Mi perversión. Angy Skay

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Mi perversión - Angy Skay Mi obsesión

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ella, quien la abrazaba, sino otro.

      Otro que no era yo.

      Otro que no era yo.

      «Otro que no eres tú», me repetía como un mantra.

      Apreté los dientes tanto que pensé que se partirían. Estrujé los puños con más fuerza, provocándome dolor, mientras contemplaba las tenues luces en el interior de la casa de piedra. Tomé aire con más vigor y lo solté con más energía todavía. ¿Qué quería hacer? ¿Qué pretendía? Sabía que no llegaría y se arreglaría todo de la noche a la mañana; no habiendo estado lejos de ella tanto tiempo y habiéndole causado un dolor tan grande como el de sentirse utilizada. No actué bien, y estaba dispuesto a asumir las consecuencias, aunque también tenía claro que iba a remediarlo y que la recuperaría, costase lo que costase. Mi yo interior rio con fuerza al ser consciente de ese último pensamiento.

      Había visto su cara, sus ojos cuando me encontró en la esquina de la casa. Ya no eran iguales ni trasmitían lo mismo que antes. Ni siquiera aprecié un atisbo de amor en ellos, y eso terminó por rematarme. También ocasionó que me cegara con Klaus de forma desmedida y que ella lo viera todo.

      Más rabia se sumó a su mirada.

      Más pesar a mi conciencia al no saber en qué posición se encontraba esa relación. Si es que la había.

      —¿Pretendes entrar de nuevo? —me preguntó Luke con tono neutro. Su voz había perdido todo rastro de broma. Estaba bastante serio.

      No le contesté, pero seguí mirando la casa. Discerní por una pequeña ventana la silueta de alguien que se movía en el interior. Pocos segundos después, otra silueta se acercó a la primera y se fusionaron. «Solo es un abrazo, seguro», pensé, y mi mente maquiavélica se carcajeó con más hincha. El nudo en mi garganta me ahogaba tanto que, o lo soltaba, o terminaría pegándome un disparo con la misma pistola que llevaba sujeta en la cinturilla del pantalón.

      Me giré hacia la izquierda y comencé a caminar sin rumbo, hasta que el sonido de unas olas me hizo comprender que estaba muy cerca de los acantilados. Los pasos de Luke me seguían de cerca; seguramente, al no fiarse de mí. No estaba todo el tiempo pensando en el suicidio; tampoco era tan grave. O yo no lo veía así.

      Nos habíamos instalado en el coche. Literalmente. Llevábamos una tienda de campaña en el maletero, pero viendo el tiempo que hacía, montarla en el suelo empapado iba a ser una tarea complicada.

      Los pisotones en los charcos eran cada vez más sonoros por parte de Luke.

      —Edgar…

      Sonó a llamada de atención, sin embargo, iba tan cegado que ni siquiera lo escuché cuando comenzó a hablar. Mis pasos se volvieron más rápidos, más decididos. Mi agonía también crecía por momentos y estaba consumiéndome.

      Llegué al borde.

      Al filo del acantilado.

      —Edgar, por lo que más quieras, apártate de ahí —me suplicó, un paso por detrás de mí.

      No le contesté. No pensaba saltar…, ¿no?

      Cerré los ojos y me cuestioné si alguna vez había hecho algo bueno en la vida, si eran motivos de peso para seguir adelante, para no mandarlo todo a la mierda y olvidarme del mundo. Y en medio de esas meditaciones, que no sabía por qué habían llegado en ese instante, abrí los ojos de golpe. Tal vez necesitábamos una última gota que colmara nuestro vaso para darnos cuenta de lo que teníamos delante. O tal vez era el dolor, que hablaba por sí solo.

      Pensé en todas las posibilidades, en lo que quería y en lo que no, en lo que necesitaba y en lo que sabía que debía cambiar. Deseaba esforzarme, que ella se diese cuenta de que había cambiado, que ya no era el mismo tirano de antes. Aunque un tirano que siempre la amó. Sin embargo, eso solo eran palabras, y las palabras se las lleva el viento cuando menos te lo esperas. No me había comportado bien. Merecía su desprecio, pero haría lo imposible por volver a recuperar aunque fuese una mínima parte de la Enma que conocí.

      Me giré y encaré a Luke, que me observaba con horror. Su rostro solo se discernía gracias a los escasos rayos de la luna, suficientes para que en aquella oscuridad destacáramos.

      —Tengo un plan —solté a bocajarro.

      Luke alzó una ceja. Se encontraba con la mano extendida hacia mí y el pelo completamente pegado a la cara. Parecía que había aflojado la lluvia un poco. Ya ni siquiera lo notaba.

      —Está bien, tienes un plan. Pero si llega una ráfaga de viento, te vas a tomar por culo y el plan también. ¿Puedes apartarte de ahí, por favor? No me molaría nada tener que organizar tu puto entierro.

      En ese momento, fui consciente de lo cerca que estaba del abismo. Aparté mis pies y Luke soltó una bocanada de aire contenido. Sujetó con fuerza mi camisa, que ya era casi una fusión de mi piel, y tiró de mí hasta separarme lo suficiente. Después entrecerró los ojos con mal genio y me instó a que caminase en dirección al coche.

      Media hora después, estábamos en la parte trasera del vehículo, contemplando la luna delantera y sin hablar. Solté el humo de mi cigarro y bajé la ventanilla lo justo para que no entrase mucho frío. Habíamos abatido los asientos hacia delante para poder apoyar los pies con más comodidad.

      —Sabes que es una locura, ¿verdad?

      Asentí.

      —Tenemos que buscar la opción más adecuada. De momento, avisa a Brad y a Milo. Vamos a necesitarlos.

      —¿Quieres que ponga al corriente a Mark?

      Negué.

      —Cuanta menos gente lo sepa, mejor.

      —¿Tienes claro que no es un buen plan? —Frunció el ceño.

      —No hay más opciones.

      —No puedes re…

      —No hay más opciones, Luke —repetí con más ahínco.

      Una llamada resonó en el extenso silencio en el que estábamos sumidos, después del resoplido monumental de mi amigo. Desbloqueé el teléfono y me encontré con la cara de mi madre. Al descolgar, los tres me esperaban tras la pantalla.

      —¡Hola, papi! —Lion me saludó el primero.

      —¿Has encontrado ya el tesoro ese que has ido a buscar? —me preguntó Jimmy, con Goofy Bob sobre él.

      —El perro fuera del sofá. Ahora —le ordené, y el niño puso los ojos en blanco.

      —Vamos, Jimmy, hazle caso a tu padre —le espetó mi madre, mirándolo. Aunque yo sabía que en cuanto colgase el teléfono, el perro estaría subido en el sofá de nuevo. Luego los delatarían los pelos del animal, montaría en cólera y a los pocos minutos se me pasaría con cualquier tontería.

      —¿Y bien? —insistió Lion.

      Sorpresa.

      Sorpresa era la que iban a llevarse cuando se dieran cuenta de que Dakota no era una amiga ni una prima, sino su hermana. Sabía Dios que todavía no tenía ni idea de cómo iba a afrontar aquella conversación.

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