De Weimar a Ulm. Eugenio Vega Pindado
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A pesar de todo, los acuerdos de la comisión del plan Dawes, una iniciativa de Estados Unidos para garantizar el cobro de las reparaciones de guerra, permitieron estabilizar el presupuesto y racionalizar la deuda. En definitiva, se trataba de ayudar económicamente al Reich para que pudiera pagar sus deudas. Gracias al esfuerzo de Gustav Stresemann, ministro de Exteriores por entonces, Alemania se incorporó al concierto internacional con la firma del Tratado de Locarno en 1925. Cuando un año más tarde fuera admitida como miembro de la Sociedad de Naciones, parecía que la República entraba en un periodo de estabilidad.
Sin embargo, pocos años después, la crisis económica que se iniciara en octubre de 1929 con el colapso de la bolsa de Nueva York, impactó sobre la economía alemana y sobre la estabilidad de su sistema democrático (Galbraith, 1955). Stresemann, que había sido canciller y ministro de exteriores, falleció a principios de aquel mes de octubre. Sin ser un republicano, su posición había proporcionado cierta estabilidad al sistema, y su muerte supuso la desaparición de uno de los pocos puentes entre las fuerzas republicanas y los grupos de derecha.
Con la crisis del sistema bancario estadounidense, Alemania se vio privada de cualquier posibilidad de préstamo y los mecanismos económicos del plan Dawes quedaron sin sentido. Al depender de los créditos extranjeros para pagar las reparaciones de guerra, la economía alemana quebró en cuanto los arruinados bancos norteamericanos retiraron sus capitales. En poco tiempo el paro creció hasta alcanzar el 32%. En consecuencia, el NSDAP sacó partido de una situación desesperada. En aquel ambiente de inestabilidad, Hitler apelaba a la desconfianza que despertaba en muchos votantes la democracia parlamentaria y propugnaba la dictadura como solución a los problemas de Alemania (Galbraith, 1955).
En 1930, el canciller Heinrich Brüning, al igual que los mandatarios de otros países, inició un recorte del gasto público y una subida de impuestos para solventar la carencia de recursos del estado agravada por la crisis. Como en todas partes, los recortes empeoraron el problema y la pobreza se extendió por toda Alemania. Los siguientes gabinetes presidenciales de Franz von Papen y Kurt von Schleicher no hicieron otra cosa que persistir en el error y abrir el camino a la llegada del nacionalsocialismo.
El Machtergreifung, la toma del poder por el NSDAP
Frente a la teoría de que las urnas obligaron a Hindenburg a nombrar canciller a Hitler, es necesario recordar que las cosas fueron de otro modo. La entrega del gobierno a los nacionalsocialistas fue una decisión personal del presidente Hindenburg que, haciendo uso de sus prerrogativas constitucionales, no quiso buscar en el Reischtag ninguna mayoría que evitase la llegada de los nazis. Desde finales de noviembre de 1932 una serie de maquinaciones políticas para acabar con el rechazo inicial que Hitler despertaba en Hindenburg conseguirían su objetivo. Cuando el 30 de enero de 1933 el líder del NSDAP recibió el encargo de formar gobierno, la República de Weimar pudo darse por liquidada (Turner, 1996). Esa misma noche una procesión de antorchas en manos de militantes del partido nazi desfiló delante del nuevo canciller anunciando que nada volvería a ser como antes.
En febrero, el incendio del Reichstag sirvió de excusa para actuar decididamente contra los enemigos de Alemania que parecían ser todos los que no fueran nacionalsocialistas o nacionalistas de derecha. A principios de abril tuvo lugar un boicot a las tiendas y los negocios judíos que apenas provocó rechazo entre los alemanes corrientes. El KPD, el Partido Comunista, fue el primero en ser ilegalizado, pero pronto lo sería también el SPD. Los partidos de derecha y el Zentrum católico se disolvieron para que muchos de sus miembros se integrasen en el nacionalsocialismo. A final de la primavera de 1933, en Dachau, se abrió el primer campo de concentración para los opositores políticos que aún no habían huido del país. En poco más de medio año, el régimen parlamentario que permitió a Hindenburg dejar el poder en manos de un loco, devino en una terrible dictadura que llevaría al mundo a una de sus mayores pesadillas.
