V Congreso iberoamericano de personalismo. Группа авторов

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y a la vez se presente como un bien objetivo a la persona.

      2. Intencionalidad y las respuestas afectivas

      Afirma von Hildebrand que, para él, intencional tiene el mismo significado que para Husserl: una relación significativa consciente con un objeto, es decir, “una relación consciente, racional, entre la persona y un objeto” (1962, p. 217). Esta “relación consciente”, intencional, difiere de una relación causal objetiva. La relación causal objetiva es aquella en la que hay una causa para una consecuencia, por ejemplo, un estado de ánimo.

      Para utilizar un ejemplo de von Hildebrand: puedo, por ejemplo, estar cansada físicamente, y saber que eso se pasa porque hace dos días que no duermo. Este es un estado de ánimo, con una causa conocida (conscientemente). Pero no es una relación intencionada, porque no hay un conocimiento de un objeto que motive mi experiencia. Su determinación causal objetiva no presupone un conocimiento de la misma causa. El cansancio es un hecho, y permanece el mismo, conociendo o no su causa.

      A la vez, la relación intencionada presupone, esencialmente, el conocimiento de un objeto que motiva la experiencia. Por ejemplo, puedo ponerme alegre por encontrarme con una gran amiga tras cinco años sin verla. Siento alegría (que es mi respuesta afectiva), al mismo tiempo que conozco la causa; y esta causa – nuestra amistad, que constituye un valor de importancia – es el objeto que motiva mi respuesta afectiva. La alegría implica necesariamente una relación a un objeto: estoy alegre por algo, y lo sé – es decir, soy consciente de este algo, tengo un conocimiento de él, no solo como objeto de mi conocimiento, sino como objeto de una respuesta afectiva.

      Nos interesan aquí las respuestas afectivas, diferentes de las respuestas teóricas (como la convicción, la duda, etc.) y de las respuestas volitivas (que son el querer en sentido estricto). Las respuestas afectivas participan del contenido de importancia, juntamente con las volitivas. De un lado, presuponen la importancia de un objeto, es decir, es necesario que el objeto tenga importancia. De otro, reconocen esta importancia al mismo tiempo en que son motivadas por ella.

      Desde el punto de vista teórico, von Hildebrand expone tres perversiones principales de las respuestas afectivas (2001, p. 37). La primera es el desplazamiento del tema desde el objeto a la respuesta afectiva, es decir, poner en la respuesta del sujeto la el valor y fundamento que corresponde al objeto. La segunda es separar la respuesta de su objeto, considerándola independiente de él, con un sentido en sí misma. Ya vimos que eso no es posible: el objeto no es solo condición de existencia de la respuesta afectiva, sino su propia razón de ser. La tercera – y posiblemente la más difundida – es reducir a estado afectivo algo que en absoluto no le pertenece. Por ejemplo, rechazar a los deberes de un matrimonio contraído, por no “sentirse” entusiasmado o comprometido con la promesa hecha. La respuesta afectiva aquí no puede sustituir un vínculo de ámbito jurídico, porque son de naturalezas distintas.

      Es necesario, sin embargo, subrayar que una verdadera respuesta afectiva no tiene por qué tener un nivel ontológico menor que su objeto. Es todo lo contrario: la experiencia afectiva debe tender a una adecuación del valor de la respuesta al valor ontológico del objeto. Lo veremos enseguida.

      3. Adecuación de las respuestas afectivas a su objeto y formación de la afectividad

      Como decimos, von Hildebrand cree que en gran medida el descrédito dado a la esfera afectiva se da por separar una experiencia afectiva del objeto que la motiva. Vimos que el objeto que motiva la respuesta afectiva puede ser más o menos importante, tener más o menos valor, por sí mismo. Vimos también que este objeto puede constituir un bien objetivo a la persona.

