V Congreso iberoamericano de personalismo. Группа авторов

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significación equívoca. Y así supera el absolutismo y el relativismo extremo. Es ir más allá, a un realismo moderado.

      La analogía, así, es mediación, es la mediadora entre dos extremos, como lo son el sentido unívoco y el equívoco, para llevar a algo intermedio, que es el sentido analógico, el cual puede sacar del impasse que se da al colocarse entre esos dos opuestos y tratar de optar por uno o por el otro. Nos lleva a superarlos en algo intermedio.

      Se da aquí una especie de dialéctica, que no destruye los opuestos, sino que los armoniza, que los lleva a una conciliación, como aquella de la que hablaba el cardenal Nicolás de Cusa. Es un respeto por las diferencias, pues no destruye los contrarios, esto es, los diferentes, sino que los conduce a una mediación, en la que se unen sin fusionarse, es decir, sin confundirse, sino que colaboran entre ellos, cada uno con su singularidad distinta. Por eso surgen de la actividad lógica de distinguir.

      No se destruyen los opuestos para llevarlos a una síntesis superadora, porque eso es matarlos, de una manera encubierta. Aquí se los conduce a una confluencia o unión, mediante esa mediación que consiste en ver que en las cosas hay diferencias, pero con posibilidad de conciliación, esto es, de asimilación, de semejanza. Por eso la analogía era definida como simplemente diversa y, según algún respecto, igual (simpliciter diversa et secundum quid eadem). Es decir, una significación simplemente diversa y, según alguna proporción, la misma, para varias cosas.

      Así, con un personalismo analógico estamos evitando excesos de personalismos unívocos, como el de los que endurecen el lado substancial de la persona, y de los equívocos, que exageran sólo su lado relacional. Veamos, por pasos, a qué nos lleva la analogía, tratando de señalar en la persona su aspecto ontológico, su aspecto psicológico y su aspecto social.

      Aspecto ontológico

      Una postura analógica, es decir, moderada, nos lleva a sostener, yo diría, que la persona es una substancia relacional, es decir, que tiene un núcleo ontológico, substancial1, que se manifiesta y expresa en las múltiples relaciones en las que se distiende. En lugar de que la persona sea pura relación, evitar que sea pura substancia; y, en lugar de que se la ponga como relación subsistente, porque eso únicamente compete a Dios, hay que ponerla como substancia relacional, es decir como substancia en relación, como sujeto que se distiende intencionalmente a las demás cosas.

      Esto nos prepara para dar el paso hacia la antropología filosófica, la cual no parece ser otra cosa que una ontología de la persona, y, como Heidegger llamó a la ontología “hermenéutica de la facticidad”, la filosofía del hombre bien puede ser una hermenéutica de la facticidad humana. Es ociosa la pelea de Heidegger contra Cassirer, para suplantar la antropología filosófica con su ontología fundamental. Necesitamos una filosofía del hombre. Por eso, vayamos a ella.

      Aspecto antropológico

      La intencionalidad se ha visto sobre todo en la voluntad, pero también se da en el conocimiento, y aun puede hablarse de que se da en el ser. La intencionalidad cognoscitiva consiste en asimilarse el objeto conocido, es decir, hacerse él mismo psíquicamente, por la semejanza suya que llevamos a nuestro intelecto. La intencionalidad volitiva consiste en asimilarse el objeto deseado o la persona amada, hacerse un alter ego o un semejante suyo. Es como en la parábola del buen samaritano, hacerse prójimo o semejante, análogo. Y también hay una intencionalidad ontológica, pues todo ente posee una tensión hacia el ser, hacia el existir, ese conatus, vis o fuerza que vieron Spinoza y Leibniz, la cual inclina a permanecer en el ser, el instinto de autoconservación.

      Como se ve, la noción de intencionalidad es sumamente analógica, pues abarca varios campos, se dice de muchas maneras, y conjunta lo cognoscitivo, lo volitivo y lo ontológico. Deseamos conocer para amar y, en definitiva, para existir, para subsistir. Incluso después de la muerte, como muchos pensadores han visto al amor, que perdura más allá de ella.

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