Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España. Gustavo Forero Quintero

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demostraron la ausencia de normas que buscaran el bien común y buena parte de la solución propuesta por los gobiernos se centró en producir rescates para el sistema financiero por encima del auxilio a la población. La banca central concedió créditos a los bancos privados con el propósito de salvarlos de la crisis y mantener su liquidez de capital en perjuicio de la población que terminó haciéndose cargo de la deuda pública. La ausencia de sanción o conato de sanción para los responsables de la crisis, presupuesto de la anomia social a la que alude este trabajo, trajo consigo la deslegitimación del aparato estatal, la desconfianza generalizada frente al sistema, el surgimiento de movimientos sociales y la actualización de antiguas organizaciones creadas en contra del modelo económico y productivo.

      En el momento en que este libro se escribe, tal crisis puede entenderse como antesala de la pandemia del covid-19 o de las manifestaciones contra la supremacía blanca en Estados Unidos. Ambos hechos evidencian el desmonoramiento completo del sistema económico1: la muerte de más de setecientos cincuenta mil personas en el mundo revela, entre otros, las limitaciones del sistema sanitario en el marco del capitalismo global y, en particular, los efectos de los recortes en salud derivados de las crisis anteriores. Los miles de manifestantes que, a pesar de la pandemia, protestaron en Estados Unidos contra el racismo policial bajo el lema Black Lives Matter son el culmen de la lucha contemporánea de los grupos subalternos. Para Wim Dierckxsens y Walter Formento (2020, párr. 10):

      El coronavirus, en otras palabras, no es el causante del colapso bursátil sino la cobertura perfecta para los verdaderos responsables de esta gran crisis económica de raíz financiera: la Banca Central, la gran Banca privada transnacional y las grandes corporaciones transnacionales.

      Ciertamente, poco a poco, la ratio burguesa (aquella del crimen y la sanción automática con base en la ley) ha cedido su lugar a un discurso multipolar donde confluyen variados intereses. El llamado “secuestro de la democracia” que señalaba la organización humanitaria Oxfam en 2014 como efecto de la plutocracia explica tal lucha, pues “[…] cerca de la mitad de la riqueza mundial se encuentra en poder del 1 por ciento de la población, calculándose que posee en conjunto unos $110 billones de dólares” (Voz de América, 2014). El aumento de la riqueza en pocas manos y el empobrecimiento correlativo de la población mundial actualiza la dialéctica marxista entre una poderosa burguesía y el proletariado2.

      En tal sentido, Michael Hardt y Antonio Negri (2004) advierten la vigencia del concepto de lucha de clases en las nuevas circunstancias. La noción de multitud que describe a un grupo humano opuesto a quienes detentan los medios de producción supone una vía contemporánea para la comprensión de los conflictos sociales en el mundo entero. En esta misma línea, se puede tener en cuenta, incluso, que también para los anarquistas insurrecionalistas los ciudadanos de las sociedades postindustriales se dividen entre los que tienen derechos y los que no los tienen (Farré y Pallarés, 2016, p. 149).

      Por tal razón, grupos anarquistas y anarcosindicalistas, colectivos libertarios, anticapitalistas, antiglobalistas o autogestionarios y agrupaciones feministas, entre muchos otros que no sienten ni ven reconocidos sus derechos, han remozado sus fuerzas o consolidado sus banderas. Estos grupos se han restablecido o emergido como respuesta al problema de la distribución contemporánea de los recursos y la necesidad de instaurar un sistema más justo.

      La novela de crímenes de los últimos años en España, objeto de estudio de este libro, da cuenta de esa singular lucha de clases con carácter global, pues se vincula con la crisis del capitalismo desencadenada en el mundo entero, con múltiples actores en conflictos de contenido local. La oposición entre una “aristocracia del poder” en España, el “régimen de los siete” del sector financiero y una clase media desprotegida, tal como lo denuncia Benjamín Prado en su novela Ajuste de cuentas que se analiza en el apartado correspondiente, es solo una muestra del problema.

