Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

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Feminismo Patriarcal - Margarita Basi

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salvajes negando tal blasfemia y recreándose aún más, si cabe, en interpretar fervorosamente los clichés y ademanes que las acercan a su feminidad alejándolas de su humanidad?

      Las mujeres no construyen su identidad teniendo en cuenta su poder e independencia sexual, desligada del apego sentimental hacia el varón, ni tampoco en su capacidad para criar a sus hijos de diferentes formas, como puede ser conviviendo junto a otras mujeres (además del padre) en época de gestación y crianza. Y ni mucho menos confían en ellas y en otras mujeres o en hombres con una identidad de género femenina, que piensen y sientan de una forma más afín a la de ellas para así sobrevivir, progresar y emanciparse económicamente.

      El hombre construye su sentido de identidad sobre dos cuestiones principales: el sexo y la profesión. Las relaciones personales, familia y pareja adquieren un papel más relevante cuando el hombre alcanza la edad madura. Y, aunque un hombre tenga una familia propia antes de los treinta años, su principal referente con el que identificarse y exponerse ante el mundo será el valor que tiene para él su potencia sexual y su profesión.

      Sin embargo, y según explican muchos psicólogos y antropólogos especializados en la «masculinidad», la fuerza más intensa y visceral que mueve a un hombre a la hora de intensificar y preservar su identidad masculina es la que le impele a rechazar y a distanciarse lo más posible de la identidad femenina. Aquella que pudiera contaminar su virilidad, pues es una lucha que libera cada día y que solo llega a su fin en la ancianidad (o si llega a descubrir su animus femenino a través de conectar y aceptar su parte vulnerable, como las emociones y sentimientos). Ellas luchan por encajar en los patrones masculinos reproduciendo algunas conductas masculinas que, a la vez, recriminan en los hombres, y ellos pelean afanosamente para que la energía confusa, convulsa y emotivamente femenina no los atrape y los transforme en peleles sin poder de decisión ni voluntad.

      Mientras las féminas buscan referentes en la masculinidad para sentir su verdadera identidad, los hombres se apartan de ellas como de la peste. El mayor miedo que puede sentir un hombre es que otros varones descubran en él rasgos o ademanes femeninos. Algo que en una mujer no ocurre. De hecho, hay muchas mujeres que están despertando su agresividad entrenando en deportes como las artes marciales (aunque más como una moda o forma de eliminar el estrés que como medio para defenderse de posibles agresiones), algo que hasta hace poco era exclusivo para hombres. O también dejando emerger su parte masculina a la hora de expresarse con contundencia o para denunciar su incomodidad ante comentarios machistas. Algo que aún, por desgracia, es interpretado por muchos hombres como síntoma de histeria propio de quien pierde los papeles. A veces las mujeres hemos de aguantar incluso comentarios misóginos como los que relacionan estos «arrebatos» de locura a nuestra menstruación o, peor todavía, a la carencia de sexo.

      Para el hombre, el sexo y la potencia sexual son sus prioridades durante la adolescencia, juventud y buena parte de su vida adulta. A algunos, incluso, les obsesionará de por vida. El sexo es la medida en la que los jóvenes miden su incipiente virilidad debido, como es lógico, a la eclosión hormonal que la testosterona produce en su cuerpo y en su mente. Más tarde, y sin dejar que el sexo siga siendo vital como expresión de su identidad viril, la profesión se convierte en pilar imprescindible en ese camino de reafirmación de la identidad.

      Así como para la mujer la profesión es una prioridad secundaria (ya hemos dado las razones anteriormente), pues todavía hay muchas féminas que relegan su carrera profesional para dedicarse al cuidado familiar, para el varón es la herramienta más poderosa con la que se identifica como individuo en la sociedad.

      Cuando conocemos a un hombre por primera vez este suele rebelar de inmediato, incluso sin preguntárselo, cuál es su profesión. Y probablemente pasará horas explicando anécdotas y detalles, casi siempre anodinos y aburridos para nosotras, con los que él se sentirá totalmente identificado. Sin embargo, una mujer, en general, dedicará pocos minutos a ello, ya que aquello que de verdad la identifica son los detalles vivenciales, emotivos y más personales de su vida, provengan de su vida laboral o personal. Incluso, en los pocos casos de mujeres que tienen profesiones de relevancia, estas prefieren hablar de cualquier otro tema que no sea el laboral en su tiempo de ocio.

