Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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esta misma línea, frente a la pregunta actual sobre por qué atrae tanto la novela negra, el escritor Andreu Martín, quien sin duda sirve de enlace entre dos generaciones (la de la Transición y la de la crisis de los últimos años), responde:

      Por muchos motivos, pero yo destacaría, sobre todo, porque trata de nuestros miedos cotidianos, exorciza aquello que sabemos que puede pasarnos pero deseamos que no nos pase jamás. Y, en el camino, hace la radiografía más descarnada de la sociedad criminal en que vivimos. (El País, 2013)

      Este juicio permite vincular a las dos generaciones de las que aquí se habla y sus propósitos literarios. Los escritores nacidos en la década de 1920 con producción literaria en el siglo XXI, que vivieron la dictadura y la Transición, se suman en un mismo propósito a los nacidos en la década de 1960, quienes han vivido la crisis financiera, los desahucios o el paro. Y aunque a los primeros autores se les adjudicó con frecuencia el “contenido social” y de hecho se afirma a menudo con respecto a sus obras que son una denuncia con carga política, el mismo propósito “antisistema” se reactiva en novísimas expresiones literarias de años recientes, escritas mayoritariamente por la segunda generación señalada. Si el grupo reunido en torno a la Semana Negra de Gijón en 1988, por ejemplo, hizo de la novela de crímenes una cuestión social, como evento, esta misma Semana está presente en la novela El blues de la semana más negra (2007), de Andreu Martín, donde la banda de jazz El Signo de los Cuatro llega a ofrecer un concierto en ese espacio y el joven saxofonista es confundido con un criminal. Algunos años después, en Destino Gijón (2016), de Susana Martín Gijón (1981), la misma Semana sirve de contexto para un misterioso asesinato que actualiza tanto el valor emblemático del certamen como la vigencia de sus objetivos iniciales.

      Con pautas comunes, el desencanto, la crisis del modelo capitalista y de la democracia y sus consecuencias en los individuos tienen diversas representaciones en las novelas de crímenes del siglo XXI. En este campo, resultan esclarecedores los estudios de José Antonio Fortes Fernández (2007) o Belén Gopegui (2008), quienes hablan del sentido político en la literatura desde una perspectiva muy distinta a la de los estudios de Mari Paz Balibrea (2002)3 y David Becerra Mayor (2013)4, entre otros, que plantean la superación posmoderna de la lucha de clases.

      En el siglo XXI, el ascenso de nuevas fuerzas políticas pone en entredicho la unidad ideológica burguesa, la ratio, que provocó la consolidación del género en España. Desde esta perspectiva, los escritores dan cuenta aún de las iniquidades del franquismo, del posterior desencanto que implicó la Transición, la recuperación de la memoria y las huelgas o movimientos sociales que resultan de la inconformidad actual frente al sistema; pero sobre todo de lo que en general se ha llamado la crisis del régimen del 78 que mantiene las polaridades sociales. Como afirma la escritora Cristina Fallarás al aludir a la novela negra de la crisis, designada para ella con las palabras “cronista o cómplice”, “Esta crisis vuelve a sacar la novela que existió en la transición, […] la novela negra vuelve a ser social” (2013, pp. 53-54).

      En términos generales, las novelas del siglo XXI constituyen mayoritariamente una continuación de la moral del desencanto que se percibía a finales del siglo XX, pero ahora en clave de rechazo absoluto de un sistema no solo político, sino económico que ha mostrado sus límites. Así lo expresan algunos de sus representantes: para el escritor Carlos Salem, por ejemplo:

      En la novela negra el asesino es el sistema, directa o indirectamente, que deglute a un montón de gente y lo que no le sirve lo escupe. Y esos huesos que escupe, de una u otra manera, es lo que buscamos contar, porque es lo que le pasa a más gente de lo que parece, y cada vez más. […] La novela negra no es la novela que habla del mundo del crimen, eso se amplió, la novela negra es la que habla del crimen que hay en el mundo, del crimen latente […]. (Boullosa, 2012, párr. 23)

      Para Marta Sanz, por su parte: “El género negro sirve muy bien para reflejar lo que yo considero (y lo voy a decir muy pedantemente) la violencia sistémica intrínseca al capitalismo” (Ibídem, párr. 13); mientras que para Carlos Zanón:

