Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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anomic situation, but just such situations are favourable to change” (Ibídem, p. 293). De tal modo, las comunidades cuentan con recursos originales de los que carece el gobierno central: “in them, there is a germ of imagination which is lacking in large-scale, centralized government administrations” (Ibídem, p. 293). De ahí que exista cierta “independencia social”, esto es, la capacidad de las comunidades para autogobernarse que ha sido negada por las élites dominantes:

      Shebika is a social electron, which, if it is given the tools, can create a new situation quite on its own. The political independence of the new Third World countries must be followed by social independence, which today does not exist. The elite group which won political freedom has become a petrified ruling class whose very existence broadens the gap between city and steppe. (Ibídem, p. 292)

      A diferencia de Waldmann, cuya visión de la anomia en el Tercer Mundo es bastante pesimista, Duvignaud considera esta situación como un estado de crisis que precede a la transformación social. En este sentido, Duvignaud subraya la necesidad de un sistema en el cual las decisiones se tomen a nivel comunitario y de ahí se extiendan al nivel gubernamental, tal como el sistema que defendía el anarquista francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) en su obra El principio federativo [1863] (1985). De hecho, Duvignaud menciona a Proudhon, sobre quien dice:

      The spontaneous capability of small groups has not been given its true worth since Proudhon, and it is here that, today, we should seek a new way of accomplishment, beyond the illusions and errors of the various forms of state or central government control. (Duvignaud, 1970, p. 292)

      Según Duvignaud, este modelo debe extenderse al planeta entero, en contraposición a un ordenamiento basado en un marco legal externo.

      De este modo, el curso hacia una moral sin sanción ni obligación se ha seguido incentivando en un proceso de individualización propio de las sociedades democráticas. Así lo precisa el filósofo catalán Jordi Riba (2008), para quién “La anomia se justifica por el proceso de individualización que la humanidad sufre. No hay que lamentarse de tal proceso sino, por el contrario, construir una moral que tenga en cuenta tal modificación” (p. 336).

      Desde el punto de vista de este trabajo, se puede afirmar que en la actualidad la anomia positiva se expresa principalmente en una peculiar lucha de clases de la más variada índole. Aunque algunos de los teóricos mencionados han prescindido de la clase como categoría de análisis de la realidad social debido a sus eventuales limitaciones conceptuales, puede decirse que en ninguno de ellos tal categoría ha perdido completamente su vigencia. Algunos tratan de distinguirla de la noción de “estrato”, por ejemplo, de grupo o colectivo, pero no logran desdibujarla del todo de su análisis. De una u otra manera, lo que resulta evidente es que el concepto sufre una transformación para adecuarse a la realidad del nuevo siglo donde confluyen personas de variado origen o diversas circunstancias. Según Ralf Dahrendorf, en su concepción marxista, la categoría se definía de acuerdo con cuatro factores: la propiedad de los medios de producción, que genera una división entre propietarios y aquellos que no lo son; el poder político, pues la propiedad del aparato productivo de una nación aumenta el poder político de la clase propietaria al otorgarle los medios para imponer sus ideas sobre la sociedad; los intereses particulares, que logran imponerse sobre los intereses individuales y explican la transferencia de miembros de una clase a otra en periodos de lucha revolucionaria; y el nivel de organización, ya que como señala Marx “in so far as the identity of their interests does not produce a community, a national association, and political organization —they do not constitute a class” (Dahrendorf, 1959, p. 13). En todo caso, el trasfondo de la anomia social es la división de clases y sus contradicciones fundamentales. El conflicto entre los dueños de los medios de producción y las multitudes vulnerables busca resolverse en urgentes cambios sociales.

