Un novio en el mar. Debbie Macomber
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Formaba parte de ella. Lo veía en la sonrisa de Jazmine. O en sus ojos, de su mismo color verde-castaño.
Como oficial médico de primera, Ali estaba familiarizada con la muerte. Lo que no sabía cómo enfrentar eran sus consecuencias. Seguía luchando contra el dolor y, por eso, entendía tan bien la situación de su hermana. Sí, la ruptura de Shana era diferente, de una magnitud mucho menor, pero los efectos eran semejantes. Al romper con Brad, Shana también había tenido que renunciar a un sueño; un sueño que había acariciado durante cinco años.
—¡Mamá! —gritó Jazmine, exasperada—. ¡Marca el número!
—Oh, perdona… —murmuró Ali mientras se apresuraba a marcarlo. Casi inmediatamente se activó el contestador telefónico.
—¿No está? —inquirió la niña. No se molestó en disimular su decepción. Deprimida, se tumbó de espaldas en la cama.
Ali le dejó un mensaje, pidiéndole que se pusiera en contacto con ellas.
—¿Cuándo crees que nos llamará?
—No lo sé, pero procuraré que nos veamos. Si es posible, claro.
—Por supuesto que es posible. Él quiere verme. Y a ti también.
Ali se encogió de hombros.
—Puede que todavía no haya vuelto cuando yo tenga que tomar el avión, pero tú lo verás seguro, tranquila.
Jazmine no la miró. En lugar de ello, clavó la mirada en el techo con expresión triste. Se había mudado de hogar demasiadas veces y lo había llevado medianamente bien… hasta ahora. Ali no podía culparla por su descontento.
—Te encantará vivir con tu tía Shana, ya lo verás —probó una nueva táctica—. ¿Te dije ya que se ha comprado una heladería? ¿No te parece divertido?
Jazmine no se mostró en absoluto impresionada.
—No la conozco bien.
—Será vuestra oportunidad de que os hagáis amigas.
—Yo no quiero hacerme amiga suya.
—Las dos necesitamos adaptarnos y hacer un esfuerzo, Jazz. Tú tienes tan pocas ganas de que me vaya como yo de irme.
—Lo sé —Jazmine se sentó en la cama, abrazándose las rodillas.
—Y tu tía Shana te quiere mucho.
—Ya, claro…
—La heladería está justo enfrente de un parque —Ali lo intentó de nuevo.
—Qué bien.
—Jazmine…
—Ya lo sé, ya lo sé, perdona…
—Estos meses se pasarán volando —le pasó un brazo por los hombros—. Ya lo verás.
—No, no se pasarán volando —negó la niña, categórica—. Y yo tendré que volver a cambiar de colegio. Eso es algo que odio.
Cambiar de colegio, sobre todo a una época tan avanzada del año, siempre entrañaba dificultades. Ali la besó en la frente y cerró los ojos. Tenía la inequívoca sensación de que su hija llevaba razón. Los siguientes meses no pasarían volando: se arrastrarían. Tanto para ellos como para su hermana.
Shana quería tener hijos, algún día, cuando se presentara la ocasión. Siempre había supuesto que ejercería el rol de madre como todo el mundo. Empezaría con un bebé y poco a poco se iría acostumbrando, aprendiendo en el proceso. Pero, en lugar de ello, estaba a punto de empezar un curso acelerado. Se preguntó si existirían manuales para ese tipo de situaciones.
Mientras caminaba de un lado a otro del salón, se detuvo el tiempo suficiente para echar un último vistazo al cuarto de los invitados. Había añadido algunos adornos en honor a Jazmine. Esperaba, por ejemplo, que le gustara el gran oso de peluche. A las niñas de su edad les gustaban los osos de peluche, ¿no? La colcha, rosa con un dibujo de margaritas, era nueva, así como la alfombra del mismo color. Esperaba que la niña agradeciera de algún modo sus esfuerzos.
Quería que Jazmine supiera que ella estaba dispuesta a poner todo lo posible de su parte para que aquello funcionara. Sin embargo, tenía un mal presentimiento.
No se equivocaba en absoluto. Cuando llegó Ali, de inmediato resultó obvio que Jazmine no quería tener nada que ver con su tía. Nada más llegar, la niña se sentó en el sofá con una expresión huraña que disuadía toda posible conversación. La melena le caía sobre la cara, ocultándosela casi por completo. Cuando no fulminaba a Shana con la mirada, la clavaba tozudamente en la moqueta.
—No sabes cuánto me alegro de verte —le dijo Ali a Shana antes de volverse hacia su hija, como esperando que secundara su comentario. La niña no abrió la boca.
Shana se dirigió a la cocina, confiando en poder mantener allí una conversación privada con su hermana. En realidad no siempre habían estado unidas. Durante el instituto, habían competido incesantemente. Ali había sido mejor estudiante, mientras que Shana había destacado en deportes. De su padre, médico de familia, ambas habían heredado el amor por la ciencia y la medicina. Había muerto de repente, de un ataque al corazón, cuando Shana sólo contaba veinte años.
En cuestión de meses, sus vidas habían experimentado un giro de ciento ochenta grados. Su madre se derrumbó; por aquel entonces, Ali ya había entrado en la Marina. Afortunadamente Shana se quedó al lado de su madre para cuidarla y encargarse de los trámites del seguro, el fondo de jubilación y otros papeleos. Tuvo además que ocuparse de las tareas de la casa y continuar sus estudios universitarios.
A los veintidós años, fue contratada como agente comercial por una próspera empresa farmacéutica. El trabajo le gustaba. Después de haber pasado tanto tiempo rodeada de profesionales de la medicina, se sentía cómoda en aquel ambiente. Al cabo de unos años, consiguió ascender a jefe de ventas de una sección. Cuando presentó su dimisión, la empresa intentó convencerla de que se quedara a cambio de una bonificación extraordinaria. Pero Shana estaba necesitada de un cambio: no sólo de trabajo, sino de vida.
La última ocasión en que ambas hermanas habían coincidido fue en el funeral de Peter. Poco después, Ali había tenido que regresar a Italia. Hacía solamente un par de meses que madre e hija habían vuelto a San Diego, pero inesperadamente la habían destinado al Woodrow Wilson, el mayor y más moderno portaaviones de la Marina estadounidense. Según su hermana, aquélla era una oportunidad que sólo se presentaba una vez en la vida.
Quizá fuera cierto, pero, en opinión de Shana… la Marina tenía un pésimo sentido de la oportunidad.
—Jazmine no parece muy contenta con estar aquí —comentó Shana cuando estuvo segura de que la niña no podía escucharlas. Comprendía cómo se sentía. La pobre ya había padecido suficientes trastornos en su vida como para que de repente su madre desapareciera durante seis meses seguidos.
—Estará bien —Ali lanzó una mirada nerviosa hacia el salón mientras