Este proceso de liquidación de la democracia se vio acompañado de la persecución de toda forma de expresión cultural que los nazis pudieran considerar antialemana, entre la que se encontraba la Bauhaus. Aunque antes de la toma del poder el partido nacionalsocialista nunca tuvo posición oficial acerca del diseño y la arquitectura, menos aún sobre su enseñanza, algunos miembros del partido como Wilhelm Frick o Alfred Rosenberg ya habían cargado contra la Bauhaus por sus degeneraciones modernas y su supuesto antigermanismo. Para ellos, no era más que un grupo de comunistas y radicales al servicio de la Unión Soviética.
A pesar de que muchos miembros de la Bauhaus tuvieron que dejar Alemania de inmediato por miedo a ser detenidos, otros, entre ellos Walter Gropius, Herbert Bayer o Ludwig Mies van der Rohe, intentaron cada uno a su manera, buscarse un hueco en el nuevo régimen. Cuando comprobaron que ni siquiera ellos estaban libres de ser perseguidos, iniciaron el camino del exilio.
La cultura de Weimar
A pesar de que el sistema político vivió en una constante inestabilidad, Weimar fue también una época de florecimiento cultural y de cambios sociales irreversibles. Pero muchas de las características culturales del periodo republicano nacieron y llegaron a ser relevantes antes de 1918, y así sucedió con la mayoría de sus creadores: por ejemplo, aunque Arnold Schönberg completara su sistema dodecafónico a mediados de los años veinte, su inclinación hacia la atonalidad había tenido lugar antes de la contienda. Algo parecido sucedió con las distintas corrientes de la pintura de vanguardia, de tal forma, que la abstracción (que empezó a generalizarse en esa década) fue resultado de las innovaciones anteriores.
La guerra confirió a la cultura de Weimar “un talante político y un tono estridente”. En cierta medida, como ha señalado Peter Gay, en aquellos años no se creó nada que no existiera antes de 1914, pero la libertad que trajo la República contribuyó a liberar todo lo que estaba latente (Gay, 1984, 15). En tal sentido debe interpretarse a Walter Gropius cuando declaró que, de repente, se dio cuenta al volver del frente de “que tenía la obligación de participar en algo completamente nuevo, algo que cambiara las condiciones en las que habíamos vivido hasta entonces” (Gropius, 1968).
Para una gran parte de alemanes había comenzado una nueva era. Al progreso tecnológico que supuso la aparición de la radio y la popularización del cine se unió la influencia de la música norteamericana y la cultura del consumo que trajeron las nuevas formas de comercio. Esa mezcla de cultura popular con la actividad incesante de las vanguardias artísticas hizo de Berlín una ciudad única en la Europa de su tiempo.
Una incipiente sociedad de consumo
Aunque la incipiente sociedad de consumo iniciada durante los años de Weimar se viera lastrada por las crisis económicas se produjeron cambios que no tenían marcha atrás. Los grandes comercios crecieron por la concentración de una próspera clase alta, (de Grazia, 2006, 200) mientras los almacenes populares aparecieron en los extrarradios y en los barrios de trabajadores. Con precios fijos, organización estandarizada y disponibilidad de mercancías, los almacenes populares se convirtieron en un verdadero competidor de las pequeñas tiendas de toda la vida que no se habían visto afectadas por los grandes almacenes del centro de las ciudades. Este nuevo comercio, herencia de las tiendas de “five and dime” (tiendas de cinco y diez centavos) de Estados Unidos, llegaría a Europa durante el periodo de entreguerras. Todo se vendía a precio fijo sin posibilidad de devolución. El peligro que estos negocios suponían para el pequeño comercio hizo que en 1930 el gobierno de Brünning “sacudido por las protestas de los tenderos promovidas por los nazis, aprobase una ley para frenar en seco la expansión de estas cadenas de tiendas” (de Grazia, 2006, 214).
A esos cambios en el consumo se unió una gran transformación de los medios de comunicación. Sin duda, los avances tecnológicos que tuvieron lugar durante ese periodo de tiempo fueron muy importantes para la vida cotidiana. Las elecciones