Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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en la contemporaneidad.

      Con lo anterior, se llega al apartado de “Conclusiones”, donde se evalúan los resultados de estas reflexiones con respecto a las características del género estudiado y las novelas escogidas con nuevas perspectivas para trabajos posteriores.

      Finalmente, se presentan dos anexos: un panorama de la producción de la novela de crímenes en la España del siglo XXI, dividido este —solo por intereses metodológicos— en comunidades autónomas, con énfasis en la producción editorial barcelonesa, foco ineludible de la producción del género; y un breve análisis de la industria editorial del país relacionado con el género estudiado.

      Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España es el resultado del proyecto de investigación “La anomia en la novela de crímenes en España”, financiado por el Comité para el Desarrollo de la Investigación (CODI) de la Universidad de Antioquia, Colombia. Constituye la tercera etapa de la macroinvestigación “La anomia en la novela de crímenes”, que cuenta con numerosas publicaciones (2010-2019) en las que se puede verificar la evolución del concepto de anomia aplicado a la literatura que define la novela de crímenes contemporánea. Entre dichas publicaciones, las más importantes son La anomia en la novela de crímenes en Colombia (2012) y La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social (2017).

      Estas investigaciones han tenido amplia difusión a través del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro que he dirigido y se ha realizado ininterrumpidamente desde el año 2010, y de los libros derivados del evento: Crimen y control social. Enfoques desde la literatura (2012); Trece formas de entender la novela negra. La voz de los creadores y la crítica literaria (2012); Novela negra y otros crímenes. La visión de escritores y críticos (2013); Víctimas, novela y realidad del crimen (2014); Fronteras del crimen. Globalización y literatura (2015); Memoria de crímenes. Literatura, medios audiovisuales y testimonios (2017); Justicia y paz en la novela de crímenes (2018) y República, violencia y género en la novela de crímenes (2019).

      Agradezco el apoyo de la Universidad de Antioquia y de las personas que me acompañaron en esta tercera etapa del proyecto: al Grupo Estudios Literarios (GEL) —y en especial al profesor Juan Fernando Taborda— que en el marco de la línea de investigación “Novela de crímenes” ha apoyado este trabajo; al filólogo y artista plástico Esteban Arango Montoya, coinvestigador, quien me ayudó a ubicar la novela de crímenes española en el campo de la geopolítica mundial y elaboró la ilustración de la portada de este libro; al historiador y candidato a magíster de la Universidad de Antioquia Carlos Andrés Arroyave, estudiante en formación de esta investigación, quien me ayudó a sistematizar la profusa información bibliográfica de los más de novecientos registros bibliográficos con que cuenta; y a mi esposa, Ángela María Ramírez Zapata, magíster en Literatura y candidata a doctora por la Universidad de Salamanca, quien colaboró en la revisión de este libro.

      A todas las demás personas que participaron en la ejecución de este proyecto, que supone numerosas diligencias académicas y administrativas, les manifiesto asimismo mi sentida gratitud. Quisiera mencionarlas a todas, pero a falta de espacio escrito lo haré personalmente. Confío, como lo he hecho con mis anteriores trabajos, en que esta investigación sirva de precedente para otras de este tipo a fin de dilucidar el significado social de una creciente producción literaria dedicada a la criminalidad.

      Durante años, Occidente se ha identificado principalmente por el capitalismo, entendido este a un mismo tiempo como modelo económico y como sistema de organización social. Según Adam Smith (1723-1790), considerado por muchos su fundador intelectual, este modelo se desarrolló en Europa cuando la urbanización, la monetización, el autoempleo, el mercantilismo y la aparición de intermediarios en la distribución de bienes y servicios sustituyeron el sistema feudal. En términos generales, en el capitalismo el dominio de la propiedad privada sobre los medios de producción determina el nivel de influencia, movilidad y autonomía de los individuos. Su estructura se fundamenta, por tanto, en una organización racional del trabajo y los medios de producción; y en la estructura social derivada de ello: las clases pudientes controlan el capital y se benefician de la plusvalía generada por los obreros; y estos, por su parte, trabajan por un salario que les permite adquirir bienes y servicios.

