Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

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Feminismo Patriarcal - Margarita Basi

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madres trabajadoras para prosperar en sus profesiones no tiene que ver con una injusticia hacia ese colectivo, sino que es una consecuencia lógica de un sistema económico depredador y consumista.

      En cuanto al problema de las agresiones sexuales contra las mujeres, estoy de acuerdo con que la solución pasa por la reeducación cultural y emocional no solo los pequeños varones, sino también de las niñas. El mayor transmisor del machismo, desde el inicio de la vida de un niño, es la propia madre (ver capítulo anterior).

      Pero mientras esperamos ver los resultados, ¿por qué no enseñamos a nuestras hijas (e hijos) defensa personal como asignatura obligatoria en los colegios? ¿Por qué existen tantas mujeres que saltan a la yugular cuando se pone sobre la mesa esta medida de prevención que resultaría muy eficaz para que las féminas se empoderaran físicamente en caso de sufrir una tentativa de agresión, salvando con ello sus vidas?

      Para mí ser feminista actualmente es ir más allá de las ideologías reivindicativas y análisis estériles que solo alargan esta agonía en la que somos nosotras las que nos llevamos la peor parte. Hay que dar un paso al frente, ser activas y no esperar que el sistema patriarcal (que sigue rigiéndose en unas leyes arcaicas y masculinas) resuelva nuestros problemas.

      E. LAS MUJERES VIVIMOS AISLADAS DE OTRAS MUJERES

      En las sociedades prehistóricas, más concretamente a partir de la Edad de Bronce, donde la agricultura fue el principal medio por el que los humanos comenzaron a asentarse y a establecer entre ellos relaciones más estables con las que asegurarse su supervivencia, las mujeres eran las que permanecían en las aldeas cuidando de la prole, pero también trabajando la tierra para el abastecimiento del clan. Las relaciones con los hombres no eran de poder o sumisión (pues de ellas dependía en gran parte el sustento de la comunidad).

      J. J. Bachofen (1815-1887), antropólogo y jurista suizo, escribió en 1861 su obra más célebre: El matriarcado. En ella, desvelaba por primera vez el origen matriarcal y maternofilial de las primeras sociedades prehistóricas, en cuyos principios fundamentales la mujer era sin duda el eje principal de la comunidad. Los atributos femeninos coincidían con las cualidades más preciadas por las que aquellas primitivas comunidades se relacionaban e identificaban unas con otras. La capacidad de engendrar, el don de cuidar y sanar, así como una mejor aptitud para conectar con los ciclos naturales que regían las épocas fértiles, de siembra o cosecha las hacía más «poderosas».

      Exactamente lo opuesto a como hoy en día las mujeres se sienten a sí mismas y son vistas por los hombres.

      Sin embargo, las mujeres no eran ni rivales ni simples colaboradoras que compartían un mismo trabajo. Las mujeres de aquella época eran hermanas y aliadas. Sabían que su supervivencia no dependía tanto del hombre, sino de la colaboración y protección que entre ellas supieran ofrecerse. Vivían acorde con su naturaleza, seguras y orgullosas de ser y hacer lo que hacían.

      Hoy en día la mujer no se siente orgullosa de su feminidad porque en un mundo patriarcal sus cualidades no tienen valor alguno, y ella lo sabe. De ahí su ansia por representar el rol masculino con tanta vehemencia y tesón que acaba por agotarla, hundirla y hasta desquiciarla, cuando con el tiempo se da cuenta de que no puede ser aquello que su naturaleza le impide ser. En esa lucha por convertirse en quien no es, la mujer se va alejando de sus mejores aliadas, las demás féminas, que a su vez hacen lo propio.

      La mujer busca su fuerza junto a los hombres y no en ella misma o al lado de otras mujeres.