      Lo que se le critica a la categoría marxista de la lucha de clases son diferentes aspectos. En primer lugar, como señala Dahrendorf, “the role of property in Marx’s theory of class possess a problem of interpretation” (Ibídem, p. 21). Marx no definió con detalle a qué se refería cuando hablaba de “relaciones de propiedad”: si a la exclusividad de un control directo o a un derecho de propiedad en conexión con ese control. Esto es importante definirlo ya que en el primer caso las relaciones de propiedad se refieren a “relations of factual control and subordination in the enterprises of industrial production” (Ibídem, p. 21) en las que el capitalista ejerce un control directo en el proceso de producción; mientras que, en el segundo caso, haría referencia a relaciones meramente nominales, basadas en un “legal title of property” (Ibídem), en las cuales el control no se ejerce directamente dado que los capitalistas no tienen ninguna relación directa con el proceso de producción, sino que son, simplemente, propietarios. En palabras de Marx: “mere owners, mere money capitalists” (Ibídem, p. 22). Además de esto, existen otros dos aspectos: el determinismo económico de la noción, ya que Marx vincula de un modo mecánico las relaciones de propiedad con el poder político, y la cuestión de los intereses de clase, los cuales supuestamente son comunes a varias personas, afirmación que riñe con la idea de intereses personales.

      Ante tal cuestión, para el literato Michael Hardt (1960) y el filósofo italiano Antonio Negri, “el concepto de clase trabajadora es fundamentalmente un concepto restringido, basado en exclusiones. En la más limitada de estas interpretaciones, la clase obrera se refería al trabajo fabril, excluyendo así otro tipo de clases trabajadoras” (2004, p. 134). Frente a esto, los autores proponen una actualización de la categoría de clase marxista: el problema de las relaciones de propiedad pasa a un segundo plano, ya que las nuevas formas del trabajo inmaterial desdibujan la disyuntiva entre control directo del proceso de producción y control indirecto. En las nuevas formas de trabajo inmaterial, la labor no se ejerce solo en el lugar de trabajo o en la fábrica, sino que abarca la generalidad de la vida del individuo, incluso el ámbito doméstico, que se ha convertido en lugar de trabajo: “En el paradigma industrial, los obreros producían casi exclusivamente dentro del horario fabril. Pero cuando la producción se encamina a resolver una idea o una relación, el trabajo tiende a llenar todo el tiempo disponible” (Ibídem, p. 141). El sujeto revolucionario ya no se limita al proletariado, sino que se multiplica, abarcando a todas las clases que están bajo el dominio del capital; de ahí que lo denominen multitud: “en nuestro planteamiento inicial concebimos la multitud como la totalidad de los que trabajan bajo el dictado del capital y forman, en potencia, la clase de los que no aceptan el dictado del capital” (Ibídem, p. 134).

      El concepto de multitud como nuevo sujeto revolucionario de la historia se puede constatar en las protestas contra la globalización y el neoliberalismo que, hoy por hoy, están sacudiendo el mundo en diferentes lugares. La red compuesta por las multitudes representa ahora el nuevo modelo de lucha en el mundo entero contra los magnates del capital. Las protestas de los llamados Chalecos Amarillos (des gilets jaunes) en Francia, aquellas contra las medidas económicas de Lenin Moreno en Ecuador, las manifestaciones de Hong Kong, Chile, Uruguay o Colombia, entre otros países, demuestran el agotamiento mismo del modelo económico. Los alzamientos populares en contra de los gobiernos neoliberales y el rechazo unánime contra las políticas de los otrora alabados organismos multilaterales, llámense Banco Mundial, FMI o UE, son una prueba de ello. Ya en el anterior capítulo se mencionaron, entre otros, los movimientos sociales de la España contemporánea y las nuevas formas de anarquismo, que suponen la comprensión actual de la dialéctica entre multitud y élite poderosa.

      En tal sentido, sin lugar a duda, se puede hablar de anomia positiva sobre la base de esta peculiar lucha de clases, pues, como lo señala Dahrendorf, toda desviación de la norma, es decir, de lo establecido institucional y legalmente deviene en un motor del cambio estructural. La ola de manifestaciones contra el orden neoliberal caduco y disfuncional es el augurio de una sociedad más libre, diferente de la actual. Desde estos puntos de vista más o menos positivos de la anomia social, se puede afirmar que, en efecto, una situación de crisis puede verse como anuncio de un sistema más justo. Y, dentro de esta perspectiva, ningún campo de conocimiento podría ser más eficaz para verificar una transición que el de la literatura y aquí, la novela,

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