Soberanía alimentaria. Группа авторов

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de las ya existentes en el marco de LVC. Para este movimiento, la reforma agraria, la defensa de la tierra y el territorio (Rosset, 2013), la defensa de los mercados nacionales y locales (Martínez-Torres y Rosset, 2010) y la agroecología (LVC, 2010) fueron reafirmados como los pilares básicos de la soberanía alimentaria.

      Los procesos de diálogo de saberes sobre la soberanía alimentaria impulsaron reflexiones y suscitaron inquietudes en torno al uso de agrotóxicos, semillas comerciales o maquinaria pesada por parte de las familias integrantes del movimiento. Se plantearon debates alrededor del significado de la presencia “del modelo del agronegocio en nuestra propia casa” (Rosset, 2013, p. 7). Estas prácticas de agricultura convencional son particularmente ineficaces en los casos en que las tierras obtenidas a través de las ocupaciones o de la reforma agraria oficial eran de mala calidad o estaban erosionadas y compactadas. Sin embargo, los extrabajadores del agronegocio muestran una tendencia a reproducir su modelo tecnológico de producción a la hora de conquistar sus propias tierras, lo cual los deja a menudo atrapados en una situación de baja productividad y altos costos. El abordaje gradual de estas contradicciones y las desventajas experimentadas por los productores al competir con el agronegocio en el ámbito de la agricultura industrial (que le es propio) llevaron poco a poco a los integrantes de LVC a proponer el rescate de las prácticas agroecológicas tradicionales, con las que es posible restaurar la materia orgánica, la fertilidad y la biodiversidad funcional al suelo. Desde que se empezó a tratar el tema, LVC concibió la agroecología como algo inseparable de los conceptos de soberanía alimentaria y de territorio, es decir, de los marcos conceptuales más amplios que le dan sentido (LVC, 2013a).

      A partir de 2008, en LVC se desarrolló un proceso intenso de intercambio y construcción colectiva (Rosset y Martínez-Torres, 2012; LVC, 2013a) a través de la realización de varios encuentros de formadores y formadoras en agroecología a nivel regional y continental. Para ilustrar cómo se ha desarrollado el diálogo de saberes en la construcción de los significados de la agroecología, partimos de la definición de agricultura campesina sostenible que ofreció LVC en 2009:

      La defensa del modelo campesino de agricultura sostenible constituye un tema básico para LVC. No se trata de que la producción campesina sea la “alternativa”, sino de que es el modelo de producción que ha alimentado al mundo durante miles de años y de que sigue siendo el modelo principal de producción de alimentos. Más de la mitad de la población mundial trabaja en el sector de la agricultura campesina y la inmensa mayoría de esta población depende de la producción de alimentos por parte del campesinado. De cara al futuro, este modelo, “La Vía Campesina”, constituye la mejor manera de alimentar al mundo, de atender las necesidades de nuestros pueblos, de proteger al medio ambiente y de preservar nuestros bienes naturales o bienes comunes. La producción campesina sostenible no consiste solo en la producción “orgánica”. La producción campesina sostenible es justa socialmente, respeta la identidad y el conocimiento de las comunidades, da prioridad a los mercados locales y nacionales, fortaleciendo la autonomía de los pueblos y de las comunidades […] a través de los métodos más agroecológicos de producción. (LVC, 2013a, pp. 9-12)

      Esta definición es similar a las formuladas por sectores menos radicales, como las organizaciones no gubernamentales, y se observa que no se refiere directamente a la agroecología —sino más bien a las prácticas agroecológicas—. Esta definición se fue transformando en los años siguientes a través de un diálogo permanente sobre agroecología. Un momento clave e ilustrativo que aportó mucho a la evolución del concepto ocurrió en agosto de 2009, al realizarse el I Encuentro Continental de Formadores/as en Agroecología de LVC de las Américas, en el Instituto Universitario Latinoamericano de Agroecología “Paulo Freire”, en Barinas (Venezuela). En este encuentro tuvo lugar un debate durante el cual se hicieron explícitas tres visiones rurales emblemáticas que coexisten en el seno de LVC en América Latina: la visión campesina, la indígena y la proletaria. Tales visiones fueron discutidas con el fin de avanzar hacia la construcción colectiva de una agroecología campesina.

