La Orden de Caín. Lena Valenti

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La Orden de Caín - Lena Valenti La Orden de Caín

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decidido. Y no sabía cuándo había tomado esa decisión. Pero era irrevocable. Ella no debía saberlo.

      —Sigues viva. No estés triste. —Viggo la intentó relajar con su voz. Podía hacerlo usando una cadencia determinada.

      —¿Qué tipo de vi-vida es e-esta, por el amor de Dios? —ella seguía sin levantar la cabeza—. ¿Qué es lo que va a provocar tu sangre en mí? ¿Y si... y si tienes alguna enfermedad? ¿Y si... me convierto en una chupasangres loca? No podré volver a ver a mis hermanas porque querré más a sus yugulares que a ellas. Es... es terrib... —Erin alzó el rostro al oír una risa ronca de Viggo—. ¿Te estás burlando de mí, cretino?

      —No —contestó aún sonriente—. Es solo que eres ocurrente y piensas en cosas que no suelen pensar los demás en tu situación.

      Ella sorbió de nuevo por la nariz.

      —No tiene ni pizca de gracia.

      —No. Claro que no. —Se esforzaba por dejar de tener esa mueca ascendente en los labios, pero no dejaba de taponar la herida de su antebrazo.

      —¿Tienes enfermedades?

      —Los vampiros somos inmunes a cualquier enfermedad. Es así porque nuestra sangre fue portadora de todo y ahora tiene anticuerpos contra cualquier cepa, sea vieja o nueva.

      —¿Me estás diciendo que sois portadores de todo? ¿Estoy enferma? ¿Ahora estoy infectada con vuestra sangre?

      —Sí, es una manera de decirlo. Si hay algo que inventó la Inquisición fue identificarnos con los murciélagos y hacer creer a los demás que nos convertíamos en ellos. Porque el murciélago es portador de miles de enfermedades y por eso es tan resistente, y su mordisco es muy infeccioso. Nuestra sangre es la cuna y la clave de todo. Ahora mismo —Viggo tomó su antebrazo y lo acercó a él. Retiró los dedos de la herida y comprobó complacido cómo la hemorragia había cesado y la carne se estaba cerrando—, tu cuerpo está luchando contra todos esos virus y enfrentándose a los anticuerpos de los que también eres portadora. Hasta que la lucha se detenga.

      —¿Y qué sucede cuando se detiene?

      —Que todo cambia. Te vas a transformar.

      Ella observó la piel resquebrajada. Se estaba unificando de nuevo. Era una locura.

      —¿Tengo opción de no hacerlo? ¿De no transformarme?

      La pregunta lo cogió con el pie cambiado, así que mintió.

      —No.

      —Voy a transformarme sí o sí.

      —Afirmativo.

      Estaba desolada y muy poco convencida de su destino. Encontraría la manera de no llegar a eso. Se negaba a vivir una vida en la que consumir sangre y muerte.

      —Tú has sido mi convertidor, ¿no?

      Él frunció el ceño obtusamente. Aún no la había convertido, pero la convertiría. Erin iba a estar con él, es decir, con ellos, fuera lo que fuese. Era su modo de guardarse las espaldas y de proteger a todos. Era una anomalía. Una posible cazadora.

      —Sí.

      —¿Podrías matarme antes de convertirme en algo que no quiero ser?

      —¿Cómo dices?

      —Quiero que me mates.

      —Dices eso solo porque tienes grabado a fuego el estereotipo que te han vendido socialmente y religiosamente del vampiro. Si nos conocieras, no pensarías así. Verías que hay cosas ciertas, pero otras no.

      —No me interesa. Mi humanidad es sagrada. No quiero dejar de ser yo. Cuando sea el momento, quiero que pongas fin a mi vida. No quiero que mis hermanas me vean así jamás.

      —¿Es que tengo mal aspecto?

      —No. No tienes mal aspecto —era un demonio terriblemente atractivo y arrebatador. Pero los animales más venenosos del planeta también eran atrayentes y estéticamente vistosos—. Pero estoy convencida de que nunca más volviste a ser tú después de transformarte. ¿A cuántos has mordido? ¿A cuántos has transformado? ¿Cuánta sangre has ingerido? Hace siglos que eres más animal que humano. Y no quiero eso. Prefiero morir antes.

      Viggo sacudió la cabeza. Escuchaba perplejo la seguridad con la que Erin rechazaba la posibilidad de volver a vivir de otro modo. Le ofendió el modo en que menospreció su naturaleza. Era cierto. Había hecho cosas muy mal, pero también había aprendido a no volverlas a hacer.

      Ella quería morir, como si no importase haberla mantenido con vida.

      Además, era una inconsciente y una atrevida, al decirle a él, a la cara, y con tan poco respeto, que lo consideraba poco menos que escoria.

      —No estoy interesada en pertenecer a ninguna guerra entre acólitos inquisidores y vampiros originales. Que si magia negra, magia blanca, magia roja... magia cobalto y violeta... su Puta madre. —Se presionó los ojos con las yemas de los dedos. No le gustaba pronunciar dicterios, pero no lo podía evitar—. Quiero acabar con esto lo antes posible. No quiero ser un vampiro.

      —¿Y ya está? —Viggo no se lo podía creer—. ¿No quieres saber por qué rompiste el círculo de éter? ¿No quieres ir más allá? ¿Qué tipo de escritora eres tú que te niegas a investigar?

      —Una cabal, que no quiere estar condenada a vivir una vida que no eligió.

      —¿Vas a dejar solas a tus hermanas en esto?

      —No mentes a mis hermanas. No quiero que sufran. Nunca me acercaría a ellas siendo lo que eres tú —su voz se quebró—. ¿No lo entiendes? No están preparadas para creer en esto. Y no tengo ni idea de por qué crees que yo tengo algo que ver con el éter. Pero es un error. Ya has visto que no tengo nada especial. Tú eres un ser mágico capaz de captar esencias y energías especiales. No hay nada de eso en mí.

      —Puede. Pero hasta que no lo confirmemos, no te irás de aquí ni harás ninguna locura. Es mi decisión.

      —¡¿Qué?! ¡¿No me estás oyendo?! ¡No soy lo que creéis que soy! ¡Tengo derecho a decidir! Me mataré antes que convertirme en lo que eres tú.

      —No. En mi casa y con mi sangre en tu sistema, no tienes ningún derecho y no te vas a quitar la vida.

      —¡¿A qué te refieres?! ¡Eres como ellos!

      Viggo abrió un cajón de la mesita de noche y, para sorpresa de Erin, sacó unas cuerdas gruesas de color negro.

      —Me refiero a que tengo que mantenerte a salvo. Pero de ti misma. Cometerías un error si refutas esta oportunidad.

      —¡No es una oportunidad! ¡Es una condena! ¡¿Qué haces?! —Erin no comprendía qué hacían unas cuerdas así en esos cajones. ¿Es que le gustaba atar en la cama?

      Viggo se tumbó encima de ella y la inmovilizó con una facilidad que le dio hasta vergüenza. Ella era una cobaya en manos de un león.

      Le colocó las manos por encima de la cabeza, le pasó las cuerdas más cortas por las

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