El curioso caso de la especie sinnombre. Luis Javier Plata Rosas
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A manera de preámbulo: inclasificable presentación de Carlos Linneo y su nomenclatura binominal
Hace mucho, mucho tiempo, los humanos nombraban a los cerdos cerdos… pero también puercos, cochinos, gorrinos, guarros, lechones, marranos, cuinos, y no faltaba quienes trataran a los jabalíes como un cerdo más. En el mundo todo era confusión.
Así estaban las cosas en el Reino de los Seres Vivientes cuando, cierto día, apareció un hombre que, para distinguirse de los demás, llevaba el nombre de Carl Nilsson Linnaeus, pero al que los hispanohablantes que lo conocían se referían como Carlos Linneo, o Carlitos, para abreviar.
A Charlie se le ocurrió que un sueco, como él, o un inglés, o un ruso o un mexicano o alguien de la nacionalidad que fuese, sin importar qué idioma hablase, podría saber que gris, pork, svin’yao y cerdo se referían al mismo animal si todos usaban un lenguaje en común al referirse al porcino personaje. Como todo ente instruido en sus días hablaba o, al menos, entendía algo de latín, Carolus Linnaeus escogió esta lengua muerta para dar a cada especie de ser vivo no uno, sino dos nombres.
Y vio Linneo que era bueno, y dijo a los taxónomos, sus seguidores y herederos intelectuales: “Desde ahora este puerco vulgar será conocido como Sus scrofa domestica”.
Y desde ese ahora, cuando alguien nos habla de la calidad de los jamones de un Sus scrofa domestica, al mencionar su nombre científico sabemos que no se refieren, por ejemplo, a los de Pumba, el facocero (Phacochoerus africanus) de la película El rey león, sin importar que físicamente se parezcan mucho.
Es momento de hacer una pequeña digresión: ¿no es este relato tan inexacto y, peor que eso, este libraco, una vulgarización extrema de la Sagrada Ciencia de la Taxonomía, responsable de clasificar a los seres vivientes? ¿Dónde quedó el rigor académico? ¿Quién pretende explicar de manera profunda y en unas cuantas páginas lo que a un especialista dentro de la zoología, la botánica o la microbiología le toma años y hasta décadas aprender en laboratorio, campo y biblioteca?
La verdad es que, en efecto, lo que el lector tiene en sus manos está muy lejos de ser un tratado de taxonomía. Por el contrario, y como indica su título, en estas páginas lo que aparecen son anécdotas variopintas sobre las mil y una razones —y, a veces, las sinrazones— detrás de los nombres científicos con que fueron bautizadas por sus descubridores una pequeña muestra de las millones de especies que viven, o han vivido alguna vez, en nuestro planeta.
La historia —contada de manera mucho más ortodoxa que en los párrafos anteriores— de cómo Linneo creó el sistema de nomenclatura binominal, o binomial, para clasificar a los seres vivientes, forma parte de los libros de texto de biología desde el nivel de enseñanza media. He puesto a propósito el (mal) ejemplo del cerdo, cuyo nombre científico tiene tres palabras en lugar de dos para indicar la subespecie, con el fin de llamar la atención sobre el hecho de que están también en lo cierto quienes señalan que, en muchas ocasiones, explicaciones inevitables al estudiar taxonomía, como por qué domestica es una subespecie y no otra especie del género Sus, quedan fuera de obras de divulgación como la presente.
No fue, en rigor, pensando en cerdos, sino en las cerca de seis mil especies de plantas presentes en Suecia, que a Linneo se le ocurrió la idea más feliz de su vida.1 Por un lado, quise divertir al lector y divertirme un poco al hablar sobre Linneo y la necesidad de un nombre universal para cada especie, y por otro lado, hacerle sentir desde la primera página que en las páginas restantes deseo mantener ese tono ligero y amable, sin descuidar la exactitud de los nombres científicos y la veracidad de las anécdotas, cada una de las cuales cuenta con referencias que, para facilitar su lectura, aparecen al final del libro. Siempre que ha estado disponible, he consultado directamente el artículo científico en el que se da nombre a la especie de la que se trata.2 Cuando no lo menciono de manera explícita, el entrecomillado remite al autor o autores del artículo científico en el que fue nombrada la especie.
Uno de mis propósitos al rescatar estas anécdotas de las publicaciones especializadas ha sido compartir con el lector lo que la mayoría de las veces, al ser consignado por los autores del hallazgo y nombramiento de nuevas especies, es conocido únicamente dentro del pequeño círculo en el que se encuentran aquellos que son especialistas en organismos vivos identificados por palabras técnicas tan conocidas para ellos como desconocidas para el resto de nosotros. Teniendo presente esto, he reducido en lo posible los tecnicismos propios de esta rama de la biología e indispensables para la comunicación entre científicos.
Con un inventario tan extenso de especies como aquel con el que contamos en la Tierra, bien podría uno dedicarse el resto de su vida a escribir anécdotas taxonómicas, sin jamás conseguir incluir a todas las especies nombradas —y eso que faltaría aún considerar a aquellas que no han sido descubiertas—, pero como es posible que el lector no tenga entre sus propósitos leer un mamotreto así, y teniendo en mente que alguna vez escuché que “los libros no se terminan, se abandonan”, decidí, si no abandonar, sí limitar bastante la extensión de esta obra.
No obstante, espero que la breve excursión por estos parajes taxonómicos sea para el lector por lo menos tan disfrutable como lo fue para mí y que, al igual que en las sagas novelescas y cinematográficas, sienta un ansia insoportable por conocer más, mucho más, sobre las impresionantes aventuras de quienes desde hace millones de años protagonizan La vida en la Tierra, personajes tan fascinantes como irrepetibles. ¡Que se diviertan!
1 Aunque, siendo igualmente rigurosos, su mayor contribución no fue en sí la nomenclatura binomial —muchos otros antes que él la habían propuesto—, y ni siquiera haber acuñado alrededor de diez mil nombres para especies de plantas y animales, sino haber ordenado toda la literatura previa de manera que el resto de los naturalistas pudieran, a partir de entonces, consultar su obra y asociar estos nombres con las especies nombradas.
2 Esto ocurrió en la gran mayoría de los casos, siendo las excepciones nombres científicos con una antigüedad previa a la del siglo pasado.
TERCETO INTRODUCTORIO SIN DEMASIADA CIENCIA
¿Sistemática o taxonomía?
En un libro de referencia de gran prestigio [Ernst] Mayr (1969) caracterizó a la taxonomía como “la teoría y práctica de clasificar organismos” mientras que se refirió a la sistemática como “la ciencia de la diversidad de los organismos”. La sistemática era una ciencia, la taxonomía mera “teoría y práctica” como la fontanería, el corte de pelo y otras actividades respetables pero claramente no-científicas. […] La forma más simple de evitar esta discusión más que fútil es abandonar el término “sistemática” y adoptar en su lugar una definición de taxonomía como la […] de la Iniciativa Taxonómica Global: “Entendida en términos generales, la taxonomía es la clasificación de la vida, aunque está enfocada más frecuentemente en la descripción de especies, su variabilidad genética, y sus relaciones entre una y otra.”