Redes de innovación como factor de desarrollo. Daniel Goya

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Redes de innovación como factor de desarrollo - Daniel Goya

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las condiciones de vida promedio. Promedio, porque claramente sigue habiendo gente que vive en las mismas o en peores condiciones que en el siglo XVIII, pero ese es otro enorme y complejo problema, para el que todavía no hay solución.

      Como se aprecia en el gráfico de la figura 2.1, hasta antes del siglo XIX prácticamente no hay crecimiento, la Revolución Industrial claramente marcó un antes y un después para la economía mundial, y, como se aprecia también en el gráfico, este fenómeno ocurrió en todo el mundo, aunque claramente no con la misma magnitud; África en 2003 se encuentra en el nivel del Oeste de Europa en 1820.

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      Figura 2.1. PIB per cápita 1-2003 d.c.4

      Fuente: (Wikipedia.org en base a Maddison, 2006).

      Para efectos de este trabajo, interesa analizar qué factores impulsaron el crecimiento económico de la Sociedad Industrial, base de la Sociedad del Conocimiento que se estudiará más adelante.

      Las fuentes del crecimiento en la Sociedad Industrial son al mismo tiempo algunas de sus principales características, fueron factores clave para el crecimiento durante la mayor parte del período industrial, y siguen manifestándose de distinta forma en la actualidad; algunas han dado saltos cualitativos y siguen siendo motores del crecimiento; otras han pasado a ser requisitos básicos, como la energía y el transporte.

      Antes de analizar en detalle los factores que impulsaron el crecimiento en la Era Industrial, se presentará brevemente el modelo neoclásico de crecimiento económico. En 1776, el mismo año en que la máquina de Watt se empezó a instalar en distintas industrias (originalmente se utilizó sólo en minas), Adam Smith publicó “La riqueza de las naciones”, y con esto se inició el estudio formal de la economía, que hasta hoy tiene en el crecimiento económico uno de sus mayores desafíos.

      En 1956, Robert Solow y T.W. Swan desarrollaron un modelo que se ajustaba relativamente bien a los datos de crecimiento en Estados Unidos. En el modelo, basado en el de Harrod-Domar de acumulación de capital, el crecimiento depende de la mano de obra y el capital (en definitiva de la acumulación de capital, ya que la tasa de crecimiento de la población no puede modificarse fácilmente a gusto de los agentes productivos).

      El modelo de Solow (llamado también neoclásico o de crecimiento exógeno) asume rendimientos decrecientes del capital y la mano de obra, esto es, que con un nivel constante de uno, los aumentos en el otro producen aumentos cada vez menores en la producción total. Si los dos aumentan en la misma proporción, la producción total sí aumentará en esa proporción (tienen conjuntamente rendimientos constantes). Del modelo se concluye que los países convergen a un estado estable, y el crecimiento depende de la inversión en capital, que a su vez depende del nivel de ahorro.

      Lo más importante del modelo de Solow, al menos para este trabajo, es que gran parte del crecimiento no era explicado por el capital y la mano de obra, sino por un residuo que Solow originalmente denominó la “medida de nuestra ignorancia”. Actualmente ese residuo es denominado Productividad Total de Factores (PTF), y agrupa todo el crecimiento que no es explicado ni por el aumento de mano de obra ni la acumulación de capital. Aunque se asocia con la productividad –la razón entre producción obtenida e insumos utilizados– esta PTF es determinada exógenamente, lo cual hizo surgir nuevas teorías, llamadas de crecimiento endógeno, que intentan explicar de dónde viene el cambio en la productividad, analizando el cambio tecnológico, el capital humano y la innovación, entre otras cosas, con la intención de obtener modelos más realistas y prescriptivamente útiles.

