Escultura Barroca Española. Escultura Barroca Andaluza. Antonio Rafael Fernández Paradas
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3.3.Alonso de Mena y Escalante (1586-1646)
El itinerario recorrido desde Pablo de Rojas a los hermanos García constituye el preámbulo necesario para entender la figura de Alonso de Mena, a quien desde antiguo la historiografía[14] ha ponderado por la copiosa producción que su taller produjo, de gran proyección en el ámbito de Andalucía oriental (pero no exclusivamente) y por el crucial momento en que esta se desarrolla, timoneando junto a otros maestros el reemplazo del romanismo por el naturalismo barroco. Por si estos datos no justificaran el interés de su figura, se añade una longeva y compleja biografía, que incluye un contrato de aprendizaje que lo enrola en el taller sevillano de Andrés de Ocampo en 1604, y sobre todo una inusitada versatilidad que le permitió practicar la imaginería devocional en madera policromada, la escultura monumental pétrea, la ensambladura de retablos o la labra de portadas de piedra. Por ese emotivo, su taller será fecundo obrador en el que se formen un buen número de escultores.
Probablemente relacionado familiarmente con el mundo de la carpintería, más que a una dinastía de impresores (como supuso Gallego Burín), el primer dato profesional de Alonso de Mena es el citado contrato de aprendizaje en Sevilla que, sin embargo, no deja más rastros documentales, quizás porque no se hiciera verdaderamente efectivo. En 1610 contraía matrimonio por primera vez en Granada y en 1612 se documenta un primer discípulo, Cecilio López (a la postre su cuñado desde 1620) y otros dos más al año siguiente (el madrileño Pedro Cobo de la Serna y el melillense Juan Sánchez Cordobés). Pocas obras se conocen de esta etapa inicial, entre ellas la Virgen de Belén (1616) de la parroquia de San Cecilio de Granada, una santa Ana triple para la localidad almeriense de Sierro al año siguiente (no conservada) y un Resucitado para Setenil de las Bodegas (Cádiz) en 1619, bastante retocado en la actualidad. Sorprende tan temprana proyección fuera de Granada, lo que hace suponer una actividad más abundante que la conocida y cierto reconocimiento. El entorno estilístico de Pablo de Rojas (tanto procedente del maestro cuanto de discípulos y colaboradores como Bernabé de Gaviria o Martín de Aranda) se hace presente en este momento, cimentando un sentido monumental y clásico de la figura, al que de inmediato afecta el influjo de los hermanos García y su vocación naturalista de plástica descriptiva. Además en un momento temprano traba relaciones con otros horizontes profesionales (su primer suegro es el cantero Alonso del Castillo y tío suyo el ensamblador Diego de Oliva), lo que prepara una llamativa versatilidad profesional a la que se une una innata mentalidad empresarial que fragua en una consolidada estructura de taller, capaz de afrontar encargos de gran envergadura.
El empaque clásico de la citada Virgen de Belén (Fig. 6) se justifica en fecha tan temprana (1616), cuando la inercia del romanismo aún posee cierta vigencia. Y es que parece adecuado a la rotundidad escultórica que se impone desde las postrimerías del Quinientos en la estela de Pablo de Rojas y que se convierte en una línea a la que se adhiere con constancia Alonso de Mena, como demostraban la Virgen de Loreto (1626), destruida en el incendio de la parroquia del Salvador de Granada, y la Virgen con el Niño del convento de la Piedad, también en Granada (donación del corregidor don García Bravo de Acuña). No obstante, el verdadero norte estético de la imagen de la Virgen de Belén lo marca un dibujo de Pedro de Raxis (con quien traba frecuentemente sociedad laboral Mena), que ejecutó en presencia del propio arzobispo de Granada, fray Pedro González de Mendoza, mecenas de la obra e inspirador del modelo definitivo, en permanente diálogo con el pintor[15]. El hecho de utilizar un modelo dibujado para la escultura implicaba el doble control, iconográfico y estético, del resultado final, aunque siempre dejaba cierto margen creativo al artista[16]. Mena dota al conjunto de un vigoroso plasticismo, como las obras de Raxis en composiciones análogas (La Virgen en la casa de Nazaret, del Museo de Bellas Artes de Granada y el lienzo de la Asunción de la parroquia de La Zubia), a lo que se añade una anacrónica rigidez e idealización expresiva en la Virgen, visible en la perfección con que delinea el rostro de la Virgen y, sobre todo, el artificioso peinado de marcadas ondulaciones rígidamente ordenadas y que en buena parte de las imágenes marianas de Mena se convierte en signo caracterizador, con la serena belleza clásica de los tipos femeninos de Rojas y su modo de disponer los cabellos como lejana referencia.