      A partir de la [S]egunda [G]uerra [M]undial, a partir de Vietnam, a partir de todas las mierdas, en Occidente se instaura la sensación de que ser moral es tener mala conciencia. Todos somos conscientes de que somos unos hijos de puta. De que nuestro sistema es un sistema injusto, de que puteamos al resto del mundo […] La mala conciencia generalizada hace que el propio sistema sea incapaz de lavarle la cara. Y cuando uno se pone a escribir no puede escribir que cree en el sistema. (Ibídem, párr. 18)

      A estas perspectivas, hondamente pesimistas con respecto al capitalismo, más que “desencantadas”, se suma la de Andreu Martín, autor reseñado a menudo en este trabajo por servir de puente generacional, quien en la entrevista de Anna Abella afirma:

      Los políticos nos tienen que tener contentos para que les votemos pero no sienten servitud hacia el ciudadano. Si de algo sirve esta inmensa crisis es para descubrirnos que los políticos son títeres y que quienes deciden son el amo de la Coca-Cola y las Moody’s y Lehman Brothers. (2011, párr. 6)

      Con perspectivas como estas, la novela de crímenes del siglo XXI en España constituye un encomiable registro de opciones ideológicas frente a la crisis social, política y económica del capitalismo global. Sus respuestas ilustran el estado de anomia que sufre el modelo neoliberal de la democracia moderna que se erigió como único y excluyente. En esta novela, se denuncian las razones económicas o culturales de la crisis, el consecuente malestar de la población y, sobre todo, la naturaleza de la confusión de los individuos derivada de tal situación. En términos generales, los ciudadanos, y aquí se incluyen escritores y personajes, claman por un cambio de sistema: del capitalismo a otras formas de vida en el marco de la economía solidaria, por ejemplo, o nuevas formas de organización social más incluyentes. En cuanto a la política local, de un cambio de la monarquía parlamentaria a la república, ideal de largo aliento en el país o, en algunos casos, del capitalismo globalizado a modelos anarquistas que permitan subsanar el malestar contemporáneo5.

      En tales términos, Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España ofrece en primer lugar una explicación de la crisis del modelo económico capitalista y, en particular, aquella del campo nacional español en clave de anomia social. En segundo lugar, precisa el concepto de anomia positiva, derivado principalmente de la propuesta teórica de Jean-Marie Guyau, a fin de preparar el terreno para el análisis de los textos escogidos. Desde tal punto de vista, se establecen las pautas de la novela de la crisis, se menciona un variado corpus de obras y escritores representativos y se analizan tres novelas que resultan emblemáticas para el tema: Black, black, black (2010) de Marta Sanz, que para algún crítico exige una “lectura insurgente sobre la violencia del sistema” (Anagrama, s. f.); Ajuste de cuentas (2013) de Benjamín Prado, “un meritorio primer intento de novelar la oscura realidad de la crisis en España” (Estruch, 2014, párr. 14) que se ocupa justamente del tema de la crisis financiera del país que llega a afectar incluso la ética de un escritor; y Con todo el odio de nuestro corazón (2013) de Fernando Cámara, novela que ha sido caracterizada como “distopía sobre un futuro próximo” (Barba, 2013, párr. 1), pues expone los efectos del neoliberalismo que ha llevado a personas de la clase media a refugiarse en comunidades periféricas de la ciudad donde se cuecen nuevas alternativas de organización social. A continuación, en la tercera parte de este libro, se ofrece un acercamiento general a las novelas de crímenes del anticapitalismo y el anarquismo y se incluye el análisis de cuatro obras que demuestran los cauces de la antigua ideología: El hombre que mató a Durruti (2004) de Pedro de Paz (1969) ofrece una peculiar tesis con respecto a la muerte del reconocido líder anarquista; Pólvora negra (2008) de Roberto Montero González (1965) recrea la hipótesis según la cual, en el atentado de mayo de 1906 contra los reyes de España, el anarquista Mateo Morral no actuó solo; La tiranía del espíritu: o Las cinco muertes del barón airado (2011) de Jorge Navarro Pérez discurre en torno a la relación entre la estética y la política para ofrecer su visión de la

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