      El diálogo de saberes entre las visiones campesina, indígena y proletaria rural

      Las organizaciones integrantes de LVC y de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo en América Latina pueden agruparse grosso modo, para fines de esta exposición, en tres categorías imprecisas y muy esquemáticas, basadas en el marco de la identidad movilizadora que enarbolan en sus luchas. Por supuesto, sus posiciones e identidades son meras tendencias de un amplio continuum, que aquí serán simplificadas con fines didácticos. Las más comunes son aquellas organizaciones que suscriben una identidad campesina y que, por ello, centran sus acciones de organización en personas unidas por un modo específico de producción o por un modo de vida. Aun cuando una organización campesina cuente con una mayoría de campesinos indígenas, típicamente suele congregarse en torno a temas de producción, tales como el acceso a la tierra, los precios de los cultivos o del ganado, los subsidios o el crédito.1 Las organizaciones que mayormente se adjudican una identidad indígena suelen trabajar con el objetivo de defender el territorio, la autonomía, la cultura, la comunidad o la lengua, entre otros factores.2 Las organizaciones que tienen una identidad proletaria rural generalmente movilizan a los productores sin tierra para ocupar tierra o para promover la sindicalización de los trabajadores rurales.3 Los últimos dos tipos de organizaciones tienden a ser más radicales que las organizaciones campesinas tradicionales en sus posiciones antisistémicas, y, entre ellas, las proletarias son las que manifiestan posturas más abiertamente ideológicas.

      En el marco del encuentro que tuvo lugar en Venezuela, resultó evidente que cada una de estas agrupaciones concebía de manera muy diferente la agroecología, en términos epistémicos. Las organizaciones indígenas la planteaban como sinónimo de los sistemas agrícolas tradicionales, altamente diversificados, en parcelas pequeñas, en torno a los cuales ciertas prácticas, como las fechas de siembra basadas en calendarios ecológicos tradicionales, habían sido transmitidas de una generación a otra. En cambio, las organizaciones campesinas postulaban que la familia constituye la unidad básica de organización en las áreas rurales y daban múltiples ejemplos acerca de cómo la metodología de campesino a campesino ha sido aprovechada para difundir la agroecología. Las organizaciones indígenas respondieron que, en su mundo, la comunidad constituye la unidad básica y que, a diferencia de los métodos de campesino a campesino, que aíslan a una familia individual de su contexto comunitario y promueven que esta tome decisiones por sí sola, la agroecología debe ser tema de discusión en la asamblea comunitaria. Por otro lado, las organizaciones proletarias, cuya unidad de organización básica es el colectivo —de trabajadores, de familias, de militantes—, sostenían que la agroecología se basa en la ciencia y en los conocimientos impartidos en el salón de clases, en el cual se capacita a la gente joven en materias técnicas para que apoyen a sus colectivos familiares en su transición a la producción ecológica, que tendría que implementarse en parcelas grandes, trabajadas tal vez por colectivos de familias y trabajadores. En otras palabras, cada agrupación tenía una utopía, una unidad de organización básica y un método de transmisión de conocimientos sumamente distintos. Lo anterior se muestra esquemáticamente en la tabla 1.

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      Fuente: elaboración propia.

      A pesar de las ocasionales discusiones acaloradas, e incluso de las voces que se levantaron, los hombres y mujeres delegados que asistieron al encuentro pudieron dialogar entre sí y con quienes sostenían opiniones científicas y de expertos, es decir, con los aliados técnicos y académicos que habían sido invitados. Lo anterior devino en lo que Guiso (2000) llamó una hermenéutica colectiva, y se logró establecer cuáles serían las características de una nueva visión de la agroecología. En este sentido, se incluyeron varias posiciones que serían

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