella, antes de ir a la cocina.

      Boone la siguió con la mirada y suspiró al verla entrar en la cocina. Se preguntó por qué todas las mujeres de aquella familia le consideraban un tipo con valía… menos la que le había robado el corazón años atrás.

      Emily se había preparado para volver a ver a Boone, estaba mentalizada… bueno, eso era lo que pensaba ella, porque verle subido a una escalera, vestido con unos vaqueros desgastados que moldeaban a la perfección su magnífico trasero y con una ajustada camiseta descolorida que enfatizaba su ancho pecho y sus imponentes bíceps, bastó para darle palpitaciones. Él llevaba puesta una gorra de béisbol que ocultaba en parte su rostro, pero estaba convencida de que la mandíbula de granito, los ojos oscuros como el ónice y los hoyuelos eran los mismos de siempre.

      Siempre le había parecido increíble que un hombre pudiera ser puro fuego en un momento dado, pasar a parecer tan frío como el Polo Norte en un abrir y cerrar de ojos, y después dar media vuelta y sonreír como un niñito al que acababan de pillar haciendo una travesura. Boone Dorsett siempre le había parecido un poco contradictorio.

      Mientras ella permanecía allí como un pasmarote, mirándole embobada, Samantha entró en el restaurante y exclamó:

      –¡Hola, Boone!

      Él giró la cabeza tan rápido que habría perdido el equilibrio si Emily no hubiera agarrado la escalera de forma instintiva para mantenerla en pie.

      –Hola, Samantha –saludó él, muy serio, antes de mirarla a ella–. Emily.

      La fastidió que no hubiera ni la más mínima diferencia en cómo pronunció su nombre, nada que indicara que ella era más especial que su hermana, nada que revelara que en el pasado la enloquecía con sus manos y con aquella seductora boca siempre que lograban escabullirse para estar solos. A ver, lo normal habría sido que usara un tono de voz un poco más íntimo al llamarla por su nombre, ¿no?

      Tuvo que recordarse a sí misma que todo aquello había quedado en el pasado, que él era un hombre casado que pertenecía a otra mujer.

      –¿Qué haces aquí, Boone? –le preguntó con irritación.

      –¿No es obvio? –le contestó él, mostrando la bombilla que tenía en la mano.

      –Me refiero a qué estás haciendo aquí, ayudando a mi abuela en vez de ocuparte de tus propios asuntos.

      Sabía que estaba siendo grosera y desagradecida, pero era incapaz de contenerse. Aunque las reglas habían cambiado, daba la impresión de que sus sentimientos por aquel hombre seguían siendo los mismos, y eso la había tomado desprevenida. A lo largo de aquellos años no había sentido por nadie la atracción que Boone Dorsett seguía ejerciendo sobre ella, y eso que él estaba subido a una escalera y ni siquiera la había tocado. Era un descubrimiento perturbador, porque hasta ese momento había estado convencida de que la amargura que había sentido cuando él la había traicionado había conseguido eliminar para siempre todos esos viejos sentimientos.

      –Mira, cielo, ya sé que te marchaste hace mucho, pero aquí nos ayudamos los unos a los otros cuando hay una crisis, y yo diría que este último huracán cumple los requisitos; ah, por cierto, tu abuela está en la cocina. Seguro que está deseando verte –se volvió sin más, y retomó lo que estaba haciendo.

      Emily se quedó mirándolo boquiabierta. Cuando se volvió a mirar a Samantha y la vio sonriendo de oreja a oreja como si acabara de ver la escena de una absurda comedia romántica, echó a andar hacia la cocina con paso airado y masculló en voz baja:

      –Cierra el pico.

      Su hermana la siguió hasta la cocina y le dijo, sin dejar de sonreír:

      –No he dicho ni una palabra, pero, por si te interesa mi opinión, te diré que eso ha sido súper ardiente.

      Emily la miró desconcertada.

      –¿Estás loca?, el tipo acaba de echarme como si yo fuera un mosquito fastidioso o algo así.

      –Saltaban chispas. Yo creo que lo vuestro no ha terminado ni mucho menos.

      –Está casado.

      La sonrisa de su hermana se ensanchó aún más.

      –¿No te ha contado nadie que perdió a su mujer?

      –¿Qué pasó?, ¿se la dejó olvidada en el Gran Pantano Tenebroso? –contestó ella con sarcasmo.

      Samantha se puso seria, y en su voz no quedaba ni rastro de diversión cuando contestó.

      –No, hermanita. Jenny murió hace poco más de un año.

      Emily se detuvo en seco justo en la entrada

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