La organización familiar en la vejez. Ángela María Jaramillo DeMendoza

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La organización familiar en la vejez - Ángela María Jaramillo DeMendoza

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TABLA 27. Número de hijos sobrevivientes según generación y residencia

       TABLA 28. Estado civil según generación y residencia

       TABLA 29. Razón de probabilidades (sin UM en hogares de 3 y más vs con UM en hogares de 3 y más) según modelos de regresión logística

       TABLA 30. Proporción de personas mayores según estado civil y tamaño del hogar

       TABLA 31. Razón de probabilidades (jefaturas sin UM vs jefaturas con UM)

       TABLA 32. Proporción de personas mayores según estado civil y relación de parentesco

       TABLA 33. Razón de probabilidades (familia extendida; hogar compuesto vs pareja con niños) según modelo de regresión multinomial

      Expreso mi profundo agradecimiento a todas las personas que hicieron parte de este trabajo de investigación. En especial a los profesores Lucero Zamudio, Elisa Dulcey, Alejandro Angulo, Thierry Lulle y Fernán Vejarano, por la confianza, sus valiosas orientaciones y permanente acompañamiento.

      A la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana, en particular a mis colegas del Departamento de Sociología por incluir los estudios de población en el programa y respaldar las iniciativas.

      A las áreas de investigación: “Demografía y Estudios de Población” y “Procesos Sociales, Territorios y Medio Ambiente” del Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social (CIDS), de la Universidad Externado de Colombia, por sus espacios de trabajo e inspiración interdisciplinar.

      Al Centro de Población de la Universidad de Minnesota, principalmente al profesor Robert McCaa, por la confianza y sus excelentes aportes.

      A los profesores Deisy Arrubla, Yolanda Puyana, Ciro Martínez, Oscar Saldarriaga y Gabriel Gallego, por su valoración del trabajo y sus contribuciones para futuras investigaciones.

      A mis queridos amigos, Sulma, Yamile, Claudia y Rodrigo, por su escucha e incondicional apoyo.

      A mi familia, especialmente a Jorge, Emma, Oscar, Juan y Hans, por su amor.

      La vejez y la soledad no tienen que ir juntas, pero, con demasiada frecuencia, como lo demuestra el estudio de Ángela María Jaramillo sobre Colombia, el envejecimiento conduce al aislamiento de los viejos en condiciones muy desfavorables. Se ha comparado incluso ese descuido con la forma en que tratamos a los muebles viejos. Nos enfrentamos, pues, a la triste realidad de que el final de la vida sea para muchas personas una tragedia, cuando debería ser la culminación gozosa de todos sus esfuerzos por construir la sociedad.

      Buena parte del abandono que enfrentan los ancianos en ese periodo terminal se debe a los prejuicios que las sociedades han acumulado acerca de sus miembros más experimentados, por la sencilla razón de que muchos de ellos han sufrido problemas de salud o pérdidas en la capacidad de trabajar. Estos deterioros, padecidos por algunos, han hecho surgir el prejuicio errado de que la vejez es, en general, una enfermedad o una incapacidad, cuando, lo que está fuera de duda es que la sociedad que desprecia a sus viejos está enferma y es incapaz de regenerarse.

      Jaramillo comprueba que hoy, justamente cuando la esperanza de vida de los colombianos ha superado ya los setenta años, ese prejuicio no tiene una sustentación científica y que, mantenerlo, por ignorancia o inconsciencia, conduce a perder un significativo número de personas que pueden seguir contribuyendo a la construcción de la sociedad mediante sus habilidades y su ingenio. La prueba contundente es que, como sucede en otras partes del mundo, los hogares unipersonales de personas mayores empiezan a tener un peso significativo dentro de los arreglos que la sociedad colombiana realiza sin que sus dirigentes se enteren y, por consiguiente, sin que hagan un mínimo esfuerzo por ayudarles.

      Los cambios demográficos siempre han tomado por sorpresa a los gobernantes colombianos. El veloz descenso de la fecundidad de los decenios pasados encontró respuesta gracias a la iniciativa privada de algunos médicos que se dieron cuenta del fenómeno. Y, su consecuencia, el envejecimiento de la población sigue siendo un fenómeno desconocido en la práctica de la política pública, como lo comprueba Jaramillo, pero al cual empiezan a responder en forma adecuada algunos ciudadanos clarividentes, con sus propios medios.

      Entre las recomendaciones que la investigadora pone a consideración de sus lectores está la solidaridad, como la base de todas las demás medidas que se pueden imaginar para que la vida no termine de manera desastrosa. La solidaridad es, en efecto, el principio que sostiene las colectividades humanas, como lo descubrió la sociología en sus comienzos. Pero, como suele suceder en la vida real de los mamíferos pensantes, el cerebro límbico prevalece, con demasiada frecuencia, sobre el cerebro reflexivo. Así se entiende que en el diario trajín de los humanos salga, con frecuencia, lastimada la dignidad de las personas, porque la fuerza sustituye a la razón.

      La ancianidad, que trae consigo la plenitud del conocimiento y, por tanto, de la experiencia, también trae, por lo general, la disminución de la fuerza física de la persona. Esta es la apariencia engañosa en la que se apoya el prejuicio contra la vejez, pero la disminución de la fuerza no disminuye la dignidad del ser humano. La solidaridad es la única forma de refutar ese prejuicio y de iluminar el cerebro reptil para que los seres humanos de cualquier edad nos tratemos como seres humanos y no como sabandijas.

      Bienvenida la invitación de Jaramillo a esta nueva visión de la vida humana desde la perspectiva de aquellos que la conocen por su propia experiencia. Esta actitud puede beneficiar a la gente, cada vez más numerosa, dada la evolución demográfica de los humanos, incluidos los colombianos.

       ALEJANDRO ANGULO NOVOA, S. J.

      Las sociedades contemporáneas se encuentran en medio de importantes cambios demográficos, como el envejecimiento de las poblaciones. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), América Latina y el Caribe van a registrar entre el 2000 y el 2025 un aumento de 57 millones de habitantes mayores de 60 años, esto es, el comienzo de la vejez de las generaciones nacidas luego de la explosión demográfica de la segunda mitad del siglo XX. Para el 2050, se proyecta que el 23 % de la población de la región será mayor de 60 años. En Colombia, entre el 2000 y el 2020, esta población se duplicará, al pasar de 3,3 a 6,5 millones, con una tasa de crecimiento del 3,8 % para el 2019. Cerca del 12,3 % de la población total será de personas mayores. La edad mediana de la población será de 29,7 años; mientras que en el 2005 era de 25,3. La relación entre la población mayor y la menor será más simétrica: por cada persona mayor de 60 años habrá dos menores de 15 años; entre tanto, en el 2000 era de cuatro (Jaramillo, 2012).

      Este nuevo contexto demográfico es consecuencia de dinámicas sociales más amplias que se experimentaron en la mayoría de los países de América Latina durante el siglo XX, como las transiciones demográfica y epidemiológica, los procesos de industrialización y urbanización, los cambios educativos, entre otros. Estas transformaciones son parte de un proceso de largo plazo que se expresa en unas características poblacionales y de condiciones de vida muy distintas al inicio y al final del siglo (Flórez, 2000; Angulo y Vejarano, 2015). Un ejemplo es el cambio en los arreglos residenciales de la

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