Fig. 6. Alonso de Mena. Virgen de Belén. 1616. Iglesia parroquial de San Cecilio, Granada.
En obras cronológicamente cercanas se constata la dependencia más estrecha de los modelos de Rojas. El Resucitado de Setenil (1619), el Cristo de la Salud de la ermita de los Gallegos de Santa Fe (hacia 1620)[17], el Crucificado de la parroquia de las Albuñuelas (1620) o el San Juan Bautista de Cozvíjar (1622) representan figuras contenidas, equilibradas y elegantes al modo de Rojas, sin duda por inercia del gusto de la comitencia, aunque en algunos casos algo pobres de definición plástica y de expresión. En esta línea aún se encuentra el Cristo a la columna de la parroquia de San Cecilio de Granada, pero incorporando un modelado anatómico más tenso y minucioso. El Nazareno que preside el cancel del coro de legos de la Cartuja granadina también se debate entre el modelo de Rojas, claramente perceptible en la composición de la figura y su ritmo de paños, y un nuevo modelo fisionómico de mayor expresividad[18]. Y es que el inicio de la década de 1620 resulta crucial para la aquilatación de un estilo personal, decantado definitivamente por la opción naturalista. Precisamente en las imágenes del Crucificado se puede estudiar esta cuestión. El Cristo de la Expiración de Adra (Almería), documentado por Javier Sánchez Real y datado en 1622-1623, aunque muy retocado en el siglo XX, renueva el estudio anatómico de modelado duro y tenso sobre el modelo compositivo de Rojas, lo que abunda en el Cristo de las Ánimas de Carcabuey (Córdoba), fechado en 1624, que ya acuña un tipo personal de gran potencia anatómica y soberana intensidad dramática, tan cercano morfológicamente al realismo expresivo de Juan de Mesa. La evidencia documental del contrato de aprendizaje firmado en Sevilla con Andrés de Ocampo en 1604 quizás no explique suficientemente esta relación evidente, por lo que debía existir en el ambiente artístico granadino otro elemento que sirviera a Mena de apoyatura para apartarse de modo progresivo e inexorable de la inspiración romanista de Rojas e incorporar en paralelo una concepción más naturalista de la figura, y pienso que ese contrapunto estético al quehacer de Rojas lo pudo encontrar Alonso de Mena en los hermanos García. El trabajo minucioso del barro en el que se suelen desenvolver estos hermanos artistas, que eventualmente traducen a la madera en el imponente Crucificado de la sacristía de la catedral de Granada (1623), debió resultar un fascinante atractivo que ligara la reorientación estética de Mena con un sentido plástico de volúmenes enfáticos, de anatomía detallada, de pormenores descriptivos e incluso de mayor intensidad dolorosa, con grafismos que emparentan las escuelas andaluzas, como la espina que atraviesa la ceja (presente en Juan de Mesa, los hermanos García, Alonso de Mena o Bernardo de Mora, entre otros).
Con esta serie iconográfica como testimonio evolutivo, para mediados de la década de 1620 Alonso de Mena ya ha consolidado un concepto escultórico propio que revisa y resume las experiencias del último medio siglo, mediante un tipo monumental de figura equilibrada a la que valora con volúmenes enfáticos y prolijidad de detalles, acusando una creciente intensidad expresiva en temas de la Pasión. Puede decirse que funde la especulación funcional y perceptiva de la escultura en sus diferentes contextos procedente de Rojas con la metodología analítica, de virtuosismo técnico y preciosismo narrativo, que practicaron los hermanos García, particularmente aplicada a la imagen devocional. Acuña al tiempo un tipo fisonómico masculino muy reconocible, de cara huesuda, frente despejada, barba bífida, melena de mechones zigzagueantes y ojos ligeramente rasgados, en paralelo a un tipo femenino muy dibujístico en la perfección del contorno ovalado del rostro y el perfilado de ojos, dotado de una suave idealización y cierta inexpresividad[19]. Urgía a Mena la definición de tipos propios, como las copiosas