      Esta reacción, bastante usual en la manera en la que hombres y mujeres sienten la profesionalidad como signo de identificación personal, se comprende bien cuando analizamos la educación en la que un varón ha levantado su identidad y que lo adiestra en la creencia de ser no solo el principal puntal económico familiar, sino que lo lleva a identificarse y a valorarse por la jerarquía o valía profesional antes que por la personal. Eres aquello en lo que trabajas y lo que obtienes por ello, lo demás no es importante.

      Es lógico pensar que los hombres se dejen la piel en su profesión mucho más que las mujeres, porque de ello depende su autoestima y su valor como machos. Así, el hombre siente un orgullo especial por su profesión, a pesar de que esta no tenga gran trascendencia.

      La fémina, en cambio, vivirá la experiencia laboral como un deber con el que debe hacerse un hueco en el mundo de los hombres si no quiere volver al ostracismo del hogar, o bien como una válvula de escape con la que soporta algo mejor el encierro existencial que ser mujer, amante, pareja, madre y trabajadora implica.

      Y en los pocos casos en los que la mujer tiene un puesto de responsabilidad a la altura de hombres con éxito profesional, repetirá idénticos patrones de dominio, sometimiento y frialdad que sus colegas varones. Porque ninguna mujer alcanza la cima profesional sin apartarse de los principios y reglas con las que el heteropatriarcado capitalista protege su statu quo.

      El hombre ha tenido que adaptarse en un breve periodo de tiempo a grandes cambios en su rutina y en la forma de entender su masculinidad: coger la baja por paternidad; bañar, limpiar y alimentar a su bebé; ayudar a sus hijos con sus deberes, llevarlos y recogerlos de la escuela; cuidar del hogar…

      Para un hombre que no ha tenido la misma educación cultural que una mujer, llevar a cabo estas acciones no resulta nada cómodo, al menos para la gran mayoría. Además, para disponer de tiempo para realizar todas estas tareas es necesario que renuncie o reduzca el tiempo que empleaba antes en hacer otras actividades para las que sí fue educado: para estar con los amigos, hacer deporte o simplemente para estar solo en su «cueva». Actividades muy necesarias también para el buen equilibrio de cualquier tipo de identidad.

      Otra dificultad con la que el hombre se ha encontrado en estos últimos años y que afecta directamente al sentido de virilidad con el que ha sido adoctrinado es el afán de «conquista» y su tendencia «cazadora».

      Acostumbrado a ser él quien tomaba la iniciativa seductora en el cortejo, afianzando así su identidad masculina, el hombre ve desconcertado cómo proliferan por internet catálogos y páginas rebosantes de perfiles femeninos que no solo buscan una relación estable (de hecho, estas son las que menos), sino relaciones esporádicas con fines puramente sexuales. Sin ataduras y sin compromiso. De esta manera, el varón es ahora como un león enjaulado y saturado que ve que ya no tiene necesidad de desplegar sus encantos en el natural proceso de seducción, ya que con tan solo hacer un clic en su teléfono móvil o tableta tiene a su disposición todo lo que necesita y más. Esta realidad, en cierta forma lo desmasculiniza, pero, lejos de atraerlo hacia una apertura emocional y sentimental con la que empezar a relacionarse con las mujeres, lo frivoliza llevándolo a enfrentarse a las relaciones con las féminas a través de una actitud insustancial y superficial (ellas hacen lo mismo, aunque el impacto emocional pueda ser distinto) con la que las cosifica y utiliza como simples instrumentos pasajeros de compulsivo placer.

      Es cierto que la masculinidad y la feminidad están descomponiéndose y eso es una buena noticia. Sin embargo, en esa deconstrucción se están perdiendo unas «formas», claramente impostadas, que limitaban cierto tipo de conductas despiadadas y sin escrúpulos con las que las parejas y cualquier otro tipo de relación social estaban a salvo, a pesar de la inopia colectiva en la que creían identificarse.

      Hoy

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