Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods

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Castillos en la arena - La caricia del viento - Sherryl Woods Tiffany

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problema alguno.

      B.J. le agarró de la mano y tiró de él, así que no tuvo más remedio que acompañarle a la cocina.

      –¿Sabes qué? Emily no ha ido nunca a Disneyland, así que yo le he dicho que puede venir con nosotros cuando vayamos a California. Sí que puede, ¿verdad?

      Boone se paró en seco. Las cosas estaban yendo demasiado deprisa. Se agachó y miró a su hijo a los ojos al advertirle:

      –Emily está aquí de visita.

      –Sí, ya lo sé, por eso le he dicho que nosotros iremos a verla –lo dijo como si fuera lo más razonable del mundo.

      –Hijo, no cuentes con Emily para nada. ¿De acuerdo?

      Estaba claro que el niño no entendió la advertencia.

      –¿Y qué pasa con Disneyland, papá? Tú me prometiste que iríamos, ¿por qué no puede venir ella con nosotros?

      Boone contó hasta diez. B.J. no tenía la culpa de que aquella conversación estuviera enloqueciéndole.

      –Te prometí que te llevaría al Disney World de Florida, para aprovechar y poder ir a ver a tus abuelos.

      Lo dijo con paciencia, pero sabía que estaba librando una batalla perdida. B.J. tenía la tenacidad de un pitbull y no iba a dejar pasar aquel tema, al menos por el momento. A su hijo le valía cualquiera de los dos parques de atracciones y, lamentablemente, sus abuelos debían de parecerle menos interesantes que la glamurosa Emily; aun así, cabía imaginarse el escándalo que se montaría si optaba por llevar al niño a California y no a Florida. El cabreo de la familia de Jenny sería épico.

      –¡Quiero ir a Disneyland, y que Emily venga con nosotros! ¡Me prometiste que iríamos! –insistió el niño, enfurruñado.

      –Ya lo hablaremos después.

      Boone se preguntó si existía la más mínima posibilidad de que sobreviviera a la visita de Emily con la salud mental intacta, sobre todo teniendo en cuenta que su hijo de ocho años parecía estar cautivado por ella… tan cautivado como él mismo lo había estado en el pasado.

      Emily se había propuesto no mirar su móvil para comprobar si tenía algún mensaje hasta que hubiera pasado algo de tiempo con su familia, pero era difícil romper las costumbres arraigadas y, cuando oyó la señal que indicaba que había recibido otro mensaje más en la última media hora, se disculpó y se levantó de la mesa.

      –Perdón, tengo que contestar.

      –Os dije que no tardaría ni una hora en mirar su móvil –bromeó Samantha–. Me sorprende que tú no hayas mirado aún el tuyo, Gabi.

      La aludida se ruborizó al admitir:

      –He hecho un par de llamadas y he mandado unos correos electrónicos justo antes de que llegarais vosotras. Mi súper eficiente asistente lo tiene todo bajo control en la oficina, y sabe cómo contactar conmigo si surge algo que ella no pueda gestionar.

      –Ojalá tuviera yo una así –comentó Emily–. A la mía se le da bien tomar nota de los mensajes y revisar los detalles, pero, cuando hay que tomar la iniciativa o apaciguar a algún cliente, soy yo quien tiene que hacerse cargo –indicó su móvil antes de añadir–: Como ahora, por ejemplo.

      –Sal a hacer tus llamadas –le dijo Cora Jane.

      Emily salió del restaurante y le devolvió la llamada a Sophia Grayson, una ricachona de Beverly Hills muy exigente que esperaba que todo estuviera hecho en un abrir y cerrar de ojos. Pagaba una buena suma de dinero a cambio de que fuera así, y el hecho de que hubiera contratado los servicios de Emily había sido una recomendación de primera en ciertos círculos.

      –Has madrugado bastante, ahí no son ni las ocho de la mañana –comentó Emily.

      –Estoy levantada a esta hora porque no he pegado ojo en toda la noche –protestó Sophia, con un teatral suspiro–. No podía dejar de pensar en esa desastrosa confusión que hubo con la tela de las cortinas. Ya sabes que voy a dar una fiesta muy importante en menos de dos semanas, Emily. Me prometiste que todo, hasta el más mínimo detalle, estaría listo con suficiente antelación.

      –Y así será. Las cortinas nuevas ya están en marcha, yo misma hablé con Enrico y está horrorizado por el error que hubo. Le ha encargado el trabajo a sus mejores empleados, y las nuevas las tendrá listas para instalar mañana mismo.

      –¿Y qué pasa con el color de las paredes del comedor? Es horrible, yo no lo habría escogido ni por asomo. La gente va a sentirse como si estuviera dentro de una calabaza.

      –Te advertí que el naranja podía resultar pesado, pero tenemos preparado el reemplazo. Yo creo que este color visón va a gustarte mucho más. Es muy elegante, refleja mucho mejor tu buen gusto y el excelente estilo que tienes. Los trabajadores llegarán a tu casa a las nueve y acabarán esta misma tarde.

      –Sí, ya sé que el visón quedará bien, pero esperaba dar un pequeño toque de color para cambiar un poco –comentó Sophia, con otro suspiro pesaroso.

      –Ese toque nos lo darán los accesorios. Esta tarde tienes concertada una cita con Steve, de la galería de arte Rodeo. Seguro que encontrarás algún cuadro precioso para tu colección de nuevos artistas que te aportará el toque de color que quieres, y después podremos añadir varios toques más para acabar de redondearlo todo.

      –Sí, supongo que sí. Sabes que confío en ti, Emily. No me has decepcionado nunca, pero ¿dónde estás?, ¿por qué no estás aquí? Lo que pago por tus servicios incluye tu supervisión personal, ¿no?

      –Estoy encargándome de una emergencia familiar en Carolina del Norte, pero no tienes de qué preocuparte. Todo está bajo control. Si me necesitas, solo tienes que llamarme –al oír el pitido que le indicaba que estaba recibiendo otra llamada, añadió–: Tengo que colgar, querida. Te llamaré después para comprobar que todo va bien, mándame un mensaje de texto si me necesitas antes para algo.

      Cortó la llamada antes de que Sophia pudiera quejarse de algo más, y al mirar la pantalla del móvil vio el nombre del cliente al que había conocido poco antes en Aspen.

      –Nos gustan tus ideas –le dijo Derek Young, sin andarse con preámbulos–. ¿Cuándo puedes volver a venir para poner en marcha el proyecto? Nos gustaría que las instalaciones estuvieran listas a primeros de diciembre, para aprovechar al máximo la temporada de esquí. Si pudiera ser para Acción de Gracias, mucho mejor.

      Emily se sintió fatal por tener que rechazar ese plazo, pero, como no tenía otra opción, admitió:

      –Tardaré un par de semanas por lo menos. Si puedo ir antes, lo haré, pero voy a ser sincera contigo: Creo que pensar en abrir en diciembre sería muy optimista, incluso suponiendo que yo pudiera estar ahí mañana mismo. Vas a tener que decidir si quieres un trabajo de calidad o uno rápido.

      –Quiero las dos cosas –le contestó él sin vacilar–. Si eso significa doblar la mano de obra, adelante.

      Emily captó el mensaje, y se limitó a contestar:

      –De acuerdo.

      –Estamos hablando de un proyecto muy grande, es un hotel de montaña entero –insistió

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