Correr, la experiencia total. George Sheehan
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Quien no cumpla alguna de esas virtudes, comenta Goffman, se considerará de vez en cuando menospreciado, incompleto e inferior.
Me pasé las siguientes cuatro décadas sintiéndome menospreciado, incompleto e inferior, combatiendo mi propia naturaleza, tratando de ser alguien que no era. Ocultando mi verdadero ser bajo intentos de cambio, ajustes y compensaciones. Negándome siempre a creer que la persona que había rechazado inicialmente era mi verdadero ser. Y todo eso mientras intentaba pasar por un miembro más de la sociedad.
Entonces descubrí el atletismo y comencé un largo camino de retorno. Correr me liberó. Me liberó de la preocupación por lo que los demás pensaran de mí. Me dispensó de las reglas y normas impuestas. Correr me permitió empezar de cero.
Me fue quitando las prendas de un disfraz de actividades y pensamientos programados. Me imbuyó de nuevas prioridades sobre la alimentación, los hábitos de sueño y sobre qué hacer con el tiempo libre. Correr cambió mi actitud respecto al trabajo y el juego. Respecto a las personas que me gustaban y a las que realmente gustaba. Correr me permitió considerar mis veinticuatro horas diarias bajo una nueva luz, y mi estilo de vida desde un punto de vista distinto, desde dentro, no desde fuera.
Correr supuso un descubrimiento, una vuelta al pasado, una prueba de que la vida recorre un ciclo completo y de que el niño es el padre del hombre. Porque la persona que encontré, el ser que descubrí, era la persona que fui en mi juventud. La persona que fui… hipersensible al dolor, físico y psíquico; vamos, un cobarde con todas las letras. La persona que no quería que sus vecinos se pusieran enfermos, pero que tampoco les deseaba lo mejor. Esa persona era yo y siempre lo he sido.
Y esa persona, escribió el doctor William Sheldon en Las variedades de la psique humana, era tan normal como cualquier otra. De hecho, escribió Sheldon, la mayoría de las personas como yo actúan de esa forma. La función sigue a la estructura, escribió, y existe una relación entre la constitución física y la personalidad. Actuar de cualquier otro modo sería ajeno a mi naturaleza. La psicología constitucionalista fue la confirmación científica de lo que yo había aprendido sobre mí mismo en las carreteras.
Pero ¿podría aportarme algo más? Profundicé en su Atlas del hombre, y allí estaba yo: Somatotipo 235 (constitución mesomórfica), el zorro entre los hombres. (Sheldon usaba un símbolo animal para cada tipo corporal). El número 235 es la representación taquigráfica de pequeño o delgado (2); cantidad moderada de músculo (3); y predominio de piel, pelo, tejido nervioso y huesos finos (5). (Los límites se hallan entre el uno y el siete).
Igual que el zorro, al que Sheldon describía como endeble, esbelto y rápido: un cazador muy veloz, con muchos recursos y resistencia física. Si se le arrincona, se muestra desafiante y valiente, por encima de su fuerza real, aunque normalmente es cauteloso y reservado. Con un poco menos de músculo y agresividad, sería una ardilla. Con un poco más, sería un lobo.
Entonces, ¿quién es el 235? Como el zorro, es un animal solitario y desafiante que establece sus propias leyes: «El 235 –escribió Sheldon− es demasiado endeble para luchar directamente, está demasiado expuesto para aprovechar la estimulación excesiva de la vida social ordinaria, pero posee una confianza y un conocimiento subconsciente de que tiene una larga vida por delante».
Esto determina una forma de vida desafiante que con frecuencia acaba en un hospital mental, aunque de vez en cuando surja de sus filas algún salvador. Como Prometeo, a veces cuenta con fuerza y resistencia suficientes para triunfar sobre el poder establecido.
