Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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la forja de un libertario”

       PÓLVORA NEGRA DE ROBERTO MONTERO GONZÁLEZ: LA ZARZUELA SANGRIENTA DEL ANARQUISTA QUE NO ACTUÓ SOLO

       Mateo Morral: el anarquista que “no actuó solo”

       El viejo Espadón y la conjura anarquista

       El teniente Beltrán y el odio a la monarquía

       Conflicto de competencias y terrorismo de Estado

       La historia que se negó a cambiar y el anarquismo del escritor

       EL ASCENSO DE UNA CLASE SOCIAL: LA TIRANÍA DEL ESPÍRITU: O LAS CINCO MUERTES DEL BARÓN AIRADO DE JORGE NAVARRO PÉREZ

       El poder financiero y las reivindicaciones populares

       El destino de los banqueros y el triunfo del anarquismo

       CABARET POMPEYA DE ANDREU MARTÍN Y LA VIGENCIA DEL ANARQUISMO

       El Trío del Pompeya y 1975

       Barcelona en 1920 y la educación libertaria

       Miguel Jinete: de anarquista a fascista

       El fracaso de la segunda república española y el anarquismo durante la Guerra Civil

       La disciplina y el remonte del fascismo

       La confusión anómica y el anarquismo pacifista

       CONCLUSIONES

       ANEXO 1. PANORAMA DE LA NOVELA DE CRÍMENES ESPAÑOLA DEL SIGLO XXI

       ANEXO 2. LA NOVELA DE CRÍMENES Y LA INDUSTRIA EDITORIAL EN ESPAÑA

       OBRAS CITADAS

       EL AUTOR

      Como consecuencia del estado de incertidumbre frente al orden normativo global, en el siglo XXI la novela dedicada a la criminalidad ha sufrido una profunda transformación. Hechos que exceden las previsiones normativas como la pandemia del covid-19 y las manifestaciones contra la supremacía blanca desatadas en Estados Unidos tras el asesinato de George Floyd se suman al calentamiento global, la deforestación generalizada, la contaminación del aire, el remonte de los índices de pobreza o la inequidad y sus consecuentes efectos en la población mundial. La guerra comercial emprendida entre los Estados Unidos y China, la caída del Muro de Berlín en 1989, la desintegración de la Unión Soviética a finales del siglo XX y, en síntesis, la crisis del capitalismo vivida a principios del siglo XXI incide en el tipo de novela que se escribe y muy especialmente en la del género literario denominado en mis anteriores trabajos novela de crímenes.

      Ante las dinámicas del mercado, que ha generalizado la pauta del ánimo de lucro, la prelación de la economía sobre los individuos y los medios de comunicación, que tienden a homogeneizar la cultura en función del capital, la novela de crímenes se define como el género literario que da cuenta de un espacio de mayor o menor grado de anomia social, donde se rompe la presunta relación de causa-efecto que existía entre un crimen y su sanción. Se entiende la anomia como el contexto amplio de crímenes, en plural, derivado de un modelo económico injusto en el cual no hay sanciones ni conato de ellas para los verdaderos responsables. Mientras en la novela negra tradicional se mantenía o se sugería la sanción como consecuencia de un crimen aislado (conforme a la lógica legal clásica); en este tipo de novela, los crímenes se convierten en la regla general del sistema y poseen distintos cauces. Ya no se espera ni se sugiere un castigo para el responsable, pues este puede ser indeterminable, sistemático, difuso, o parte de una violencia sistémica en la cual todos estamos inscritos.

      Más allá de la totalidad burguesa que reproducía la novela negra — aquella derivada del principio liberal del imperio de la ley—, la novela de crímenes del siglo XXI describe un entorno social en el que predomina la falta de confianza en la norma. La sanción pierde su carácter sacrosanto, inevitable e irrefutable, pues la descripción de la realidad que la encumbró ha demostrado su fundamento: el dominio de una clase privilegiada. La novela de crímenes pone en duda el discurso impuesto por grupos de poder al resto de la sociedad y denuncia la violencia del Estado e instituciones inhumanas como la cárcel o la policía que aseguran el statu quo. Si el único objetivo vital es el lucro, el sistema ha acabado por aceptar los medios legales o ilegales para alcanzarlo. En tal contexto: “A la novela policial no le interesa, de hecho, reproducir de forma naturalista lo que esa Zivilisation considera la realidad, sino antes bien, destacar desde el principio el carácter intelectualista de esta realidad” (Kracauer, 1999, p. 25). Esta afirmación de Siegfried Kracauer, que bien puede entenderse como base del género, se ha ampliado en los últimos años dando lugar a distintas vías de expresión: hoy más que nunca la novela pone en entredicho la ratio que describía la moral burguesa y liberal, “el pensamiento que oscila libremente en el vacío, que solo se refiere a su vacío profano” (Ibídem, p. 81). Frente a esta ratio, buena parte de las manifestaciones narrativas del siglo XXI testimonian que el modelo económico globalizado, llámese capitalista o neoliberal, ha devenido él mismo en criminal y provoca una evidente confusión entre los ciudadanos. En su lugar, las novelas de crímenes de los últimos años sugieren el advenimiento de otra sociedad más allá del factor del capital como base del orden e incluso de la forma política dominante, la democracia liberal. Paradójicamente, la ruptura de la relación de causa-efecto que existía entre el crimen y la sanción implica el reconocimiento creciente de libertades individuales. Para los escritores de los últimos años es necesario el respeto por la naturaleza, la cooperación y la solidaridad entre ciudadanos, la aparición de distintos tipos de economía, incluidos modelos decrecientes o monedas alternativas, y el surgimiento de convenciones innovadoras de información y comunicación.

      En este orden de ideas, resulta relevante el análisis de novelas de crímenes no solo desde el punto de vista literario (de su estructura, por ejemplo), sino sobre todo desde su significado social y político. La resolución por fuera de la ratio económica y el reconocimiento de la anomia social constituyen una fisura epistemológica para visualizar otras formas de organización social. Este propósito responde a la propia evolución de la cultura y, sobre todo, a aquella del campo de la criminología. De antiguo, la relación entre las conductas individuales y la función del Estado ha tenido dos enfoques que influyen en las consideraciones contemporáneas sobre la anomia: el primero, en la línea del sociólogo francés Émile Durkheim (1858-1917), gravitaba en torno a la facultad represiva de ese Estado; y, el segundo, expuesto por el filósofo y poeta también francés Jean-Marie Guyau (1854-1888), se vinculaba con la capacidad humana de anticipar un orden más justo. La primera teoría es calificada de pesimista, pues cuenta con la reacción consecuente del Estado, mientras que a la segunda se le critica su optimismo porque supone el reconocimiento de un amplio margen de libertad individual. En el campo de la literatura, el escritor francés Jean Duvignaud (1921-2007) expone así este último efecto (1990):

      […] Los hechos anómicos constituyen un paso de una fase a otra, de una estructura sistemática de un lenguaje a una no-estructura que suprime por un instante toda congruencia establecida, al tiempo que abre una brecha, una iluminación, en medio de los discursos instituidos. Y ello independientemente del desorden que provocan inevitablemente también [produce] el encuentro, la confusión, el cortocircuito entre lenguajes o series diferentes. (p. 93)

      Esta situación coyuntural de la sociedad se verifica en la historia y la literatura

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