Feminismo Patriarcal. Margarita Basi

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de la cual las nuevas generaciones aprenden un modelo perverso basado en el engaño, la manipulación y el beneficio económico sin límite, por mencionar solo algunas de las consecuencias de nuestra cultura heteropatriarcal.

      Para ello, parto de la identidad como concepto abstracto y simbólico, fruto de constructos intangibles, sensitivos, emocionales, sentimentales, intelectuales, culturales, ideológicos, religiosos, etc. Y también como fuente que expresa y está condicionada a su propia biología y a la herencia genética que le ha sido dada. Observo cómo estos condicionantes, en lugar de posibilitar que cada individuo decida libre y responsablemente cómo y cuándo expresar de un modo genuino la identidad con la que más a gusto se sienta, se vuelven un lastre o, peor aún, una herramienta manipuladora con la que el sistema patriarcal ha construido una perversa ideología basada en los prejuicios y en la dicotomía bueno-malo con el fin de convencernos a la mayoría de que existen unas buenas, apreciadas y loables cualidades masculinas (que son propias a la naturaleza masculina) y otras adecuadas, respetables y admirables cualidades femeninas (que son naturales e intrínsecas a la condición de mujer).

      Y que, en ambos casos, el hecho de ceñirnos al cumplimiento de este estilo de identidad formado por los atributos, valores, conductas y pensamientos que los nutren y mantienen en el tiempo es la única manera de conseguir sobrevivir en la sociedad y de alcanzar el bienestar personal en todas sus facetas con el que sentirnos orgullosos y dignos como personas. Cuando en realidad esas acciones son totalmente opuestas a ese objetivo.

      De ahí que la perspectiva desde la que quiero analizar y reflexionar la identidad sea exclusivamente aquella que pertenece a una mujer u hombre heterosexual (se sienta o no identificado con la identidad tradicionalmente masculina o femenina) que vive en un serio conflicto psíquico y emocional. Por un lado, porque al expresarse según una identidad impostada y poco cercana a representar conductas genuinas, estas permanecen enterradas por la ideología con la que el sistema ha manipulado sus conciencias. Y, por otro, porque aquellos que somos conscientes de ello sufrimos un desengaño, además de una interminable lucha no solo por deshacernos de nuestra pseudoidentidad, sino por tratar de construirnos, sin referentes válidos, otra nueva.

      Creo, aunque parezca lo contrario, que los heterosexuales somos los que vivimos otro tipo de lucha interna existencial, que no tiene que ver con el prejuicio sexual, sino con las dificultades que ser hombre o mujer hetero conlleva hoy día.

      Se trata de dar visibilidad a los hombres y, sobre todo, a las mujeres (por haber sido las más oprimidas por el heteropatriarcado) que siguen identificándose con roles y estereotipos del siglo pasado en un mundo que los arrastra hacia dos caminos opuestos: por un lado, los recompensa por su fidelidad y compromiso con el mantenimiento del sistema heteromorfo, falogocéntrico y capitalista que los protege y manipula. Y, por otro, les crea unas dependencias y apegos contrarios a los derechos éticos y dignos con los que cualquier ser humano debería contar tan solo por el hecho de haber nacido.

      Este es, concretamente, mi campo de investigación y acción a la hora de hablar sobre las dificultades y los privilegios que ambos sexos (en personas heterosexuales) padecen y que son un lastre para la construcción de una sana identidad.

      Las parejas homosexuales o lesbianas, por poner un ejemplo, tienen muchos menos conflictos de pareja derivados de este tipo de clichés y prejuicios que, sin embargo, sí poseen las parejas heterosexuales.

      Nadie como una pareja de tu mismo sexo o género puede comprender las necesidades e intereses de su amado o amada. Han recibido la misma cultura sexual y poseen idéntica genética hormonal. Eso facilita mucho una relación sea del tipo que sea.

      ¿Podemos decir lo mismo las personas hetero tradicionalmente masculinas y femeninas?

