juego, con el propósito y el deseo de que el árbitro lo expulse, su equipo tendría que rescindirle el contrato y mandarlo a su casa. Pero no es esto lo que se quiere dar a entender con la expresión “se hizo expulsar”, sino el comportamiento tonto o imprudente por el cual mereció la expulsión. Sea como fuere, estas expresiones son ridículas. El árbitro expulsa del partido a jugadores que cometen faltas o infracciones a las reglas del juego; si los cronistas y comentaristas del futbol juzgan que la actitud del “expulsado” fue infantil, inocente, torpe o idiota, esto no cambia nada: quien lo expulsa es el árbitro y punto. No digamos memeces. Nadie dice o escribe (hasta ahora) que una persona se “autoasaltó” o “se hizo asaltar” porque, confiadamente, inocentemente, tontamente inclusive, pasó junto a unos asaltantes que le robaron sus pertenencias. Lo asaltaron y punto; por confiado, sí, por inocente, por despistado, pero él no se asaltó, sino que lo asaltaron. Es el mismo caso del futbolista que, por supuesto, no “se autoexpulsa” ni “se hace expulsar” ni mucho menos sufre “autoexpulsión”: ¡lo expulsa el árbitro y sanseacabó!
Estas tonterías son frecuentes en el periodismo impreso y audiovisual. En el diario asturiano El Comercio leemos esta barbaridad:
“Ganarse una tarjeta por protestar o autoexpulsarse no es competir”.
En buen español, debió escribirse:
Ser amonestado o expulsado por protestar impide competir.
He aquí otros ejemplos de estas idioteces futbolíricas: “Se hizo expulsar en un minuto”, “Neymar se hizo expulsar por un duro codazo”, “Toledo se hizo expulsar y dejó a Estudiantes con uno menos”, “Miguel Samudio se hace expulsar por una jugada muy inocente”, “Castillejo se hace expulsar al 90”, “Sambueza se hace expulsar nuevamente”, “la autoexpulsión más tonta de Maicon”, “la autoexpulsión absurda de Opazo”, “la absurda autoexpulsión de Edú”, “Gerrard se autoexpulsó a los 40 segundos”, “Ortega se autoexpulsó en el mejor momento de Argentina”, “Roberto Soldado se autoexpulsa por una estupidez”, “el recado de Marcelo a Gareth Bale tras autoexpulsarse” y, como siempre hay cosas peores, “CR7 se hizo autoexpulsar” y “se hizo autoexpulsar contra el Málaga para irse al cumpleaños de su hermana y perdimos esa liga”.
Google: 45 200 resultados de “se hizo expulsar”; 15 400 de “se hace expulsar”; 12 900 de “se autoexpulsó”; 10 400 de “se autoexpulsa”; 8 670 de “autoexpulsión”; 5 380 de “autoexpulsado”; 5 070 de “autoexpulsarse”; 2 130 de “autoexpulsiones”.
No hay ninguna razón para el uso de “autojustificarse”, verbo espurio en español, pues la forma pronominal del verbo “justificar” (“justificarse”) ya contiene implícitamente el sentido reflexivo: el de recibir el sujeto la acción del verbo. El verbo transitivo “justificar” (del latín iustificāre) tiene en el DRAE las siguientes tres acepciones principales: “Probar algo con razones convincentes, testigos o documentos”, “rectificar o hacer justo algo” y “probar la inocencia de alguien en lo que se le imputa o se presume de él”. Ejemplo: Justificó muy bien su proceder. De ahí también que sea innecesaria la forma “autojustificar”. El uso pronominal “justificarse” (que lo es por contener el pronombre personal “se”) significa “justificar él”, por lo cual es innecesario el elemento compositivo “auto-” a modo de prefijo: partícula que, como hemos dicho, significa “propio” o “por uno mismo”. Ejemplo: Quiso justificarse, pero no tuvo argumentos, o para decir lo mismo con una mínima variación: Se quiso justificar, pero no tuvo argumentos. Dicho más claramente: uno no “se autojustifica”, sino simplemente “se justifica”, del mismo modo que el suicida “se suicida” y no “se autosuicida”. Por ello basta con decir y escribir “justificar” y “justificarse”.
Los falsos verbos “autojustificar” y “autojustificarse” pertenecen al ámbito culto de la lengua, y son el resultado de la ultracorrección de personas que no suelen consultar el diccionario. No están incluidos ni en el DRAE ni el DUE, afortunadamente. Son disparates que abundan en el habla y en internet, pero también en publicaciones impresas firmadas por autores de cierto prestigio. En un libro leemos lo siguiente:
“en el fondo estaría buscando una forma de autojustificarme”.
Quizás es el mismo personaje o narrador que estaría buscando una forma de “autosuicidarse”. En buen español debió escribir:
en el fondo estaría buscando una forma de justificarme.
He aquí más ejemplos de esta barrabasada que peca de redundancia y ultracorrección: “Cameron se autojustifica con el superpolicía de Los Ángeles en el 92”, “la jefa de la agencia bancaria se autojustifica”, “Cristina es una militante derrotada que se autojustifica” (pero no se autosuicidará), “el cristiano tiende a autojustificarse” (sí, debe ser el Cristiano Ronaldo), “la necesidad de autojustificarse”, “ha sido un intento de autojustificarse”, “los que se autojustifican”, “no se rinden y no se autojustifican”, “los taurinos se autojustifican para no sentirse malas personas”, “autojustificar sus acciones criminales”, “hemos de autojustificar nuestra existencia” y, mucho peor (porque siempre puede haber algo peor), “un proceso que se autojustifica a sí mismo”, “un Estado que se autojustifica a sí mismo”, “no es más que una forma de autojustificarse a sí mismo”, “autojustificándose a sí mismo” y “acaba autojustificándose a sí mismo”, que es algo así como decir y escribir “se autosuicida a sí mismo”, “autosuicidarse a sí mismo” y “autosuicidándose a sí mismo”, como en la siguiente información que transcribimos de una página argentina de internet: “Enrique Sdrech se comió una naranja en Bahía Blanca y se autosuicidó a sí mismo”. ¡Bendito sea Dios! Qué bueno que no le dio por “autosuicidar” a otros.
Google: 29 800 resultados de “autojustifica”; 28 400 de “autojustificarse”; 22 200 de “autojustificar”; 17 700 de “autojustificándose”; 12 500 de “autojustifican”; 8 060 de “se autojustifican”; 6 970 de “autojustificando”; 2 040 de “autojustificaron”; 2 030 de “autojustifique”; 1 740 de “autojustificarme”; 1 210 de “autojustifiquen”.
¿Acaso hay “autoras masculinas” y “escritoras masculinas”? Y, peor aún: ¿“autoras varones” y “escritoras varones”? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Ni siquiera en los casos de Fernán Caballero y George Sand, seudónimos respectivos de la escritora española Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877) y de la francesa Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant (1804-1876) podemos decir o escribir que se trata de “autoras o escritoras masculinas” o de “autoras o escritoras hombres”; sus