Un novio en el mar. Debbie Macomber

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Un novio en el mar - Debbie Macomber elit

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el brazo. Con los ojos cerrados, se dedicó a imaginar cómo habría sido su vida si se hubiera casado. Una esposa se habría desvivido por atenderlo, preocupándose de que estuviera cómodo. Sí, comodidad era lo que más necesitaba en aquel momento. una esposa… bueno, tener una esposa significaba compañía, compartir cosas… una cama, por ejemplo. Pero también implicaba aquella palabra tan aterradora: «amor».

      Si se hubiera casado, en aquel instante su mujer le estaría preguntando cómo se sentía, le prepararía un té y se preocuparía por él. La fantasía lo mantuvo entretenido, haciéndolo sonreír. Lo que necesitaba era una mujer adecuada. Y su historial en ese aspecto dejaba mucho que desear.

      Había empezado bien. Cuando se graduó en el instituto ya estaba comprometido, pero mientras estuvo en la academia… Melanie cambió súbitamente de idea. En realidad seguía teniendo intención de casarse… pero no con él. La lacrimógena escena en la que le confesó que se había enamorado de otro hombre no era un recuerdo que le agradara mucho evocar, y menos en aquel momento. Su vanidad masculina había salido bastante mal parada.

      Pero, contempladas las cosas retrospectivamente, Melanie había tomado la mejor decisión de las posibles. Sobre todo teniendo en cuenta las exigencias de una carrera en la Marina, salpicada de largas ausencias del hogar.

      Lo peor era que Adam quería tener hijos. Uno de los momentos más felices de su vida fue cuando Peter le pidió que apadrinara a Jazmine. Estaba muy encariñado con la niña, y se había mostrado especialmente protector con ella desde que murió su padre. Hacía tiempo que no había vuelto a saber de Jazmine, más o menos desde que se mudó a San Diego. Tomó nota mental de llamarla cuando estuviera algo más recuperado.

      Adam había envidiado a Peter por su matrimonio. Nunca había conocido a una pareja tan perfecta como la que había formado con Ali. Lo cual, según sospechaba, había obrado en detrimento suyo a la hora de buscarse una mujer: todavía seguía buscando una con la que pudiera encajar tan bien como Ali con Peter.

      Si tal mujer existía sobre la Tierra, aún no la había encontrado… pero todavía no estaba dispuesto a renunciar. Una mujer con cerebro, coraje y corazón. Que pudiera hacer de él un hombre mejor, como había hecho Ali con Peter.

      Se vio invadido por una ola de tristeza cuando pensó en su amigo. Adam tenía dos hermanos más jóvenes, Sam y Doug, y los tres estaban muy unidos, pero Peter y él lo habían estado aún más. Se habían conocido en la academia de oficiales y habían mantenido el contacto después, hasta que terminaron coincidiendo en Italia. Los fines de semana solían cenar juntos. Recordaba con placer aquellas veladas en la terraza de su casa, en la campiña italiana, bebiendo vino y charlando hasta la madrugada. Era uno de los más felices recuerdos de su vida.

      Luego Peter murió en aquel accidente del que el propio Adam fue testigo. Todavía tenía pesadillas en las que volvía a experimentar aquella sensación de horror, ira e impotencia. Se ofreció a acompañar al oficial psicólogo para comunicarle la noticia a Ali. Fue entonces cuando se hizo la solemne promesa de cuidar a la madre y a la hija y velar por su bienestar. Pero la Marina no se lo había puesto muy fácil.

      Ali estaba actualmente destinada en el hospital de San Diego, mientras que Peter se hallaba en Everett. La telefoneaba por lo menos una vez al mes para ver cómo estaban, y Jazmine lo llamaba a su vez en ocasiones, cuando necesitaba hablar. Le encantaba charlar con ella. Jazmine era una niña encantadora y Ali una madre maravillosa.

      La luz del contestador automático estaba parpadeando. Sabía que debía de tener un montón de mensajes, pero en aquel momento no tenía ni la paciencia ni el ánimo suficientes para escucharlos. Ya lo haría al día siguiente, cuando estuviera más descansado.

