Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España - Gustavo Forero Quintero Espacios

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El espectro ideológico de la Izquierda es múltiple, aunque, de acuerdo con lo señalado antes en este trabajo, la cuestión de la lucha de clases contemporánea, donde multitudes cada vez más pobres se oponen a élites cada vez más ricas, se mantiene como constante transversal de los distintos discursos. La previsión de un mundo más justo, sin represión militar y policiva, sin jerarquías, en igualdad, con redistribución de recursos, trabajo digno, renta mínima, seguridad alimentaria, aire puro o agua potable para todos, surge como utopía.

      Esta oposición de variado matiz social y político parte de una desconfianza radical hacia el Estado, que se erige como protector del capital por encima del ciudadano. Dentro de estos movimientos, resaltan para efectos del análisis aquí propuesto los grupos anarquistas —que tienen a su vez una amplia gama de matices, que van desde los pacifistas hasta grupos denominados “terroristas”—, quienes buscan la desaparición del Estado y defienden la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad. Su importancia radica en que reconocen y confrontan la anomia existente, abogando por un sistema sin instituciones represivas en el que el individuo sea eje ético y moral. Su cercanía con la visión optimista de la anomia social en la novela de crímenes actualiza, por tanto, el anarquismo como utopía libertaria y el anticapitalismo como una opción posible para la vida social, tal como se verá en las novelas que serán analizadas.

      Desde una perspectiva sociológica, el concepto de anomia se utiliza generalmente para referirse a situaciones de desgobierno, ya sea por la carencia de leyes, su falta de aplicación o mal funcionamiento. En tal contexto, la teoría de la anomia positiva constituye aquella vertiente discursiva que valora con optimismo esta ausencia de un riguroso marco legal, pues en principio se opone a todo ordenamiento social basado en una moral o regla externa que pretenda imponerse obligatoriamente. Así lo planteaba, hace años, el anarquista ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) en su texto Anarchist Morality, en el que cuestionó la validez de una moral universal inapelable: “Why should I follow the principles of this hypocritical morality? […] Why should any morality be obligatory?” (1897, p. 4). Efectivamente, para Kropotkin y quienes desde entonces comparten su punto de vista, la anomia es el principio con base en el cual se deben articular las sociedades, pues es la moral del futuro. En la misma línea, según Jean-Marie Guyau (1854-1888): “[L]a variabilidad moral que por tal motivo se produce, la consideramos […] como la característica de la moral futura; esta, en gran cantidad de puntos, no será solamente αυτονομος (autónoma), sino ανομος (anómica)” (1905a, p. 6). Y aunque en general ha predominado la tendencia contraria, formulada por Emile Durkheim (1858-1917), que insistía en la sanción como respuesta a toda situación de relajamiento legal, la perspectiva positiva siguió desarrollándose a lo largo de la historia contemporánea. Así, el sociólogo y psicólogo francés Jean-Gabriel Tarde (1843-1904) también concibió la acción humana como fruto de la interacción entre los individuos —una probable “mente grupal”— que los conduce a actuar por imitación o por innovación en los márgenes de la ley. “Gardons-nous de cet idéalisme vague; gardons-nous aussi bien de l’individualisme banal qui consiste à expliquer les transformations sociales par le caprice de quelques grands hommes” (Tarde, 1993, p. 21), afirmaba. Un poco más tarde, desde Norteamérica Pitirim Sorokin (1889-1968) y Florian Znaniecki (1882-1958) hablaron de la dilución o disolución de identidades y, a propósito de ello, estudiaron la relación entre un grupo social dominante y otro minoritario de inmigrantes en un país como Estados Unidos. El contrato social y cultural permitió ver en esos casos la relatividad de las normas —incluso en términos de territorios urbanos y rurales— y el carácter positivo de la “disidencia” conductual de algunos individuos. En la misma línea, el sociólogo estadounidense William I. Thomas (1863-1947) afirmó, en relación con la emigración de la población polaca a Estados Unidos, que: “the Polish immigrants whom America receives belong mostly to that type of individuals who are no longer adequately controlled by tradition and have not yet been taught how to organize their lives independently of tradition” (Znaniecki y Thomas, 1996, p. 7), lo que confirma la relatividad de las reglas sociales en la vida de esos inmigrantes.