      Y aunque no se haya logrado generar un modelo con la aceptación del de Solow, las teorías de crecimiento endógeno impulsaron el estudio del cambio tecnológico, y mostraron que, al contrario de lo que planteaba la teoría neoclásica, las políticas públicas pueden tener un efecto en el crecimiento a largo plazo de una economía. Subsidios u otras medidas que promuevan la educación y la I+D, muestran algunos de estos modelos, tienen un efecto positivo en la innovación, y esto afecta a su vez positivamente la tasa de crecimiento.

      Sin embargo, al analizar cuantitativamente el efecto de algunas de las tecnologías características de las Revoluciones Industriales, se descubre que prácticamente no tuvieron efecto en el crecimiento. Una explicación para esto se basa en el concepto de las tecnologías de propósito general, cuyo efecto tarda un tiempo considerable en ser visible. La electricidad, por ejemplo, que ya en 1880 era prometedora, no vino a tener su mayor impacto en la productividad hasta los años veinte, cuando se descubrieron las posibilidades de rediseño de las fábricas (David, 1989, citado por Crafts, 2004 y por Castells, 2000). Algo similar ocurriría más tarde con las nuevas TIC de fines del siglo XX, cuyo efecto llegó después de lo esperado por la diferencia entre la velocidad del avance tecnológico y de la asimilación social de las tecnologías.

      A continuación se analizará el fuerte crecimiento que tuvieron los tres factores como resultado de la revolución industrial, prestando especial atención a la PTF o cambio tecnológico.

      A pesar de las nuevas fuentes de energía y maquinarias mecanizadas, la producción seguía siendo intensiva en mano de obra, las fábricas necesitaban cada vez más manos –porque los obreros eran considerados herramientas, más que personas– para producir.

      Las mejoras en la producción agrícola hicieron menos mano de obra necesaria en el campo, y las fábricas en las ciudades, que necesitaban obreros, fueron el lugar lógico donde ir a buscar trabajo. Hubo enormes migraciones del campo a la ciudad, lo que derivó en pésimas condiciones de vida e higiene en estas, y pésimas condiciones laborales también; la gran oferta de mano de obra hacía que su costo fuese ínfimo, los empresarios podían pagar tan poco como quisieran y no había ninguna preocupación por las condiciones laborales; hombres, mujeres y niños –en 1818 aproximadamente la mitad de los trabajadores en fábricas de algodón había empezado a trabajar antes de los diez años (Galbi, 1997)– trabajaban hasta 14 horas diarias, en fábricas sucias, oscuras y peligrosas. Esto último derivó en la aparición de los sindicatos y las primeras regulaciones laborales, y al desarrollarse la Sociedad Industrial esto fue mejorando considerablemente, especialmente en los países más avanzados.

      Pero más allá de los cuestionamientos éticos a las condiciones de trabajo, el hecho es que el aumento de población de las ciudades, causada por antiguos trabajadores agrícolas atraídos a las fábricas para conseguir trabajo, fue un factor que contribuyó al crecimiento; sin la disponibilidad de gente dispuesta a trabajar que tenían los empresarios el crecimiento no hubiera ocurrido a las velocidades que ocurrió.

      Y no sólo eso, sino que la nueva división del trabajo es una de las características de la cultura industrial, diametralmente distinta a lo que ocurría en la anterior sociedad agrícola (Castells, 2000). La nueva división técnica del trabajo fue el resultado de la creciente especialización necesaria para operar las nuevas tecnologías y dirigir las cada vez más grandes y complejas organizaciones.

      A pesar de que el feudalismo empezó a declinar varios siglos antes de la Revolución Industrial, hasta ese momento la tierra seguía siendo la principal fuente de riqueza, pero la hegemonía de los terratenientes empezó a ser desafiada por los que invertían en maquinaria y fábricas.

      Las grandes fábricas que empezaron a surgir requerían inmensas inversiones, pero los que se arriesgaban y tenían éxito acumulaban capital de una manera nunca antes vista, gracias a los nuevos niveles de producción y crecimiento existentes. Esta acumulación de capital les permitía invertir más, dándose las condiciones para que empezaran a crearse grandes

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