Un novio en el mar. Debbie Macomber

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Un novio en el mar - Debbie Macomber elit

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cosas que pasan cuando estás en la Marina —suspiró Ali—. Tu vida deja de pertenecerte. Shana, sinceramente: ¿de verdad que estás bien?

      —¿Sinceramente? —reflexionó un momento—. Me siento fenomenal, ésa es la verdad. Sí, la ruptura me dolió, pero sobre todo porque estaba furiosa conmigo misma por no haber visto antes la luz. Me siento estupendamente. Como si me hubieran librado de un conjuro, de un hechizo. Ahora tengo una actitud completamente distinta hacia los hombres.

      —Puede que pienses que estés bien, pero existe la posibilidad de que no hayas superado del todo lo de Brad —repuso su hermana tras una leve vacilación.

      —¿Qué quieres decir?

      —Recuerda lo que me pasó a mí después de la muerte de Peter. Al principio, el shock y el dolor resultaron abrumadores. Estuve semanas como caminando entre la niebla.

      —Esto es distinto —insistió Shana—. Es… menos importante.

      —Lo sé —replicó Ali.

      —Pero tú ahora estás mejor, ¿no?

      —Sí. Un día, de repente, descubrí que podía volver a sonreír. Podía funcionar de nuevo. Tenía que hacerlo. Mi hija me necesitaba. Mis pacientes también. Pero siempre querré a Peter —le tembló la voz, aunque enseguida se recuperó.

      —Yo también lo querré siempre —añadió Shana, tragando saliva—. Era un hombre muy especial —su cuñado había sido un marido y un padre perfecto. Por eso mismo la situación con Brad no era comparable.

      —Apúntate los datos de mi vuelo —le pidió Ali, cambiando de tema.

      Shana por poco se había olvidado de que estaba a punto de convertirse en una madre sustituta.

      —Ah, sí. Espera que encuentre un bolígrafo —rebuscando en su bolso, sacó uno y localizó también una factura arrugada. Anotaría el número del vuelo al dorso.

      Tenía muchas ganas de ver a su hermana. Se veían muy poco, por culpa de la profesión de Ali. Aquella inminente visita sería breve, pero no le importaba: no había vuelto a encontrarse con ella, ni con Jazmine, desde el funeral.

      —Jazmine y tú os llevaréis muy bien, ya lo verás —intentó tranquilizarla Ali—. Jazmine es una niña maravillosa, pero ten cuidado.

      —¿Por qué?

      —Porque es hija única, y es bastante… precoz. Por ejemplo, ya sabe leer. Y la música que le gusta… Bueno, ya lo verás.

      —Gracias por la advertencia.

      —Seguro que no tendrás problemas.

      Pero Shana tenía sus dudas.

      —Si no recuerdo mal, eso mismo fue lo que me dijiste cuando te pregunté si podía bajarme de la litera de arriba volando.

      —¿Qué sabía yo? Sólo tenía seis años —le recordó Ali—. Nunca me has perdonado eso, ¿verdad?

      —Todavía me duele el golpe que me di.

      En ese momento sentía algo parecido. Pese a lo que le había asegurado a su hermana, seguía esforzándose por recobrar el equilibrio, por reinventar su vida bajo nuevos términos. Sin Brad, sin la nómina mensual, sin el familiar barrio de Portland. Y, ahora, su sobrina estaba a punto de complicar aún más la situación.

      Los próximos seis meses iban a ser muy, pero que muy interesantes…

      Capítulo 2

      ALISON Karas no podía evitar preocuparse por la perspectiva de dejar a su hija de nueve años a cargo de su hermana Shana. No era un buen momento para Jazmine, y tampoco para Shana.

      Su hermana parecía segura y confiada, pero Ali tenía dudas. Pese a lo que le había dicho, la ruptura con Brad debía de haberle afectado mucho. Además, Jazmine no se había tomado muy bien la noticia, y se sentía reacia a abandonar a sus nuevas amistades para trasladarse a Seattle.

      Pero Ali no tenía otra opción. Los abuelos estaban descartados. La abuela paterna todavía no se había recuperado de la muerte de Peter, y además habría sido incapaz de lidiar con las exigencias de una niña. Peter había sido su único hijo, y los padres se habían divorciado cuando él era pequeño. Ambos se habían vuelto a casar y habían tenido hijos. Ninguno de los dos había mostrado un gran interés por Jazmine.

      Jazmine entró en la habitación de Ali en ese momento y se dejó caer en la cama con gesto cansino.

      —¿Ya has hecho tu maleta? —le preguntó. La suya estaba abierta en el otro extremo de la cama.

      —No —rezongó la niña—. Esto de la mudanza es una porquería.

      —Cuidado con lo que dices, Jazmine…

      Se negaba a discutir con su hija. Lo cierto era que habría preferido no embarcarse, pero por el bien de Jazmine tenía que poner buena cara. Eso era lo más difícil de su vida en la Marina. Era viuda y madre, pero también enfermera militar, y no podía eludir sus responsabilidades.

      —El tío Adam no vive lejos de Seattle —le recordó. Se había guardado esa noticia para el final, esperando que de esa manera se sintiera algo más contenta con la perspectiva del traslado.

      —Está en Everett —replicó con tono apático.

      —Eso sólo está a treinta o cuarenta minutos de Seattle.

      —¿De veras?

      Era la primera chispa de interés que revelaba su hija desde que le comunicó la noticia de su embarque.

      —¿Sabe que vamos para allá?

      —Aún no —tan ocupada había estado que no había tenido tiempo de avisar a Adam Kennedy, el padrino de Jazmine.

      —¡Entonces tenemos que decírselo!

      —Lo haremos. A su debido tiempo.

      —Hazlo ahora —la niña saltó de la cama, corrió al salón y volvió con el teléfono inalámbrico.

      —No tengo su número —con el trasiego de los preparativos, había guardado su agenda en una caja y en aquel momento no disponía de tiempo para buscarla.

      —Yo sí —hizo una nueva escapada y volvió segundos después. Sin aliento, le entregó a su madre un papel doblado.

      Ali lo desdobló. Había un número escrito con letra de adulto.

      —El tío Adam me lo mandó. Me dijo que podía llamarlo siempre que necesitara hablar. Que no importaba a qué hora del día o de la noche lo telefoneara, así que llámalo, mamá. Esto es importante.

      Ali resistió el impulso de averiguar si su hija se habría aprovechado con anterioridad de la oferta de Adam: era lo más probable. Para Jazmine, el amigo de su padre era un ángel en carne y hueso. El capitán de corbeta Adam Kennedy había constituido

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