La sorpresa del millonario. Kat Cantrell
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–¿Intentas recorrer un kilómetro en un minuto? No puedes ganarme aunque lo hagas descalza, y mucho menos con esos tacones –los miró con aprobación–. Me gustan.
Ella sintió un calor repentino.
–No me los he puesto para ti.
¿Por qué se le había ocurrido que era buena idea hablar con él en el despacho? Debería haber ido a la reunión y encargar a Melinda que lo echara.
Pero él habría vuelto a presentarse hasta que ella hubiera accedido a recibirlo.
Así que se libraría de él de una vez por todas.
Capítulo Dos
Cuando Cass se detuvo ante la puerta del despacho, Gage enarcó una ceja al leer la placa de color púrpura.
–¿Directora de mejoras?
–Cuestión de marca. Somos muy cuidadosas con todos los aspectos de la empresa. Tuve un tutor que me enseñó algunas cosas al respecto.
Él sonrió sin hacer caso del sarcasmo. Ella había extendido el brazo para que la precediera al entrar y él no perdió la oportunidad de rozarla al hacerlo. Ella fingió que la piel que le había tocado no le cosquilleaba.
–Sí, hablamos varias veces de estrategias comerciales. A propósito, conduzco un Hummer verde por cuestiones de marca.
Cass había decorado el despacho, desde el cristal del escritorio a la alfombra, con el color púrpura de la marca de la empresa.
–¿Porque quieres que todos lo vean y crean que GB Skin carece de conciencia ecológica y que su dueño es detestable? –preguntó ella con dulzura, antes de que él hiciera bromas sobre la decoración.
Una cara empresa del centro de la ciudad había decorado los modernos despachos. No había sido barato, pero había merecido la pena. La empresa era suya, y le encantaba. Hacía tres años que se habían trasladado a aquel edificio, cuando Fyra había logrado por primera vez cincuenta millones de ingresos anuales.
Fue entonces cuando supo que iban a triunfar.
Haría lo que fuera necesario para que la empresa siguiera adelante.
Él rio y se sentó en una silla púrpura.
–Veo que sabes el nombre de mi empresa. Estaba empezando a pensar que te daba igual.
–Se me da muy bien lo que hago y, por supuesto, conozco el nombre de mis competidores –Cass se había quedado cerca de la puerta, que había dejado abierta–. Ya tienes tu cita y te quedan tres minutos para decirme por qué no has aceptado la negativa que te he dado antes y te has vuelto a Austin.
Él le señaló la silla al lado de la suya.
–Siéntate y vamos a hablar.
Ella no se movió. No se iba a acercar a él, después de que en el aparcamiento hubiera notado su aliento en el rostro y la hubiera afectado como lo había hecho. Al menos, al lado de la puerta le llevaba ventaja.
–No, gracias. Estoy bien aquí.
–No vas a quedarte de pie. Esa táctica solo funciona si la empleas con alguien que no sea quien te la enseñó.
Que él se hubiera dado cuenta de sus intenciones empeoró las cosas.
–Gage, las ejecutivas de Fyra me esperan en la sala de juntas. Déjate de rodeos. ¿A qué has venido?
Él no se inmutó.
–Los rumores sobre tu fórmula son ciertos, ¿verdad?
Ella se cruzó de brazos.
–Depende de lo que hayas oído.
Él se encogió de hombros.
–«Revolucionaria» es la descripción que más circula. Parece que la fórmula opera sobre las células madre para regenerar la piel, lo que cicatriza las heridas y elimina las arrugas. Nanotecnología en su máxima expresión.
Ella no pareció inmutarse.
–No voy a confirmarlo ni a negarlo.
Intentó respirar sin que Gage se diera cuenta de lo alterada que estaba. La filtración era peor de lo esperado. Cuando, el día anterior, Trinity había entrado en el despacho de Cass para enseñarle la nota en una revista digital, esta había leído horrorizada las escasas líneas sobre el producto que Fyra iba a lanzar al mercado. Pero ambas afirmaron que podía haber sido mucho peor. La revista daba muy poco detalles, sobre todo acerca de la nanotecnología, y esperaban que aquello fuera todo lo que había transcendido sobre el producto.
Parecía que no era así.
Era un desastre, que la aparición en escena de Gage empeoraba.
Él la observó detenidamente. Su aguda mirada no se perdía nada.
–Si mis fuentes son correctas, esa clase de fórmula debe de valer unos cien millones, que estoy dispuesto a pagar.
Ella cerró los ojos. Una cifra semejante era importante y, como directora general, debía presentar la oferta a las demás para analizarla. Pero conocía a sus amigas: coincidirían con ella en que la fórmula no tenía precio.
–Ya te he dicho que no está a la venta.
Él se levantó de repente y avanzó hacia ella. Cuanto más se le acercaba, más se le aceleraba el pulso, pero parpadeó con frialdad como si estuviera acostumbrada a hacer frente diariamente a hombres tan increíblemente atractivos como él.
–Lo inteligente es tener en cuenta todas las posibilidades –dijo él apoyándose en el marco de la puerta, muy cerca de ella–. Si la vendes, no tendrás que preocuparte de los detalles, como la aprobación por parte de la FDA, los costes de producción, etc. Te embolsas los millones y dejas el trabajo a otros.
Cass aspiró su olor a bosque y a hombre.
–No me asusta el trabajo –afirmó mientras intentaba no retroceder y apartarse de la línea de fuego. Era una lucha de voluntades y, si ella huía, él se daría cuenta de lo mucho que la afectaba.
Gage era un chamán místico y carismático. Bastaría con que la mirara para que ella lo siguiera a su mundo de hedonista placer. Al menos eso era lo que había sucedido en la universidad. Había aprendido algunos trucos desde entonces, además de a proteger con un escudo su frágil interior.
No pudo apartar la mirada de sus ojos mientras él le colocaba un mechón de cabello detrás de la oreja y sus dedos se detenían en ella más de lo necesario.
–¿De qué tienes miedo? –musitó él mientras su expresión se dulcificaba.
«De