      La segunda parte del estudio la dedico en exclusiva a la mujer (sea cual sea su tendencia sexual, género, etc.), aunque es cierto que algunos arquetipos de identidad femeninos pueden ser exclusivos para mujeres heterosexuales como el de Hera, la esposa perfecta; el de la Sirena o «devorahombres»; o el de Medusa, la histérica agresiva, en cuanto a que la energía negativa que desprenden y, por tanto, el comportamiento que les haría superarlo dependería de una relación con una sana energía masculina (quizá también funcionaría en caso de una mujer con un potente animus masculino y que superara a su parte femenina).

      Finalment, aunque a lo largo del texto voy dando pistas de ello, una vez detectadas y reveladas las malas praxis con las que hombres y mujeres heteros nos aferramos a una identidad que no nos identifica al tiempo que nos aleja de nosotros mismos y de los demás, en una carrera sin sentido hacia ninguna parte, resumo a modo de conclusiones cómo sería un ideal de posible heteromasculinidad y de heterofeminidad.

      Sé que muchos intelectuales y expertos en esta materia no estarán de acuerdo con mi planteamiento, que criticarán de sesgado y poco representativo, tratándose de un concepto tan amplio y universal, pero a la vez tan íntimo y diferencial, como es la identidad humana.

      Según mi entender y sentir, es así como lo deseo exponer. Primero porque me resultaría imposible cribar y relacionar tantas identidades y analizar el impacto que sobre ellas ejecuta la sociedad y su sistema de valores. Y segundo, y más importante, porque no puedo escribir sobre lo que no conozco ni he sentido en mi propia carne. Por último, porque creo firmemente que la respuesta a los conflictos de identidad que sufrimos todos no está tanto en los signos, conductas o huellas superficiales de los individuos, sino en los mismos sentimientos y emociones que nos unen y que nos llevan, para bien o para mal, a ser personas por igual.

      1. Vocablo nada agradable, pero que Judith Butler utiliza para mostrarnos cómo la heterosexualidad es normativa. Y yo no es que tenga dudas sobre ello, pero, humildemente, vamos a dejar de poner a todos en el mismo saco, pues somos muchos heteros los que no nos sentimos ni queremos sentirnos «normales».

      CAPÍTULO 1

      LA HETEROSEXUALIDAD NO TIENE IDENTIDAD PROPIA. Pros y contras de El pensamiento heterosexual, de Monique Witting, y del feminismo en particular

      Para la autora, la heteromasculinidad es la que ha oprimido a quien considera diferentes (mujeres y todos los demás colectivos no hetero) llenándolos de «categorías», segregándolos en «clases» y calificando de «natural» e «ideal» al ser femenino, otorgándole por ello una razón de ser completamente politizada para el disfrute y dominio del hombre.

      En esta formación de «clases», lo masculino no es clasificable porque representa el único ser sin más condición. Él es quien oprime y domina a aquellos que no son como él.

      Lo femenino es un constructo ilusorio igual que lo es la mujer, pues rebosa ideas preconcebidas con las que el sistema patriarcal heterosexual se apodera de los recursos, capital, lenguaje, género, sexo y, por supuesto, de la mujer.

      Todo aquel que no forme parte de esta perversa dominación y represión es despreciado y visto como sujeto para la dominación.

      No comparto las siguientes reflexiones de Monique Witting:

      1. Señala como oprimidos a las mujeres en general, así como a aquellos a los que califica de diferentes (lesbianas…).

      Sin embargo, para mí los oprimidos somos TODOS (no solo otros colectivos no hetero, sino muchos hombres que no solo no comulgan con la normativa heterocentrista, sino que la sufren como víctimas del sistema). Y, por descontado, también incluyo a los dominantes, que viven oprimidos, aunque no lo sepan, por el mismo sistema supremacista que han creado.

      2. Insiste en que las principales víctimas de esta dominación son las lesbianas, pero apenas menciona a las mujeres hetero, mucho más proclives a

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