De Weimar a Ulm. Eugenio Vega Pindado
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Gropius escenificó la continuidad entre dos etapas de la historia alemana separadas por una guerra brutal que había tenido, entre otras consecuencias, la división del país en dos estados. Era un vínculo con todo aquello que el nacionalsocialismo había interrumpido o destruido, y un signo de la esperanza en una nueva República Federal integrada en el capitalismo y en la democracia parlamentaria. Aquel acto protocolario simbolizaba la permanencia de la Bauhaus a lo largo de todo el siglo XX.
I.
Alemania entre dos guerras, esperanza y tragedia
La Bauhaus abrió sus puertas en la primavera de 1919 y fue clausurada en el verano de 1933. Su existencia corrió paralela a la República de Weimar, el régimen parlamentario instituido entre las dos guerras mundiales. Ambas experiencias concluyeron trágicamente y cada una de ellas, a su manera, intentó revivir tras la enorme derrota de 1945. Mientras la democracia reaparecía en una versión muy cautelosamente corregida y tutelada con la fundación de la República Federal Alemana, la Bauhaus haría algo parecido en la ciudad de Ulm con la Hochschule für Gestaltung.
No cabe entender la Bauhaus sin conocer, aunque sea someramente, lo que la República de Weimar fue y supuso para la cultura y las artes de su tiempo. La inestable democracia de aquel periodo trajo consigo aires de libertad y, con ellos, una cultura diversa, innovadora (en ocasiones, ingenuamente pretenciosa) que dejó una inmensa huella en la historia de Europa.
Por otra parte, el régimen parlamentario que surgió tras la derrota de 1918 nació en las peores condiciones posibles: un país obligado a aceptar las duras cláusulas del Tratado de Versalles, dividido en facciones y empobrecido por la crisis económica. En palabras de Peter Gay, “la república nació en la derrota, vivió en la confusión y murió en el desastre” (Gay, 1984, 11). En consecuencia, la Bauhaus acusó todos los vaivenes políticos acaecidos durante su corta existencia: tanto el traslado de Weimar a Dessau, como el que la llevó finalmente a Berlín, estuvieron motivados por la derrota de los partidos republicanos en las ciudades en que se estableció la escuela. Su clausura fue consecuencia natural de la llegada de Hitler a la cancillería en enero de 1933.
República, democracia y revolución
La Gran Guerra llevó a Alemania a la ruina. En septiembre de 1918, el general Erich Ludendorf (jefe adjunto del Estado Mayor alemán), consciente ya de la inminente derrota, hizo todo lo posible para que la responsabilidad de la capitulación recayera en cualquiera menos en el ejército (Haffner, 2005). A finales de 1918, Berlín, la capital del Reich, era una ciudad que contrariamente a lo que sucedería en 1945 apenas había sufrido las consecuencias del enfrentamiento bélico. Quizá por ello los berlineses no podían comprender que a sus soldados los hicieran retroceder unos ejércitos aliados que, hasta entonces, daban por derrotados.
Esta situación de colapso propició que el líder del SPD, Friedrich Ebert, se convirtiera en canciller y que un gobierno con mayoría en el Reichstag pidiera el armisticio a los aliados. Los movimientos revolucionarios se iniciaron de manera inmediata. En octubre, los marineros de la flota en Hamburgo se negaron a obedecer las órdenes de los oficiales e iniciaron, sin pretenderlo, un proceso revolucionario que terminaría con la monarquía y obligaría al Káiser a exiliarse en los Países Bajos.
Se creó entonces un gobierno provisional de “comisarios del Pueblo”, una solución a medio camino entre la tradición parlamentaria y los nuevos usos revolucionarios. Estaba formado por miembros del SPD (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) y del USPD (Unabhängige Sozialdemokratische Partei Deutschlands), la escisión izquierdista del partido socialdemócrata, una coalición que contó con el apoyo de los católicos del Zentrumspartei.