      Con la perspectiva de la lucha de clases contemporánea, Joan Ramón Resina señaló que la novela policiaca española surgió como consecuencia del desarrollo mismo de la burguesía como clase:

      A pesar de la recepción de la forma, no se puede hablar de novela policiaca española hasta bien entrado el siglo XX, porque la aparición de este género depende de la presencia de unas condiciones ideológicas imposibles sin una burguesía atenta a legitimar racionalmente su hegemonía. (1997, p. 29)

      Hasta bien avanzado el siglo XX la “novela criminal” en España hizo parte de “la divinización de la razón y, por consiguiente, [obedeció] a la reducción de lo humano a lo analizable con la consecuencia de que la reflexión y el análisis se convirt[ieron] en una moral” (1997, p. 22). Desde su punto de vista:

      […] Solo con la adquisición del poder político por la burguesía y con la reestructuración del Estado para sentar las bases de una participación política que mereciera la confianza de amplios sectores de la población, habrían podido crearse las condiciones estabilizadoras que en todas partes son la meta de la burguesía triunfante. (p. 33)

      De acuerdo con Resina, el “boom de la novela policiaca en los años ochenta” (Ibídem, p. 31) se caracterizó por el desencanto generacional con respecto a la Transición en España, pues con ella “El régimen no había desaparecido, simplemente había recibido un baño de cal: la Constitución de 1978. No era posible superar el pasado, pero sí cabía olvidarlo” (Ibídem, p. 59). En efecto:

      […] en la cultura del desencanto las cosas se presentan de otra manera. Aquí la conformidad ideológica (que siempre obedece a motivos deshonestos) aún es enjuiciada negativamente, pero ha sobrepasado la esfera semántica de la criminalidad en el sistema legal, y con ella la reacción punitiva de éste. (Ibídem, p. 103)

      En tal sentido, este crítico se pregunta con respecto a la novela de crímenes de los últimos años del siglo XX:

      ¿Qué función puede ejercer la novela policiaca en una sociedad en que la legalidad ha sido deslegitimada por los propios instrumentos del Estado (ejército e Iglesia) y el precario sistema político burgués se ha visto rebasado por unos acontecimientos más aptos para la historiografía que para la detección? (Ibídem, p. 35)

      Tal interrogante puede ser resuelto por la novela de crímenes del siglo XXI, pues justamente es la moral burguesa con pretensiones totalizantes la que definitivamente ha languidecido. En ese sentido, continúa la previsión de Resina:

      […] en la novela española postfranquista la corrupción de la policía se relaciona con su pasado inmediato como institución ilegítima, por lo cual esta novela pone en evidencia uno de los problemas fundamentales de los sucesivos gobiernos de la transición: el uso de la violencia sin legitimación, esto es, sin delegación social. (Ibídem, p. 115)

      Si para Kracauer (1999, p. 84) el detective representa la “personificación” de la ratio y para Resina su evidente catalizador —“Es imprescindible a ésta [a la novela policiaca] una racionalidad totalizante, encarnada en el detective o en un personaje equivalente. El fin de esta racionalidad es dar coherencia ideológica a una representación fragmentaria de la cotidianidad” (1997, p. 109)—, en el siglo XXI el automatismo de la sanción o los personajes equivalentes al detective van dando paso a otras lógicas que afectan no solo la resolución argumental de la novela (va por vías distintas a la sanción o conato de sanción), sino su misma estructura (distintas redes épicas, novelas sin detectives y múltiples resoluciones discursivas por fuera del ánimo de lucro).

      A esa novela del desencanto del siglo anterior, José F. Colmeiro le adjudicó un efecto catártico que se puede comparar con el efecto social de la novela de crímenes contemporánea:

      La novela policiaca negra actúa de forma catártica para liberarse colectivamente el autor y lector del fantasma de violencia del pasado, la represión política, la tortura policial, y aliviar al mismo tiempo

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