      En el mismo sentido, los estadounidenses Clifford Shaw (1896-1957) y Henry D. McKay (1899-1980) desarrollaron la teoría de la “desorganización social” (1942), analizaron la importancia del entorno vinculada con la delincuencia juvenil en las calles y propusieron una visión optimista de la conducta “desviada” para el progreso social. Específicamente, lo que notaron ambos autores fue que la criminalidad variaba de acuerdo con el área urbana en que se presentaba y el problema persistía en muchos casos pese a los cambios demográficos. En determinados entornos, las conductas criminales eran transmitidas como parte de un aprendizaje, de una “tradición criminal”. Estos autores establecieron así las variaciones en niveles de criminalidad de un contexto a otro e indicaron la existencia de medios ilegales establecidos en ese contexto para la actividad criminal. En efecto, la actividad criminal no solo surge cuando no hay medios institucionales para la satisfacción de los deseos, pues también se necesitan la existencia de medios ilegales a disposición, sin lo cual es imposible el desarrollo de la empresa criminal (Shaw y McKay, 1942). Así, esta teoría complementó la reconocida tesis de Robert K. Merton, para quien la anomia era el resultado de la falta de concordancia entre los objetivos culturales establecidos socialmente y los medios legales para alcanzar tales objetivos: “aberrant behavior may be regarded sociologically as a symptom of dissociation between culturally prescribed aspirations and socially structured avenues for realizing these aspirations” (1968, p. 201).

      Aunque es difícil seguir de manera sistemática el curso de la perspectiva optimista de la anomia social, tal como he hecho en mis trabajos anteriores, se pueden mencionar algunos teóricos posteriores afines a ella: los norteamericanos John I. Kitsuse (1923-2003) y Malcolm Spector (1943), por ejemplo, en su libro Constructing Social Problems exponen cómo la desviación de la norma y de los medios institucionales por parte de un grupo determinado puede ser el preámbulo de un nuevo orden social: “Their focus shifts from complaints and protests against the establishment procedures to creating and developing alternative solutions for their perceived problems” (1977, p. 153). Es así como, en un momento dado, surgen nuevas instituciones u organizaciones sociales paralelas a las ya existentes: “residents of neighborhoods or minority groups who claim lack of police protection form vigilante patrols for their own communities. Underground newspapers emerge to provide news for and about populations ignored by the conventional press […]” (Ibídem, p. 153).

      Debe hacerse mención especial del sociólogo y psicólogo estadounidense David Riesman (1909-2002), quien estudió el carácter aislacionista de una sociedad y las diferencias relativas entre personas de distintas regiones o grupos disímiles. Su análisis se concentró en la anomia individual a la que percibió como un síntoma de incomodidad que auguraba el desarrollo del sujeto hacia la autonomía. Para Riesman, solo las circunstancias personales de un individuo podrían “preserve him from anomie and prevent him from being placed in situations which might encourage moves towards autonomy” (1954, p. 301). En ese sentido, la anomia no es un fin en sí mismo, sino un medio a través del cual es posible alcanzar una mayor libertad personal, por lo que su visión se relaciona indirectamente con el concepto de anomia positiva.

      Desde otra perspectiva, y en oposición al método de Riesman, el sociólogo y activista político norteamericano Richard A. Cloward (1926-2001) rechazó la premisa de la delincuencia como asunto meramente individual. En la misma línea de la teoría criminológica de Shaw y McKay, Cloward considera que el entorno desempeña un papel fundamental en la emergencia de la actividad criminal: “in other words access to criminal roles depends upon stable associations with others from whom the necessary values and skills may be learned” (1976, p. 170). Además, considera que el estrato social y la clase son una variable para determinar esta elección:

      The pre-requisite attitudes and skills are more easily acquired if the individual is a member of the lower class; most middle and upper class persons could not easily unlearn their own class culture in order to learn

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