Redes de innovación como factor de desarrollo. Daniel Goya
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Es imperativo que una economía presente características facilitadoras del emprendimiento, de lo contrario no sólo se pierden posibles emprendimientos exitosos, sino que surgen las condiciones para el establecimiento de una cultura opuesta a este, apareciendo un círculo vicioso donde, en un caso extremo, el emprendimiento puede desaparecer y el país verse atrapado en una situación de estancamiento.
Las condiciones culturales explican en gran medida el nivel de emprendimiento en una sociedad, siendo la valoración del emprendimiento y la independencia asociada a este, la capacidad de la población de reconocer oportunidades de emprendimiento, y el considerar la toma de riesgos como un valor positivo y reforzarlo en el sistema educacional características comunes en los países con altas tasas de emprendimiento (OECD, 2000).
Si los factores culturales no son ya un tema suficientemente complejo, otro factor que debe considerarse a la hora de hablar del emprendimiento es la disponibilidad de capital de riesgo y la existencia de políticas públicas que lo hagan faciliten en vez de entorpecerlo. El capital de riesgo está siendo indicado como un factor clave en el crecimiento, al ser el único medio de emergencia y expansión para las firmas innovadoras que no pueden obtener financiamiento de la manera tradicional, en gran medida por su alto riesgo y dependencia de activos intangibles en vez de físicos (OECD, 2000). Las políticas públicas, a la vez, deben no sólo facilitar la existencia y distribución del capital de riesgo, sino disminuir los costos en la creación de nuevos negocios, simplificar sus trámites, y conectarlos a redes de cooperación tecnológica. Todos estos son temas poco conflictivos y en los que hay consenso, pero hay otros que se prestan para mucha discusión, como si pueden, y hasta dónde, relajarse las exigencias laborales para promover el surgimiento de nuevos negocios. Como queda claro, aunque el emprendimiento es claramente un potente impulsor del crecimiento, es quizás uno de los más complicados, por no depender exclusivamente de las personas y los mercados, sino de factores culturales y políticas públicas.
Volviendo a las empresas que ya están establecidas, es de ellas, y específicamente de sus laboratorios de I+D, nacidos durante la Segunda Revolución Industrial, de donde surgen la mayor parte de las innovaciones que llegan al mercado.
El esfuerzo en investigación y desarrollo se traduce en innovaciones que entregan ventajas competitivas a las empresas; la competencia las imita y esto hace necesario buscar nuevas innovaciones; y así sucesivamente; la competencia hace necesario innovar, y la innovación permite mantener el ritmo de crecimiento económico. Además, la competencia y la innovación permiten tener productos y servicios cada vez más baratos y mejores.
Figura 3.3. Porcentaje de firmas que se embarca en arreglos de cooperación para innovar (el año 2000) versus PIB per cápita (el año 2003). Fuente: (Fagerberg, 2006).
Pero no sólo hay innovación y crecimiento en la competencia, también en la cooperación. Un ejemplo concreto en Chile es el caso del Consorcio Vinnova (Consorcio tecnológico empresarial para la vid y el vino), donde dos universidades y más de cincuenta viñas se han unido para el desarrollo de proyectos de investigación, transferencia tecnológica y comercialización (Lavados, 2008).
La figura 3.3 muestra la relación entre el porcentaje de empresas que cooperan para innovar el año 2000 y el PIB per cápita el año 2003. Si bien hay ciertas consideraciones metodológicas; quizás sería mejor observar el cambio en el PIB para una mejor interpretación, y el autor no comenta nada sobre la dirección de la causalidad. Pero independiente de estas consideraciones, hay dos interpretaciones posibles, ambas importantes. La primera es que cuando los países tienen economías más grandes y desarrolladas las firmas deben empezar a cooperar para lograr cosas más complejas en materias de conocimiento e innovación. La segunda, es que el hecho de cooperar para innovar, puede tener un efecto positivo a mediano plazo –hay que notar la dimensión temporal en el gráfico– en el PIB per cápita.
A continuación se revisará brevemente la relación de los países en desarrollo con la competitividad, luego se estudiará el caso de Latinoamérica en general y Chile en particular, y por último, se hará referencia a países que han sido exitosos en dar el “salto” al desarrollo.
3.1 Competitividad y países en desarrollo
La heterogeneidad de los países en desarrollo hace difícil su caracterización, pero se pueden definir por oposición, tal como se hacía antiguamente con los países subdesarrollados, los cuales eran los que no lograron industrializarse. Ahora los países “en desarrollo” son “los que no logran hacer de la generación, transmisión y uso del conocimiento un vector fundamental de crecimiento económico y progreso social” (Arocena y Sutz, 2002), o sea, los que no logran hacer la transición a la sociedad del conocimiento, que se estudiará en el capítulo siguiente.
McArthur y Sachs en su capítulo sobre el avance tecnológico y las distintas etapas del desarrollo, en el Reporte de Competitividad Global 2001-2002, distinguen entre tres etapas. En la primera, los países muy pobres, con bajos niveles de salud y educación, no van a competir en base a la innovación tecnológica7, sino que su objetivo será atraer inversiones de capital, y evitar la salida de su propio capital.
En la etapa siguiente de desarrollo, el objetivo principal es acelerar el proceso de difusión tecnológica hacia el país, atrayendo inversión extranjera directa de alto nivel tecnológico. Para los países más avanzados, en la última etapa antes de lograr saltar a ser una “economía núcleo” el objetivo es la transición de difusión tecnológica a innovación tecnológica (McArthur y Sachs, 2002).
Estas tres etapas se basan en el trabajo de Porter (1990), en que habla del paso de una economía basada en los recursos a una basada en el conocimiento. Mientras las economías se desarrollan, también lo hacen sus bases estructurales de ventaja competitiva, pasando de la exportación de commodities y una mano de obra no calificada (etapa de recursos), a innovar en al menos algunos sectores de la frontera tecnológica global (etapa de innovación). Para llegar a esto primero hay que pasar por la etapa de absorción de tecnología y de inserción en los mercados globales, lo que requiere una fuerte inversión (etapa de inversión, o de eficiencia, según el reporte 2005-2006). Para esta evolución todos los actores de la economía nacional deben evolucionar de manera paralela, si alguno no lo hace, la economía no podrá pasar a la etapa siguiente.
Por ejemplo, para dar el salto de absorción a creación de tecnología, se requiere un Estado que potencie la investigación y la educación, y que permita la existencia de mercados de capitales y condiciones apropiadas para el nacimiento de startups basadas en tecnología. Al tiempo que el Estado garantiza estas condiciones, las empresas deben pasar a una estructura menos jerárquica, con redes flexibles que faciliten la innovación y la adaptación, y deben invertir permanentemente en la capacitación de su mano de obra. La aparición de clusters también parece ser importante en esta etapa, ya que fomentan una mezcla de cooperación y competencia, y tienden a desarrollar un mejor mercado de mano de obra especializada. Los clusters, además, permiten la diferenciación de los países, estableciendo cuáles serán las industrias en las que será un líder tecnológico a nivel mundial.
Los clusters además pueden ayudar a orientar el crecimiento económico de un país hacia las industrias donde este tiene una ventaja comparativa; independiente de en qué etapa de crecimiento se encuentra una economía, debe logar crecimiento basado en la innovación en las industrias en las que naturalmente posee ventajas.
El Reporte de Competitividad ejemplifica con Argentina el caso de un país que tenía, hace cuarenta años, todo el potencial para pasar a ser una economía desarrollada, pero no logró desarrollar