La Orden de Caín. Lena Valenti
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Читать онлайн книгу La Orden de Caín - Lena Valenti страница 18
—No sé ni qué decirte. Pero tampoco creo que pueda negar nada. Siento cómo mis órganos se vuelven a unir por dentro. Recuerdo cada maldita puñalada y mi último pensamiento antes de creer que iba a morir. Y ahora estoy aquí. Respiro. No hay nada más increíble que esto. Estoy viva y más perdida que nunca. Pero no tengo una mentalidad estrecha. —Se presionó el tabique nasal y animó a Viggo con un gesto a que continuase—. Puedo escuchar cualquier teoría. Estoy muy acostumbrada a documentarme, a descubrir información y a leer.
—Pero esto no es una leyenda ni una idea a desarrollar, Erin —aseveró él—. Esto es un hecho real. No es una invención. Y eso es lo que tu cabeza va a tener que asimilar.
—Eso también puedo analizarlo —aclaró—. Por ejemplo: has dicho que los acólitos son iniciados en artes oscuras... pero que son el eslabón más débil de la Legión de la Inquisición. Hacen el trabajo sucio.
—Sí. Así es. Son como barrenderos. Son personas que siguen órdenes.
—Entiendo... ¿y quiénes son los eslabones más fuertes, los que están por encima de ellos?
Viggo negó con la cabeza.
—Es complicado. En realidad no quieres saberlo.
—¿Tú qué sabes lo que quiero saber? Lo quiero todo. ¿Por qué fueron a por mí?
—Solo una entidad antigua y poderosa, caracterizada por la pureza de sangre, puede romper un cerco así —continuó explicando—. El cerco cubre un diámetro muy extenso y llega hasta Croacia por el lado derecho. De algún modo, en cuanto lo cruzaste en tu viaje en tren, este se activó. La magia litúrgica en él advirtió a los acólitos, que son un gran número esparcido por todo el mundo, especialmente en toda la tierra que rodea a Italia. Y en cuanto te detectaron, no lo pensaron dos veces y fueron a por ti.
—Pero ¿qué pureza de sangre? Soy hija de mi madre y de mi padre. Completamente normal. ¿Qué les he hecho yo? Ni yo ni mis hermanas tenemos nada que ver con ellos. Ni siquiera vamos en contra de la Iglesia. No tenemos religión. ¡Somos ateas! ¡Esto ha debido ser una equivocación!
Viggo tampoco sabía por qué era especial. Pero lo era, no había duda.
—No lo sé, Erin. Pero te iban a quitar de en medio. A ti, no a tus hermanas. Sea lo que sea lo veían en ti. Lo percibían en ti.
—Es una locura... no lo entiendo. —Erin se quedó pensativa sorbiendo el zumo de manzana de nuevo. La acidez actuaba en su estómago y le dolía. No sabía por qué tenía que beber si no le apetecía, pero Viggo se lo había ordenado—. ¿Y por qué viniste a por mí? ¿Cómo sabías tú que me iban a matar? ¿Y por qué lo evitaste? —sus ojos oscuros brillaban con interés.
—En realidad, fui a por ti pensando en encontrarte yo antes de que ellos lo hicieran. Percibí la rotura del círculo de éter y corrí a averiguar quién había provocado ese desequilibrio.
—¿Por qué? ¿Con qué objetivo?
—Porque un desequilibrio puede descompensar todo. Sabía que quién rompiera el cerco podía ser una espada de Damocles en manos incorrectas. Y prefería cauterizarla yo antes de que te encontraran. Pero llegué tarde. Y tampoco comprendí por qué ellos te estaban haciendo eso. Así que actué por sentido común.
Erin se levantó de golpe de la silla y esta cayó al suelo con un ruido estrepitoso.
—¡¿Quiere decir eso que tú también me quieres matar?! ¡Por eso querías llegar antes! —exclamó con los nervios a flor de piel. Había cogido el cuchillo de untar mantequilla, como si se quisiera defender de él.
—Suelta eso —ordenó Viggo sin inmutarse—. Si te quisiera muerta, ya lo estarías. Por favor, toma asiento de nuevo. —Señaló estirando el brazo para recoger la silla y colocarla de pie.
Erin miró la silla y después a Viggo, y comprendió que de nada le serviría luchar, dado que ese hombre sería capaz de partirla en dos con un chasquido de sus dedos. Finalmente se deslizó hasta sentarse. Debía asumir el control de sus propios nervios.
—De acuerdo... —se dijo para tranquilizarse—. ¿Por qué captas el círculo ese de éter? —preguntó intentando serenarse—. ¿Cómo me encontraste? Si no eres un acólito, ¿cómo lo haces?
—Durante siglos, nuestro principal enemigo ha sido la Inquisición. Ellos siempre han intentado dar caza a nuestra Orden. A todos los que ponemos en duda su principal dogma religioso. Por eso decidí mantenerte viva. Si eres enemiga de ellos, puedes ser amiga nuestra.
—¿Amiga?
—Sí. Amiga. —Le hizo un escaneado con sus ojos.
Erin sintió que la piel le hormigueaba por donde la miraba. Carraspeó de nuevo.
—¿Por qué estáis enemistados?
—Porque somos contrarios. Buscamos cosas distintas y creemos en distintas entidades. Ellos tienen sus métodos y nosotros tenemos el nuestro. Y en medio están los peones que ellos usan a su antojo para que su orden mundial siga evolucionando.
—Humph… ¿los ciudadanos de a pie somos juguetes para ellos?
—Sí.
—¿Y para vosotros también lo somos?
—Nosotros solo queremos daros una oportunidad. No estamos aquí para doblegarnos ante nadie y nuestra misión principal es evitar que los acólitos sigan haciendo lo que hacen.
—¿Y también hacéis magia? ¿También matáis y asesináis? —preguntó con tono incriminatorio.
Viggo se echó el pelo hacia atrás y buscó la respuesta más adecuada.
—Nuestro… —buscó el nombre adecuado— poder es diferente. Nuestra magia nos define y nos otorga unas capacidades. No hacemos rituales. No somos como ellos. Pero sí percibimos actividades mágicas de todo tipo y sí vamos en su contra. Deberías beber más zumo.
—No quiero más —contestó ella apartando de su vista la copa medio llena—. ¿Y qué hiciste cuando me encontraste?
—Los maté.
Ella volvió a tragar compulsivamente.
—¿Y conmigo? ¿Qué hiciste conmigo para que ahora esté así?
—Solo me aseguré de que siguieras con vida. Te necesito viva, Erin, porque quiero averiguar por qué has roto la liturgia mágica de la Inquisición.
Ella también quería saber eso, pero toda aquella conversación les llevaba a la pregunta más trascendental y más definitiva. Por fin había llegado al punto que más le urgía saber.
—¿Cómo te aseguraste de que me pusiera bien? ¿Cómo me llevaste de Kanfanar hasta Dubrovnik? —se tomó un momento para hacerle la última pregunta y la más significativa—: ¿Qué demonios eres, Viggo?
El estilizado y al mismo tiempo musculoso hombre tomó una botella de vino muy tinto, casi granate, y se llenó una copa balón