No estoy totalmente seguro de ser un 235, aunque hay días en que corro y sé que soy un zorro. Días en que siento al sabueso en mi persecución, días en que apelo a todo cuanto es rápido para huir de él entre una neblina de lágrimas y carcajadas. Eso ocurre cuando me caza, aunque sé que no cobrará la pieza: sé que al final el sabueso corre junto al zorro. No me cazará hasta que yo sepa lo que necesito saber y haga lo que se supone que tengo que hacer.
No se necesita un ojo entrenado para distinguir a un maratoniano de un apoyador de fútbol americano, ni para diferenciar a ambos de una persona sedentaria que prefiera quedarse flotando en el agua y charlando con sus compañeros. Cada uno tiene una constitución física para una tarea concreta. El corredor de fondo –frágil, delgado y de huesos finos− es capaz de desplazar su ligero cuerpo durante kilómetros y más kilómetros. El jugador de fútbol, atlético y musculoso, es, como dijo una vez Don Meredith, hostil, ágil y todas esas cosas maravillosas. Y el nadador blando, gordo y orondo nada por el agua como un delfín. En los deportes, el cuerpo determina la función. La capacidad obedece a la estructura.
La vida no es diferente. Nuestro trabajo, nuestro estilo de vida, debería ser nuestro juego. «Vivir en este planeta no es un infortunio –escribió Thoreau−, sino un pasatiempo; dado que las metas de las naciones más sencillas son los deportes de las más artificiales». Por eso, el componente dominante de la psique que convierte a una persona en corredor de fondo también determina su visión de las personas y la sociedad, de la comida y los viajes, de la educación y la disciplina, de los objetivos, de los valores y de la conducta que marca su «buena vida». No debe pillarnos por sorpresa que la «buena vida» sea muy distinta a la de un agresivo jugador de fútbol americano y a la de un ser social muy relajado.
Pese a lo cual, educadores, psicólogos, teólogos, sociólogos y filósofos siguen amparándose bajo ese gran paraguas y usan indiscriminadamente la palabra «nosotros» y otras de valor colectivo, e imposiciones como «debemos», «deberíamos», o «tendríamos» que hacer esto o lo otro.
Intentan establecer un sistema general para la ética y la psicología. Intentan decirnos cómo actuar y reaccionar. Intentan agrupar al maratoniano, al apoyador de fútbol americano y al ciudadano sedentario en un ser humano plural.
Y eso no funciona en los deportes. Tampoco funcionará en la vida. El dicho milenario: «Conócete a ti mismo» sigue siendo válido. Y la mejor forma de conocerte es mediante un análisis de tu estructura corporal y de su funcionamiento.
Los griegos fueron los primeros en reparar en ello. Aristóteles hubiera esbozado mi diagnostico basándose en la forma de mi nariz. Hi-pócrates habría examinado mi constitución física y habría predicho enfermedades futuras. Con posterioridad, los hombres se clasificaron por los humores corporales en sanguíneos, flemáticos, coléricos y melancólicos. Con el paso de los años, los hombres han determinado la conexión entre la constitución física del hombre y el modo en que actúa. Como todo en la naturaleza, la estructura determina la función.
Sin embargo, no fue hasta hace tres décadas cuando Sheldon convirtió su psicología constitucionalista en una ciencia legítima. Reparó en que estábamos compuestos de distintas relaciones de las tres capas primarias de tejido en el embrión: ectodermo (dermis y tejido nervioso), endodermo (intestinos) y mesodermo (hueso y músculos). Dependiendo de esta relación y del tejido dominante, fue capaz de predecir las capacidades físicas, la reacción a la tensión, las preferencias estéticas, la personalidad, el temperamento y el estilo de vida apropiado.
Leer a Sheldon es contemplar un nuevo mundo. Y aceptar a Sheldon es aceptarte a ti mismo con tus propias peculiaridades, y aprender a vivir con ellas, y también con las de los demás. Verte como una persona corriente y simpática sin importar lo raro que sea tu aspecto. Y ver a los demás como personas corrientes y también simpáticas, por difícil que sea de asimilar.
Casi siempre nos hemos equivocado porque