      Puesto que no hay oposición entre “objetividad” – hay objetividad no sólo porque hay una relación causal, sino porque hay una relación intencional; además, el objeto tiene un valor en sí mismo, a ser reconocido por el sujeto – y “afectividad”, se puede decir que

      la verdadera afectividad implica (…) que una actitud se adecúa a la verdadera naturaleza, tema y valor del objeto al que se refiere. Un acto de conocimiento es objetivo cuando capta la verdadera naturaleza del objeto. En este caso, objetividad equivale a adecuación, validez y verdad. (…) Y una respuesta afectiva es objetiva cuando corresponde al valor del objeto. (2001, p. 100)

      Así, una persona correctamente afectiva, es decir, con una afectividad madura o tierna (según el Autor), “responde al bien que es la fuente y la base de su experiencia afectiva” (2001, p. 100). Esta persona encuéntrase consciente del objeto de su respuesta, y está convencida de su valor objetivo.

      En estas respuestas, la intención va de nosotros al objeto; hay un contenido en nuestra respuesta, como la “voz”, una “palabra” de nuestra respuesta al objeto. Por nuestras respuestas afectivas, comunicamos como el sujeto recibe y considera su objeto, si es capaz de reconocer la importancia objetiva contenida en él. Pero sería un defecto responder a un objeto de modo contrario a su valor y dignidad.

      Cuando un hijo llora de tristeza ante el sepultamiento de su padre, por ejemplo, reconoce la importancia del objeto – la muerte de un familiar querido – y responde según ella – con pesar, con tristeza. Si el hijo, sin embargo, estuviese muy contento con la muerte de su padre, porque pronto recibiría su herencia, su respuesta afectiva no sería adecuada al objeto. El valor de la vida del padre es netamente más elevado y digno que la herencia material.

      Las respuestas afectivas deben, así, corresponder al valor del objeto. Uno puede evaluar si su respuesta es adecuada a la naturaleza y valor del objeto. Sin embargo, si solamente la voluntad es libre en sentido estricto, y no podemos engendrar una respuesta afectiva con nuestra voluntad, ¿qué hacer para adecuar las propias respuestas afectivas al valor de sus objetos?; y más allá, ¿cómo impartir una formación de la afectividad que ayude a adecuar las respuestas afectivas, para llegar a la autorrealización de la persona?

      Es evidente que parte de la formación de la afectividad se centre en adquirir virtudes y fortalecer la voluntad. Sin embargo, si el “corazón”, como afirma von Hildebrand, es el centro más profundo del “yo”, es necesario educarlo para conocer los valores al que debe las respuestas más elevadas y así, responder adecuadamente. Esta es la esfera de la objetividad: tornar a la persona capaz de evaluar, por sí misma, el valor intrínseco y la importancia de los objetos a que se dirigen sus afectos.

      Por otra parte, en la esfera subjetiva, sería conveniente crecer en autoconocimiento, para comprender sus propias reacciones y respuestas; examinar si las respuestas afectivas dadas (cuanto al valor, la dignidad, la duración) son adecuadas al objeto que las motivan. “Por tanto, la pregunta fundamental no es: ¿Me siento feliz?, sino: ¿La situación objetiva es tal que resulta razonable ser feliz?” (2001, p. 100). Descubrir, así, la felicidad, la autorrealización, en objetos que efectivamente puedan hacer uno feliz, realizado.

      Bibliografía

      Principal

      von Hilderand, D. (1962). Ética cristiana. Trad.: S. Gómez Nogales. Barcelona: Herder.

      _________, (2001) El corazón. Trad.: Juan Manuel Burgos. (4ª ed). Madrid: Palabra.

      Consultada

      Burgos, J. M. (2012). Introducción al personalismo. Madrid: Palabra.

      _________, (2017). Repensar la naturaleza humana. Ciudad de México: Siglo XXI Editores – Universidad Anáhuac.

      Pieper, J. (2018). Virtudes fundamentais. As virtudes cardeais e teologais. Trad.: Paulo Roberto de Andrada Pacheco. São Paulo: Cultor de Livros.

      Ratzinger, J. (2000). Ley natural y razón práctica. Una visión tomista de la autonomía moral. Pamplona: Eunsa.

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