Feminismo Patriarcal. Margarita Basi
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4. Repite en varias ocasiones su voluntad de «destruir» la heteromasculinidad como categoría dominante. Yo, en cambio, pienso que antes de hacerlo valdría la pena revisar sus creencias y conductas para aceptar o acoger algunas óptimas para todos, y luego deshacernos del resto que ya no nos sirvan. No todo lo hetero es perverso o fruto de la manipulación cultural.
5. Considera que no hay ninguna diferencia entre sexos (salvo las puramente genitales) que condicionen a ambos a la hora de ejercer una u otra conducta, creencia o identidad… Sin embargo, yo creo que no es así. Hay una condición biológica en el ser humano que irremediablemente, nos guste o no, le «obliga» (si no, no seríamos animales racionales y biológicos supeditados a una serie de impulsos y necesidades fisiológicas propias de la especie mamífera a la que pertenecemos) a sentir unos procesos fisiológicos de los que surgen impulsos, emociones, dolores, miedos, inseguridades, agresividades… que son completamente ajenos a nuestra voluntad y que difícilmente pueden ser castrados sin dejar efectos secundarios en otras partes de nuestro ser. Y no me refiero tan solo a la pulsión de agredir cuando nos sentimos amenazados, sino a los cambios físicos, mentales, emocionales e intelectuales que la menstruación, el embarazo, la lactancia y la crianza de hijos pequeños suponen para la mujer, y que no comulgan en absoluto con los valores heterocentristas de la competencia, liderazgo, investigación intelectual y conquista del mundo.
6. Afirma que no es mujer la que no se relaciona desde la servidumbre con un hombre; es decir, que quien se siente libre de esa relación es una lesbiana o cualquier sujeto no hetero. ¿Cómo definir entonces a una mujer hetero que no se relaciona servilmente con un hombre, sino desde la libertad en igual de condiciones? Porque, aunque a Witting le parezca imposible, las hay y son hetero.
7. Explica que, como en realidad no somos el producto social, natural, cultural y político que la heteromasculinidad nos ha hecho creer que éramos, por lógica tenemos el mismo potencial que un hombre. No somos iguales en la diferencia, somos iguales a él. Entonces, ¿por qué llevamos más de 10 000 años a su sombra y aguantando su barbarie contra nosotras? Si tenemos la misma capacidad de ser dominantes, ¿por qué no lo hemos sido, al menos solo para sacárnoslos de encima cuando han intentado atacarnos, violarnos, engañarnos, subestimarnos, arrinconarnos? Le recuerdo a Witting que, desde el momento en que ella y su colectivo se excluyen del resto de mujeres hetero, ya hace una distinción y crea una segregación. Es más, si hace este tipo de reivindicaciones es porque se siente excluida y oprimida (al igual que el colectivo lésbico al que da voz) por la supremacía dominante heterocentrista.
En conclusión, podemos afirmar que si se sienten repudiadas por este sistema, por ende, están contribuyendo a fomentar una actitud servil ante la masculinidad, puesto que con ello nutren aún más la sensación de falso poder que el patriarcado siente al ver cómo su colectivo lésbico y otros se rebelan sin conseguir prácticamente ningún cambio sustancial durante décadas.
8. Se reafirma en su intención (y del feminismo queer) de destruir las categorías masculino y femenino (otra vez la obsesión lingüística por los términos y su semiótica). Entiendo que así debe ser, pero no por fulminar un vocablo asociado a un modelo de conducta con tanto peso y trascendencia como la heteromasculinidad vamos a eliminar de raíz los comportamientos y creencias que lo sustentan. Habrá que aportar algo más que eso.
Como ya he dicho, los intelectuales muy a menudo se atrincheran en el poder de la lógica analítica y se desvinculan de actuar según prácticas que constituyan hechos y acciones. Algo, en suma, mucho más complicado, especialmente cuando no hay una voluntad común de conjunto en la sociedad, ni siquiera en estos colectivos, de poner en práctica sus loables creencias.
Witting interpreta que hay que matar las categorías porque están detrás de las conductas opresoras, pero se olvida de que en esas categorías existe alguna cualidad interesante para combatir el dominio heteromasculino. Su obsesión por eliminar conceptos de este tipo no cuadra con la actitud similar con la que lesbianas o cualquier sujeto no hetero insiste en ser calificado. Poner nombre a una conducta identitaria podría ser visto también como una manera de diferenciarse del otro… ¿Por qué no se hacen llamar diferentes a lo hetero? ¿Por qué no se engloban a todos los no hetero en un solo vocablo?
9. Afirma que la solución para deshacernos de la opresión heteromasculina no pasa por el matriarcado, ya que es un tipo de ideología donde quien oprime es el otro sexo.
A mi entender, esto no es del todo veraz. El matriarcado se diferencia del patriarcado en que este jamás manipula, menosprecia o aísla al hombre de su organización familiar y social. Tan solo le da la libertad de elegir convivir y compartir los recursos con todos los miembros maternofiliales del clan. Le da libertad, no se la quita.
En cambio, estoy completamente de acuerdo con las siguientes afirmaciones, aunque con matices:
La heterosexualidad es un régimen político que estipula «categorías» de hombre o mujer y por ello debe ser derrocado. (Tan solo las atribuciones que reafirman al ser como categoría dominante y sometida).
Es «la opresión» la que crea la «categoría de sexo», y no al revés.
Es cierto que la mujer heterosexual actual es bastante distinta a la potencial mujer que sería de no haber sido oprimida y sometida por la heteromasculinidad. Pero, en mi opinión, esta sigue siendo una mujer.
La dominación está en considerar «lo natural» femenino que hay en la diferencia constitutiva (si la hay) y la diferencia cerebral (no la hay).
El sexo es una simple «anécdota», lo opresivo es darle al sexo un simbolismo categórico natural y universal.
Es cierto que procrear es visto o sentido como una obligación moral (lo digo yo) y «política» (como ella dice). Pero llevarlo hasta el punto de representar hoy en día causa de muerte… es excesivo. (La tasa de mortalidad en los hombres es el doble de las mujeres, sobre todo por la agresividad entre ellos, por las guerras que fomentan y por su afición a actividades de alto riesgo). ¿Es eso voluntad consciente y reflexionada? ¿O es impulso testosterónico también?
Ser lesbiana no significa rechazar ser mujer (varias veces dice lo contrario) u hombre, sino repudiar el poder económico, ideológico y político de un hombre (y de muchas mujeres que los secundan y a las que la autora nunca responsabiliza, justificándolas… ¿Por qué, si son potencialmente hombres?).
«Nuestra lucha más emergente es combatir nuestra pasividad y miedo». Luego añade que ese miedo es justificable. Vuelve a «salvar» a la mujer de sí misma. Como si la mujer tuviera, únicamente, la potestad, llegado un momento en el que la opresión del hombre se hace insufrible, de renunciar a su dignidad y dejarse llevar por la pasividad y el miedo claudicando de nuevo. ¿En qué quedamos: es o no capaz de hacerse responsable de sí misma una mujer? ¿O solo cuando le conviene?
Hay que matar el mito, al «ángel» de cada mujer. Pero la que no quiera que siga siendo un ángel, pero esta vez para ella misma y no para servir o manipular al hombre.
Todas las ideologías políticas han puesto su interés en alienar conciencias y en la división del trabajo. Ninguna de ellas se ha interesado en beneficio del sujeto individual. Así, lo manipulan y alienan a su conveniencia.
Es cierto que antes