Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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social propuesta por Shaw y McKay, pues, desde su punto de vista, detrás del “desorden” social hay un “orden” criminal en el que las variantes de lugar y clase son fundamentales.

      A los anteriores autores, se puede sumar el sociólogo y filósofo germanoinglés Ralf Dahrendorf (1929-2009), uno de los fundadores de la teoría del conflicto social, que analiza la situación de la “subclase de los excluidos”, quienes ofrecen respuestas particulares a situaciones de desorganización social. Para él: “any deviation from the values (normative structure) or institutions (factual structure) of a unit of social analysis at a given point of time […] shall be called structure change” (Dahrendorf, 1959, p. 238). Esto significa que la desobediencia a las normas de una sociedad determinada puede constituir un presupuesto para el cambio social, para la creación de una sociedad nueva.

      Otra propuesta destacable es la del filósofo francés Bruno Latour (1949), representante de la actor network theory. Este autor habla de una “ecología política”, donde, para responder a la cuestión de la anomia que puede definir en su naturaleza la crisis actual del planeta, una Constitución o normativa fundamental debe acoger las distintas vertientes de la realidad e, incluso, de los objetos en interacción con los sujetos (fenómeno contemporáneo definido por el poder de la tecnología). Ciertamente, para Latour es urgente abordar la situación actual desde este punto de vista puesto que las circunstancias críticas de la humanidad en términos de subsistencia así lo demandan: “no se trata de una guerra mundial, sino de una acumulación de guerras mundiales” (Mora, 2013, párr. 66). Desde esta perspectiva apocalíptica —de gran pertinencia para entender los efectos del covid-19—, es necesario prepararse para la guerra, lo que implica que hay que despojarse de las visiones organizacionales del siglo XX. En el caso de la sociología, esto significa prepararse para “dejar de lado categorías como iniciativa, estructura, psiquis, tiempo y espacio junto con toda otra categoría filosófica y antropológica, no importa cuán profundo parezcan estar arraigadas en el sentido común” (Latour, 2008, p. 44). Para este autor, la sociología no debe “imponer un orden por anticipado” (Ibídem, p. 42), sino permitir que los actores de un sistema construyan ese orden: “No trataremos de disciplinarlos ni hacerlos encajar con nuestras categorías; los dejaremos desplegar sus propios mundos y solo entonces les pediremos que expliquen cómo lograron establecerse en ellos” (Ibídem, p. 42). Al respecto, cabe añadir que Latour no se está refiriendo exclusivamente a seres humanos, pues según la actor network theory un actor “no es la fuente de una acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia él” (Ibídem, p. 73). Esto significa que, en el desarrollo de una acción, los agentes no solo son individuos, las cosas, incluida la naturaleza, también pueden serlo. En general, los teóricos de la actor network theory prefieren hablar de “actantes”, un término que toman de la teoría literaria para referirse a los agentes de la acción, sean estos concretos o abstractos:

      […] esto debido a que, por ejemplo, en una fábula se puede hacer actuar a un mismo actante por medio de una varita mágica, un enano, un pensamiento en la mente del hada o un caballero que mate dos docenas de dragones. (Ibídem, p. 84)

      La actor network theory resulta pertinente para este marco teórico precisamente por plantear una sociología en la que los actores sociales son quienes determinan lo social desde la pluralidad de sus visiones individuales, no desde un marco externo. Así, su relación con la anomia positiva es evidente, pues concibe como positivo un estado de cosas en el cual los agentes de la acción son quienes determinan individualmente las reglas, los procesos y las dinámicas sociales.

