Un novio en el mar. Debbie Macomber

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Un novio en el mar - Debbie Macomber elit

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momento Brad había desviado la mirada, y la expresión de ofendida indignación se vio sustituida por otra de tristeza tan conmovedora… que Shana tuvo que reprimir el impulso de consolarlo. Lo sentía tanto… No había sido más que un flirteo; nada más. Insistió en que no podía perderla; que ella era su vida, la mujer con la que estaba decidido a casarse…

      Durante unos días, casi consiguió convencerla. Confusa, decidió conducir hasta Seattle el siguiente fin de semana. Después de pasar cinco años con Brad, había creído conocerlo bien… pero ya no estaba tan segura. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de que volviera con ella, de reconciliarse, de arreglar la situación. Incluso se ofreció a pedir ayuda profesional, a hacer terapia. Todo excepto perderla.

      Aquel fin de semana, Shana se sumergió en un doloroso proceso de introspección. Quería creer que aquella cita de Brad con Sylvia no había sido más que una aventura aislada. Pero su cabeza le decía que no, que llevaban juntos durante meses… o incluso más.

      Estaba reflexionando sobre todo ello, sentada en el parque Lincoln de West Seattle, cuando llegó a la conclusión de que no había marcha atrás. Su confianza había quedado destrozada. Después de semejante experiencia, nunca podría reconstruir una vida en común con Brad. En realidad, su relación había terminado tres años atrás, quizá antes; no estaba segura. Lo que sí sabía era que había estado tan ensimismada en su amor por Brad… que se había tornado ciega y no había visto las señales.

      —Estaba bastante mal —le confesó de repente a su hermana. «Fatal» era la palabra, pero no quería parecer melodramática—. Me senté en un parque de West Seattle, a pensar.

      —¿En West Seattle? ¿Cómo fuiste a parar allí?

      Shana suspiró profundamente.

      —Me equivoqué de entrada cuando estaba intentando encontrar la autopista.

      —Debería haberlo adivinado… —rió Ali.

      —Terminé en este puente y, como no podía dar la vuelta, seguí la carretera. Que por cierto me llevó a un parque precioso, junto al muelle.

      —¿La heladería está en el parque?

      —Enfrente. Ya conoces mi debilidad por el helado de turrón. Es mi último recurso cuando estoy deprimida.

      —¿Brad te invitó a un helado?

      Shana se echó a reír, para sorpresa de su hermana. Una vez que tomó la decisión de romper con Brad, se enfadó. O más bien montó en cólera. No quería volver a verle la cara, y ya el hecho de vivir en la misma ciudad se le estaba haciendo demasiado difícil…

      —Resulta que West Seattle es un pueblo pequeño y encantador. La heladería tenía un cartel anunciando que se vendía, y me decidí a entrar a hablar con los dueños. Era una pareja muy dulce, a punto de jubilarse. Estaba allí sentada, hablando con ellos, cuando se me ocurrió que sería un bonito lugar para trabajar. ¿Cómo podría alguien sentirse triste y mal rodeado de tanta pizza y de tanto helado?

      —¿De modo que compraste el local? Shana, por el amor de Dios… ¿qué sabes tú de cómo llevar un negocio de ese tipo?

      —No mucho —respondió—, pero he trabajado en ventas y de cara al público durante todos estos años. Estaba lista para un cambio, y de repente sentí que tenía que hacerlo. Casi como si el destino lo hubiera decidido por mí.

      —¿Pero cómo has podido permitirte comprar un negocio como ése?

      —Bueno, tenía bastante dinero ahorrado —en un principio lo había apartado para la boda. A fuerza de ahorrar unos cien dólares al mes y de invertirlos de manera inteligente, con el tiempo había conseguido doblar la cantidad. No se le ocurrió una mejor manera de gastarlo. Comprar aquel negocio había sido algo impulsivo e irracional, y sin embargo, a pesar de todo… tenía la sensación de haber hecho lo adecuado.

      Aquel domingo, en el parque, había reconocido por fin que no habría boda ni luna de miel con Brad. Contuvo el aliento. Se negaba a pensar más sobre ello. Había entrado en una nueva fase de su vida.

      —Es un local precioso. Te gustará —murmuró. Tenía un montón de ideas para arreglarlo, para hacerlo suyo. Los Olsen le habían prometido tramitar los papeles lo antes posible.

      —¿Y alquilaste una casa?

      —Sí, ese mismo domingo.

      Desde que tomó la decisión, nada la había detenido. Y la suerte le había sido propicia; dos calles más abajo, una casa acababa de quedarse vacía. El propietario la había pintado recientemente. El bungalow con su pequeño porche y su chimenea de ladrillo le había parecido perfecto: enseguida había entregado una fianza al agente inmobiliario. Luego volvió a casa, redactó una carta dimitiendo de su trabajo… y telefoneó a Brad. La conversación fue breve, tranquila y enteramente satisfactoria.

      —Todo esto no debe de haberte resultado nada fácil… —comentó Ali con tono compasivo.

      —Todo lo contrario —repuso Shana, alegre—. Supongo que querrás saber lo que me dijo Brad —se moría de ganas de contárselo.

      —¿Le contaste todo esto?

      —Como me había ido sin avisarlo, me comentó que se había quedado muy preocupado, y que se había pasado todo el fin de semana llamándome. No estoy muy segura de que su preocupación fuera sincera, la verdad. El caso es que, cuando se tranquilizó, le dije que había salido a dar una vuelta con el coche.

      —Una vuelta de tres días.

      —Sí, bueno. Gruñó un poco, quejándose de que debería haberlo avisado —ahora venía lo mejor—: Yo le contesté que había hecho nuevos planes con mi vida, y que él no entraba en ellos.

      Ali soltó una risita de complicidad. Como cuando se reían juntas de niñas, en el dormitorio que compartían.

      —¿Y cómo se lo tomó?

      —No lo sé. Colgué el teléfono y me puse a hacer cajas.

      —¿No intentó llamarte?

      —Durante un par de días, no. Al tercero me puso un e-mail e inmediatamente bloqueé mi correo.

      Eso debió de molestarle bastante. Aunque eso a ella no le importaba. Bueno, quizá sí, un poco. De acuerdo: mucho. Por desgracia, no había podido disfrutar de su reacción. En el pasado, siempre había sido ella la encargada de poner parches a los conflictos. Ése era su problema: que no soportaba los conflictos, que se decantaba siempre por el compromiso o la capitulación. Durante el curso de su relación, Brad se había acostumbrado a que ella hiciera siempre el primer movimiento. Pues bien, eso se había acabado. Brad Moore era ya historia.

      En lugar de castigarse a sí misma por haber tardado tanto tiempo en ver la luz, miraría hacia delante, empezaría de nuevo… y, por seguridad, renunciaría a los hombres. A sus veintiocho años, ya había tenido bastantes relaciones. No merecían la pena.

      —A mí nunca me cayó bien Brad —le confesó Ali.

      —Pues podías haberme dicho algo —replicó Shana con tono irritado. En los cinco años que había durado su relación con Brad, a su hermana no le habían faltado oportunidades para decírselo.

      —¿Cuándo?

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