La sorpresa del millonario. Kat Cantrell
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Tan secreta era que él no debería conocer su existencia, ya que no había salido al mercado. Sus fuentes le habían informado de que los laboratorios de Fyra habían desarrollado una fórmula milagrosa de propiedades cicatrizantes para eliminar arrugas y cicatrices. Habían insistido en que era mejor que la suya. Y él la quería.
Y no iba a pedírsela por teléfono. Hacía casi nueve años que no hablaban.
–Gage Branson, ¿a qué debo el honor de tu visita?
La ronca voz femenina le llegó por detrás. Se volvió y se quedó de una pieza.
–¿Cass?
–Eso creo. ¿O me he dejado el rostro en el otro monedero?
–No, lo tienes donde lo dejé –era hermoso y el de una mujer fantástica.
Aquella elegante mujer con tacones de aguja, gafas de sol y un atractivo traje de chaqueta no se parecía a la Cassandra de sus recuerdos. Ni siquiera tenía la misma voz, aunque su actitud le resultaba familiar. La seguridad en sí misma constituía buena parte de su atractivo.
Era evidente que él no había cambiado mucho desde la universidad, ya que lo había reconocido por la espalda.
–¿Te has pasado al campo del transporte de perros?
–¿Te refieres a Arwen? No. Me hace compañía mientras conduzco. He venido de Austin para verte. ¡Sorpresa!
–¿Tienes cita?
Era obvio que ya sabía la respuesta y que no iba a cambiar su agenda por un exnovio.
Gage sonrió.
–Esperaba que me recibieras aunque no la tuviera. Por los viejos tiempos.
Sonrió aún más al recordarlos: conversaciones nocturnas tomando café, trucos imaginativos para conseguir que Cass se desnudara y un sexo espectacular cuando finalmente ella se rindió a lo inevitable.
Ella frunció los labios.
–¿Es que tenemos algo que decirnos?
Muchas cosas, más de las que él pensaba en principio. Al ver a aquella nueva Cass había planeado una cena e ir a tomar unas copas con su antigua novia.
Ambos eran adultos, por lo que no había motivo para no separar los negocios del placer.
–En primer lugar, quiero felicitarte, con retraso, desde luego. Es notable lo que has conseguido.
Cuando había descubierto que podía competir con él, había buscado detalles en Internet. Le gustó ver su foto y recordar la relación que habían tenido. Era de las pocas mujeres de su pasado a las que recordaba con afecto.
–Gracias, pero ha sido un trabajo de grupo.
Esperaba que ella le dijera que había seguido su trayectoria empresarial y que lo felicitara por sus éxitos y por haber sido nombrado Empresario del Año.
No le dijo nada. ¿No sentía curiosidad por lo que él había hecho? ¿Su relación había sido para ella un incidente pasajero sin importancia?
La relación había sido breve. Cuando él consiguió escapar de su restrictiva infancia y sus sobreprotectores padres se juró que no consentiría que volvieran a cortarle las alas. Le debía a su hermano Nicolás poder vivir al límite, experimentar todo lo que su hermano no viviría por culpa de un conductor borracho.
Contentarse con una sola mujer no encajaba en esa filosofía, y a Gage le gustaba su libertad tanto como las mujeres, o más, lo que implicaba que aquella relación entre Cass y él pronto se acabaría y se separarían sin rencores. No podía culparla por no haber mirado atrás.
–Seguro, pero tú eres la directora general, y eso significa que tú decides.
Ella se cruzó de brazos y, al hacerlo, atrajo la atención de él a sus senos. A pesar del viento frío, la temperatura subió unos grados.
–Alguien tiene que hacerlo, pero Trinity, Harper, Alex y yo dirigimos la empresa juntas. Todas somos sus propietarias en la misma medida.
Se había imaginado que diría eso. Las cuatro mujeres eran inseparables en la universidad y se podía pensar que extenderían ese estrecho círculo a la empresa que habían creado. Él se llevaba bien con las cuatro, pero le había echado el ojo a Cass.
–¿Podemos hablar dentro? Me gustaría que me pusieras al día –dijo él, acercándose más.
–Gage…
Su voz ronca penetró en él mientras también ella se le aproximaba más. Le llegó su olor a jazmín.
–Dime, Cass.
–Te puedes ahorrar las historias. Has venido porque has oído hablar de la innovadora fórmula de Fyra y la quieres.
Él sonrió y trató de controlar el pulso. Estar tan cerca de Cass lo excitaba. Le gustaban las mujeres inteligentes y atractivas que no se andaban con rodeos.
–¿Tanto se me nota?
Cass rio al lado de su oído.
–Mucho me temo que sí. Siento que hayas perdido el tiempo. La fórmula no está a la venta.
Muy bien. Cass necesitaba que la persuadiera de que había sido él quien la había dado el empujón hacia el éxito.
–Claro que no, para el resto del mundo. Pero yo soy yo. Soy sensato y pagaré su precio de mercado.
Él giró la cabeza de forma que sus labios casi se tocaron. La atracción entre ambos era magnética y, durante unos segundos, estuvo a punto de olvidar que había instigado aquel juego sensual para acercarse a su objetivo: la fórmula.
Ella no se inmutó.
–Si crees que tienes un derecho especial por nuestra antigua relación, más vale que esperes sentado.
El factor sorpresa no había funcionado, ya que no la había pillado desprevenida, lo cual, sin saber por qué, redoblaba su atractivo. O tal vez la atracción se debiera a que ahora se hallaban al mismo nivel, lo cual lo desconcertaba.
Así que subió la apuesta. Ninguna mujer se resistía a sus encantos. Cuando quería algo, lo conseguía.
–Esa no es forma de hablar a un viejo amigo.
–¿Eso es lo que somos?
Volvió a sonar su atractiva risa, lo cual afectó aún más a la mitad inferior de su cuerpo. Tenía ganas de que ella se sintiera tan excitada por él como lo estaba él por ella.
–Amigos. Exnovios. Y tutor y alumna durante un tiempo.
–Sí –ladeó la cabeza–. Me enseñaste muchas cosas, tantas que dirijo una empresa a la que debo volver. Disculpa si te pido que conciertes una cita, como cualquiera que quiera hablar conmigo de negocios.
De repente,