      Este modelo económico se ha mantenido a lo largo del último siglo, por oposición al modelo comunista, que fracasó tras la caída de la Unión Soviética en 1991. La pugna suscitada hasta entonces entre estas dos formas de organización social y política, el capitalismo y el comunismo, favoreció la asociación del primero con la democracia liberal y del comunismo con la llamada “tiranía” soviética, de acuerdo con la propaganda estadounidense diseñada en su contra. De este modo, hasta finales del siglo pasado, periódicas crisis del capitalismo (la Gran Depresión de 1929; los acuerdos de Bretton Woods de 1944; las crisis del petróleo de 1973, 1979 y 1980; el denominado Lunes Negro de 1987 y la crisis de Asia de 1997, entre otros) sirvieron de pretexto para llevar a cabo intervenciones específicas para salvar el modelo, que favorecían, de acuerdo con organizaciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el orden político global. En los primeros años del siglo XXI, sin embargo, las crisis económicas subsecuentes y las medidas tomadas por los órganos reguladores de la economía mundial han revelado una lógica puramente económica que favorece a los dueños del capital en desmedro de las clases trabajadoras.

      Lo anterior, se evidenció a partir del año 2008 tras el colapso del sistema financiero mundial, cuando el mundo fue testigo de una de las periódicas crisis económicas del capitalismo: la denominada Gran Recesión causada por “el estallido de la burbuja hipotecaria en Estados Unidos” (Croce, 2018, párr. 1). Todo comenzó en el año 2005, con el otorgamiento descontrolado de créditos hipotecarios de los bancos a personas sin condiciones de pago. Estos créditos fueron convertidos después en bonos de vivienda, comercializados por los mismos bancos entre inversionistas “con la complicidad de las agencias calificadoras, que hicieron la vista gorda y se lucraron con la jugada” (Ibídem, párr. 3). Aunque al principio los bancos involucrados registraron récords en ganancias, no pasó mucho tiempo para que empezaran a acumular pérdidas. El 16 de marzo de 2008 se produjo la quiebra del Banco de Inversiones Bear Stearns y el 6 de septiembre del mismo año el Departamento del Tesoro de Estados Unidos autorizó el rescate de las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, que se enfrentaban entonces a una mora de 1,4 trillones de dólares, equivalente al 40% de todas las hipotecas en Estados Unidos (Amadeo, 2019). Por su parte, el banco Lehman Brothers, cuya deuda ascendió a 691 mil millones de dólares, la más alta en la historia de Estados Unidos, fue puesto en venta. Dicha transacción, sin embargo, no alcanzó a materializarse, pues el 15 de septiembre de 2008 el Banco —uno de los “mayores bancos de inversión del planeta” (Ibídem, párr. 2)— tuvo que declararse en quiebra, arrastrando consigo la economía mundial. Su derrumbamiento fue tan devastador que ha sido considerado “la mayor quiebra en la historia estadounidense” (Croce, 2018, párr. 4), al menos hasta la crisis de 2020 desatada por la pandemia del covid-19, cuyos efectos sin duda resultarán demoledores. Esta última crisis sanitaria, sin embargo, no es considerada en este análisis, en primera instancia, porque aún está en curso y su implicación en la literatura solo será tangible en el futuro y; en segundo lugar, porque desde la perspectiva de este análisis solo confirma la falibilidad del capitalismo. De hecho, el FMI ha anunciado que “en 2020 se producirá la peor crisis financiera global de la historia” (RTVE, 2020).

      La crisis financiera de 2008 no solo quebró a miles de compañías y dejó a millones de empleados en las calles, sino que generó una ola global de suicidios, con una cifra que se estima aproximadamente en 6.566 muertes, según una investigación que incluye treinta y seis países (Lambe y Wisniewski, 2018, párr. 5). Con todo, la peor consecuencia del problema financiero fue la crisis de legitimidad que afectó a los gobiernos y partidos políticos de todos los colores,

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