Miembros de los Freikorps delante de un carro blindado en las calles de Berlín, enero de 1919.
A principios de noviembre, Philipp Scheidemann (SPD) proclamó la república desde una ventana del Reichstag contra la intención primera del partido y, muy particularmente, del canciller Ebert, de reformar el sistema heredado antes de sucumbir a la tentación revolucionaria. En enero de 1919, la Liga Espartaquista y el USPD organizaron un levantamiento inspirado por el triunfo bolchevique en Rusia que tuvo su principal foco en Berlín. La ciudad sufrió durante semanas los efectos de la revolución. El enfrentamiento entre los activistas de izquierda y las tropas gubernamentales produjo una separación completa entre quienes, durante la era guillermina, habían convivido en un mismo partido. Las divergencias irreconciliables llevarían a los sectores más radicales de la izquierda a crear el KPD, el Kommunistische Partei Deutschlands.
Pero la tragedia se produjo cuando Ebert, Scheidemann y Gustav Noske del ala derecha del SPD echaron mano de los Freikorps (1) para acabar con los disturbios y terminar siendo partícipes de la represión contrarrevolucionaria. Las represalias culminaron en enero de 1919 con el brutal asesinato por fuerzas gubernamentales de los líderes espartaquistas Karl Liebknecht y Rosa Luxembourg quienes apenas habían participado en los sucesos revolucionarios.
Grupo de revolucionarios espartaquistas en las calles de Berlín, enero de 1919.
Poco después, Kurt Eisner (ministro presidente de Baviera y miembro del USPD) que se había hecho con el gobierno de aquel Land, también sería asesinado en Munich. Tras su muerte, se estableció la Rate Republik (República de los consejos de trabajadores y soldados), hasta que más de treinta mil miembros de los Freikorps derrocaron la revolución en mayo y establecieron un régimen represivo con la connivencia de Berlín.
En este ambiente de inestabilidad e incertidumbre se convocó una Asamblea constituyente en la pequeña ciudad de Weimar, alejada de las convulsiones políticas que agitaban la capital del Reich. El propósito era redactar una constitución, la primera en la historia de Alemania que estableciera un régimen parlamentario; pero, a pesar de los cambios revolucionarios que llevaron a la formación de dicha asamblea, el texto constitucional mantendría una cierta continuidad con la legalidad del Segundo Imperio. Muchas de las prerrogativas del emperador pasaron al Presidente del Reich que distaba mucho de ser un mero árbitro ante los partidos políticos.
La Constitución de Weimar institucionalizaría un régimen democrático inédito para la historia de Alemania que aprobó el sufragio femenino y mantuvo la diversidad territorial en un estado federal y republicano que siguió denominándose Reich. A pesar de que se ha culpado al sistema unicameral establecido por esa Constitución de la inestabilidad de aquellos años, no puede olvidarse la magnitud de los problemas a los que hubo de enfrentarse una democracia sin apenas tradición en una situación de conflicto permanente.
Versalles, junio de 1919
El reconocimiento de la culpabilidad por el estallido de la Gran Guerra tras la firma del Tratado de Paz de Versalles supuso un trauma para los alemanes. Los sectores más nacionalistas vieron la causa de la derrota en lo que llamaron la “puñalada por la espalda”, la traición de izquierdistas y liberales al esfuerzo de los soldados en el frente. Esa leyenda contribuyó a socavar la legitimidad de la república democrática y alimentó a los movimientos reaccionarios durante todo el periodo de Weimar.
Aunque en los primeros años el SPD fuera el grupo mayoritario del Reichstag, pronto hubo de buscar apoyos entre los pequeños partidos liberales, sobre todo en el DDP (Deutsche Demokratische Partei), y en los católicos del Zentrum con los que formó la llamada Coalición de Weimar. En junio de 1919 el gobierno del Reich formado por estos partidos tuvo que aceptar el Tratado de Versalles