El curioso caso de la especie sinnombre. Luis Javier Plata Rosas
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En 1947 el mismo Copeland señaló que Protoctista tendría que ser el nombre adecuado —en lugar de Protista— para referirse al cajón de sastre en el cual guardar la “miscelánea” —término usado por el propio Copeland— de organismos con núcleo, ya sea que fueran unicelulares o multicelulares, que no reunían las características de plantas o animales.
El fin de la taxonomía (de la tradicional, al menos)
En 1969 los hongos se declararían separatistas del reino Vegetal y formarían su propio reino, el Fungi, gracias al ecólogo norteamericano Robert H. Whittaker, quien utilizó como principal criterio de agrupación las tres formas principales de nutrición de los seres vivientes: absorción, ingestión y autotrofía, así como la evolución de unicelular a multicelular. En sus cinco reinos, Whittaker reconocería la separación entre organismos procariotas y eucariotas —los que Copeland identificaba con los términos anucleado y nucleado—, nombres propuestos por el francés Edouard Chatton en 1938.
La clasificación de Whittaker representaría el fin de la taxonomía tradicional, basada en semejanzas morfológicas y ecológicas, pues una revolución había comenzado en 1953 en biología: James Watson y Francis Crick —a partir del trabajo experimental de Rosalind Franklin (esta editorial no desea incomodar a sus lectoras feministas)— habían descubierto la estructura en forma de hélice del ADN, la molécula que contiene la información genética de cada ser viviente, y con ello abrían la puerta para todas las clasificaciones taxonómicas basadas en las relaciones a nivel genético entre especies… pero esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión (de hecho, en otras páginas de este libro).
Scrotum humanum es el nombre del primer fósil de dinosaurio reportado en la literatura científica. En su obra de 1677, The Natural History of Oxfordshire, el reverendo Robert Plot concluyó que ese fragmento de fémur fosilizado, de más de medio metro de circunferencia, tenía que pertenecer a la bíblica estirpe de los humanos gigantes que poblaron la Tierra en tiempos anteriores al diluvio —Plot hacía honor a su título de reverendo: de reverendo crédulo.
El dibujo con que Plot acompañó la descripción de este pedazo petrificado de muslo se asemejaba bastante a un par de testículos, por lo que en 1763 el naturalista Robert Brooke decidió bautizar a la especie a la que pertenecieron en vida estos restos como Scrotum humanum en su obra de interminable título: Historia natural de las aguas, tierras, piedras, fósiles y minerales. Con sus virtudes, propiedades y usos medicinales: a lo cual se añade el método con el que Linnaeus ha tratado estos temas.
Actualmente todo parece indicar que el fósil en cuestión corresponde al dinosaurio carnívoro Megalosaurus bucklandii, pero de acuerdo con las reglas establecidas por Linneo, el apelativo genital tendría que ser el apropiado al hablar de este dinosaurio. En 1993 dos paleontólogos recomendaron abandonar por completo la ocurrencia de Brooke, moción que fue aceptada por la Sociedad Linneana, para tranquilidad de los amantes de las bestias mesozoicas.
Abra cadabra es un molusco bivalvo del mismo grupo que almejas y ostiones. Su nombre remite a las palabras de encantamiento que en la antigüedad se pronunciaban para curar la fiebre. Prueba de que carecía de todo encanto es que este animal está extinto y son sus restos fósiles los que Frank Eames y G.L. Wilkins identificaron en 1956, con tan mala suerte que este último murió antes de que se aceptara un nombre tan hechizante.
El infortunio de estos ocurrentes científicos no acabó ahí porque, como el molusco pertenecía en realidad a otro bien conocido género, Theora, en 1957 tuvo que ser bautizado como Theora cadabra. Y en 1918… ¡abracadabra! La propuesta original fue escamoteada, finalmente, por Theora mediterranea, haciendo referencia a la región en que vivía, en el suroeste de Irak. Como consuelo hechizo, Abra cadabra continúa siendo sinónimo de Theora mediterranea.
Gluteus minimus (del latín glutaeus, del griego gloutos, ‘la grupa’; y del latin minimus, ‘el más pequeño’) no es, en este caso, uno de los músculos que de mínimo no tienen más que el nombre en ejemplares de Homo sapiens como Jennifer Lopez o Kim Kardashian. En 1975 dos paleontólogos llamaron así a una especie fósil que, a la fecha, ignoramos si se trata de un invertebrado o del diente de un pez del periodo Devónico. Lo que sí sabemos es que, a pesar de que lo parece, no es el minúsculo trasero fosilizado de algún animal.
Colon rectum (del griego kolon, ‘miembro’) es un escarabajo condenado a ser para siempre confundido con temas colorrectales desde que el entomólogo Melville Harrison Hatch no pudo evitar rematar con este nombre a una de las especies del género Colon. Desde entonces, se tiene noticia de que algunos taxónomos han omitido citar esta especie en más de una de sus listas.
Kootenichela deppi es un artrópodo de grandes apéndices que vivió durante el periodo Cámbrico. Con “grandes apéndices” los paleontólogos se refieren a que estos invertebrados tenían enormes —en comparación con el resto del cuerpo— patas delanteras modificadas que les permitían agarrar a su presa mientras se la comían (dicho en términos técnicos, contaban con apéndices raptoriales).
El nombre genérico alude desde 2013 tanto a sus grandes apéndices (chela es ‘garra’ en latín) como al lugar en el que fue descubierto, muy apropiadamente, por David Legg (leg significa ‘pata’, ‘pierna’ en inglés): el Parque Nacional Kootenay, en Canadá. El nombre específico es un tributo al actor Johnny Depp en su papel de Edward Scissorhands, en la película del mismo nombre, ya que los apéndices raptoriales de la especie tienen un aspecto muy similar a las manos de tijera del joven monstruo creado por Tim Burton en 1990.
¡La paloma!, ¡la cucaracha!, ¡la cerveza!
En 1919 G. F. Hampson nombró un género de polilla como Neerupa, sin sospechar que en 1966 su colega Stanislaw Bleszyński re-nombraría parte de las especies del género como La y aprovecharía su uso en español como artículo gramatical para bautizar a dos polillas bolivianas como La cucaracha y La paloma.
Ese mismo año (1966), aunque el malacólogo Dwight Taylor no gritó ¡lotería! cuando descubrió una especie de caracol gasterópodo en Cuatro Ciénegas, Coahuila, no pudo menos que exclamar el equivalente en inglés de la expresión mexicana ¡ay caramba!, y bautizarlo como Paludiscala caramba.