      F. LA COMPETENCIA SEXUAL ENTRE MUJERES

      Una mujer soltera y fértil suele tener en algún momento de esa etapa de su vida una sola prioridad, a pesar de contemplar otras posibilidades al mismo tiempo: cazar a un «buen partido» (y no me refiero tan solo con poder adquisitivo, aunque si es así, mejor) con el que tener hijos sanos en un hogar seguro y estable. Y, mientras no lo consiga (al menos durante los años más fértiles de su ciclo biológico, ya que si con el tiempo no lo logra irá relajándose hasta asumir quedarse sin hijos o tenerlos sola), se comportará como una fiera saltando a la yugular de cualquier mujer que trate de arrebatarle o ponga en peligro alcanzar su preciado objetivo. Cuando una mujer ha establecido un vínculo con un hombre con el que quiere formar una familia, no verá a las mujeres (de entre 20 y 40 años) más que como una competencia enemiga y desleal con la que mantenerse a distancia, pero a la vez vigilante y en guardia, ya que en cualquier momento de despiste podría arrebatarle lo que tanto esfuerzo le ha constado conseguir.

      Pero, como animales inteligentes que somos, mostramos a los demás la parte razonable y domesticada que oculta nuestras verdaderas pulsiones instintivas. Incluso creemos que formamos familias antes por amor que por instinto. Sin embargo, no es siempre así. Para amar se necesitan años y solo con el amor la humanidad se hubiera extinguido.

      Mientras los humanos (y más concretamente las mujeres) no entendamos que se pueden tener relaciones sexuales o sentimentales, así como criar a los hijos, sin necesidad de convivir con una pareja (o al menos sin la obligación de formar únicamente familias biparentales, sino, además, incorporar a otras personas como parientes o amigas dentro del grupo familiar), las mujeres, sobre todo, continuaremos ajenas a nuestra verdadera naturaleza e identidad. Y lo más triste de todo: nos sentiremos como unas extrañas entre nosotras.

      Más adelante argumentaré, en un capítulo especial sobre agrupación familiar, la importancia de incluir a mujeres (u hombres con mentalidad femenina) en los núcleos familiares para que los padres, sean o no pareja, no tengan todo el poder y el control de la familia en sus manos. Esto solucionaría o haría disminuir las agresiones sexuales o físicas a la mujer e hijos, ya que el padre o pareja no dispondría de tanta facilidad para dominar y ejercer el control sobre ellos al estar protegidos por el resto del grupo familiar.

      G. LAS MUJERES NO SON COMBATIVAS, NI SIQUIERA PARA DEFENDERSE

      A las mujeres se nos continúa maltratando físicamente y agrediendo sexualmente; sin embargo, son muy pocas las que están entrenadas en técnicas de defensa personal para repeler una posible agresión. ¿Por qué?

      De hecho, hay incluso féminas que se alteran y enfadan cuando algunas personas reclaman de ellas una postura más enérgica y defensiva con la que, a buen seguro, en caso de ataque podría salvar sus vidas. ¿Y por qué se molestan? Porque creen que aprender a defenderse significa ocultar o no dar suficiente importancia a las agresiones. Dicen que ante esta lacra lo único que cabe hacer es poner penas más duras y educar en una cultura más acorde con la gestión emocional y la igualdad de género. Eso es algo en lo que yo también creo, pero mientras eso ocurre, ¿qué mal hay en implantar en todos los colegios e institutos una asignatura sobre defensa personal además de asignaturas sobre el respeto y la no violencia hacia la mujer?

      H. DAR VIDA, UN ARMA DE DOBLE FILO

      «La maternidad es un lastre y un impedimento para el crecimiento y la consolidación de la vida profesional de una mujer». Así lo expresa la filósofa y escritora Elisabeth Badinter en su polémico ensayo La mujer y la madre. La escritora afirma que las madres, y en definitiva las mujeres, debido a su condición biológica o cultural, han desarrollado un instinto protector y nutricio que las aleja de los principios competitivos y rentables en los que se basa el trabajo profesional, haciéndolas sentir poco competentes, además del perjuicio que supone para ellas conciliar profesión y maternidad. Badinter llama a la sociedad a apreciar y a hacer suyas estas cualidades en la esfera pública, que es donde deberían ejercerse también. Y, en consecuencia, a dar un reconocimiento y un valor a quienes lo saben desempeñar mejor: las mujeres.

      Y esto es así porque los valores que sustentan nuestro sistema laboral, económico y capitalista van en contra de las necesidades y cualidades necesarias para desarrollar de forma sana y satisfactoria la crianza y el cuidado de los hijos. Sin embargo, al

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