      Suspiró. No estaba acostumbrado a sentirse así, tan débil y dependiente. Volver a casa para encontrarse con un apartamento vacío subrayaba un hecho que se negaba a reconocer: el capitán de corbeta Adam Kennedy se sentía solo.

      Continuó sentado con la mirada perdida, acariciando la idea de una posible relación con Ali. No necesitó más que unos segundos para convencerse de que no funcionaría. Quería a Ali… como a una hermana. Por mucho que lo intentara, no conseguía verla como una candidata al matrimonio. Era la viuda de su mejor amigo, una mujer a la que admiraba, y que en cierto modo formaba parte de su familia.

      Aun así, seguía queriendo lo que ella había tenido, lo que Peter y ella habían compartido, la maravillosa felicidad que habían disfrutado juntos.

      Intentó convencerse de que, a la mañana siguiente, se habría olvidado de todos aquellos anhelos. Llevaba tanto tiempo viviendo solo que, a esas alturas, debería haberse acostumbrado. Cuando estaba embarcado, la historia era distinta, porque se hallaba constantemente rodeado de gente. Como oficial de complemento estaba adscrito al Benjamin Franklin. Por desgracia, el Franklin había puesto rumbo al Golfo Pérsico. Hasta que terminara su convalecencia estaría destinado a un puesto de oficinas… y eso era algo que detestaba.

      Al cabo de un rato se sintió algo mejor. La cabeza había dejado de darle vueltas y el dolor del hombro no era tan intenso. Nada le habría resultado más fácil que cerrar los ojos y dormirse, pero entonces se pasaría la noche entera en el sillón…

      Una esposa.

      Tenía que pensar sobre ello. Quizá debería retomar sus esfuerzos por buscar a alguien, esa vez con la perspectiva del matrimonio. La ocasión era la adecuada. Sus padres querían más nietos y él, por su parte, estaba más que dispuesto a contentarlos. Según Ali, era un excelente candidato tanto para marido como para padre. Incontables veces había intentado conseguirle una candidata, sin éxito alguno.

      Una esposa. Se sonrió, ya más relajado. Él estaba dispuesto. Lo único que faltaba era… encontrar a la mujer.

      Capítulo 4

      ALISON Karas había sido destinada al portaaviones Woodrow Wilson como oficial médico de primera categoría. Por muchas ganas que tuviera de quedarse con Jazmine, y por muy difícil que le hubiera resultado dejar a su hija con Shana, Ali estaba decidida a cumplir con su deber con la Marina. Era la primera vez en sus doce años de carrera que la embarcaban. Antes de que Jazmine naciera, había hecho todo cuanto había estado en su poder para conseguir un destino como aquél, y no había tenido éxito.

      Hasta el momento, había servido en un buen número de hospitales militares. Y ahora, cuando más le pesaba aquella obligación, veía cumplido su antiguo sueño de embarcarse. Compartía camarote con otra oficial. Aún no habían tenido tiempo más que para intercambiar un breve saludo antes de que cada una se dirigiera a su respectiva ocupación. La tripulación se estaba preparando para zarpar. En un par de días aterrizarían los aviones procedentes de bases navales y aéreas de todo el país.

      Sonrió con tristeza al pensar en su marido: el dolor seguía vivo. Una vez más, como cada día, deseó que no hubiera sufrido en el accidente. Había debido de vivir unos instantes de absoluto horror cuando tomó conciencia de que no podía remontar el aparato. No era un pensamiento agradable.

      Por mucho que sonara a tópico, Ali había aprendido que la vida no se acababa, que siempre seguía adelante. Al principio aquello no le había parecido posible, cegada como había estado por el dolor. Luego había descubierto con sorpresa que todo continuaba como antes: las clases del colegio de Jazmine; las canciones de amor de la radio… La gente comía, dormía, discutía. Ali nunca había logrado entender cómo era posible que la misma vida de antes pudiera continuar como si nada hubiera sucedido.

      Jazmine se encontraba en buenas manos: Shana cuidaría bien de ella. Eso era algo que necesitaba repetirse varias

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