      Otra vertiente del pensamiento contemporáneo con una visión positiva de la anomia la representa el movimiento cyberpunk, cuya influencia se extiende también a la literatura. En efecto, si para la actor network theory la interacción entre humanos y objetos desempeña un papel fundamental en la creación de la vida social, para los teóricos de este movimiento el individuo vive inmerso en la tecnología: “one of the most popular means of representing this relation has been to figure the human subject as immersed in a vast and inescapably complex technological space” (Rutsky, 1999, p. 14). De este modo, los objetos tecnológicos y humanos interactúan constantemente. En realidad, los llamados cyberpunks posmodernos llevan hasta las últimas consecuencias las ventajas que las tecnologías brindan para la libertad individual, pues consideran que ellas son un medio de empoderamiento de los individuos frente a los aparatos del Estado. Así lo expresa el poeta y músico cyberpunk John Perry Barlow (1947-2018) en A Declaration of the Independence of Cyberspace: “We have no elected government nor are we likely to have one, […] you have no moral right to rule us nor do you possess any methods of enforcement we have true reason to fear” (Barlow, 1996, párr. 2). Es por ello por lo que los personajes de la literatura cyberpunk han sido considerados como imitaciones del prototipo del rebelde social:

      […] more commonly, however, the rebellious punk heroes of cyberpunk seem to derive from the largely young white male subculture of computer hacking, in which the sense of rebellion, desire for intensity, and romanization of street life, so apparent in young male drug and rock culture (including MTV) is transferred into the seemingly incongruous realm of computer and telecommunications technology. (Rutsky, 1999, p. 118)

      En el mismo campo del Punk, el escritor británico Mark Fisher (1968-2017), crítico del capitalismo mundial en función de la música y la cultura popular, autor de Capitalist Realism: Is There No Alternative?, afirma:

      What needs to be kept in mind is both that capitalism is a hyper-abstract impersonal structure and that it would be nothing without our co-operation. The most Gothic description of Capital is also the most accurate. Capital is an abstract parasite, an insatiable vampire and zombiemaker; but the living flesh it converts into dead labor is ours, and the zombies it makes are us. (2009, p. 15)

      De este modo, se puede afirmar que la relación del cyberpunk con la anomia positiva es bastante estrecha debido a su oposición frontal contra todo tipo de autoridad externa, especialmente aquella relacionada con el capital y la productividad.

      Otro aporte de gran interés es la perspectiva del abogado y sociólogo Peter Waldmann (1937) expuesta en su libro Guerra civil, terrorismo y anomia social (2007). Aunque España no entra en su análisis, que se circunscribe a Colombia y América Latina, hasta cierto punto puede servir de modelo de referencia para la teoría de la anomia positiva. En el apartado titulado “La anomia en el Tercer Mundo”, Waldmann señala que en los países latinoamericanos se observa “un control rígido en lo relacionado con el cumplimiento de normas en parte insignificantes, de un lado, y la disposición a pasar por encima de reglas importantes por motivos nimios, de otro” (2007, p. 115). Desde esta perspectiva, en un momento y contexto determinados no hay claridad respecto al valor de las normas, ni sobre su aplicación. La anomia resultante de esta contradicción social, lejos de ser un problema, beneficia a las clases dirigentes de los países, pues “las estructuras normativas inconsistentes contribuyen considerablemente a dar a los ciudadanos la sensación de estar indefensos, a merced de instancias incontrolables, dependientes del poder y de la arbitrariedad de los grupos políticos dirigentes” (Waldmann, 2007, p. 117). En pocas palabras, para Waldmann la anomia del Tercer Mundo es una consecuencia de la debilidad del Estado, de la que se aprovechan determinados grupos de poder para imponerse, por lo que el “respeto a las leyes se sustituye, en esta constelación, por la ley del más fuerte” (Ibídem, p. 109). Así, paradójicamente, el ideal de un sistema sin sanción ni obligación proclamado por los defensores de la anomia positiva es una realidad en los países en desarrollo, aunque está muy lejos de ser un medio para alcanzar un sistema justo o equitativo.

      Por su parte, además de Herejía y subversión, reseñado en la Introducción de este trabajo, algunos estudios de Jean Duvignaud (1921-2007) hacen referencia a los países que incluye en la nominación de Tercer Mundo, donde efectivamente existe, desde su punto de vista, cierta anomia positiva. Así, con ocasión de una investigación que realizó en la aldea de Shebika, en Túnez, advirtió que: “sociology (and above all the sociology of development) finds in anomy (not anomaly or abnormality) a sign indicative

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