La sorpresa del millonario. Kat Cantrell
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–La filtración es el único tema del orden del día –afirmó Cass.
Alex la miró.
–¿Qué plan tienes para resolverla?
–Estoy en ello.
–Estás en ello –dijo Alex con sarcasmo–. ¿Aún no tienes nada pensado?
Cass inmovilizó los músculos, un truco que había aprendido con los años. No quería que se dieran cuenta de que las palabras de Alex la habían herido.
Debería tener un plan, pero no era así, aunque no estaba dispuesta a confesárselo a sus amigas, que esperaban que llevara las riendas.
–Tengo algunas ideas. Cosas que estoy pensando.
–¿Cosas? –repitió Trinity con incredulidad.
Trinity y Alex se miraron, y Cass se estremeció. Estaba perdiendo facultades. Todas sabían que no tenía ni idea de cómo enfrentarse a aquel problema.
–He dicho que me ocuparé –dijo con brusquedad. Inmediatamente murmuró una disculpa.
La reunión se había deteriorado. Le dolía tener que enfrentarse a Alex por aquel problema de la empresa. Las relaciones con su socias y amigas se estaban resquebrajando, lo que la asustaba. ¿Alex discutía sus ideas porque había perdido la confianza en su capacidad como directora general?
¿Y por qué habían intercambiado esa mirada Alex y Trinity? ¿Sabían que les había mentido sobre lo mucho que le había afectado ver a Gage? Y Trinity no la había defendido ni al hablarles de la oferta de Gage ni cuando Alex la había atacado por su falta de planes. Todo ello hurgaba en la herida que Gage le había abierto.
Carraspeó y volvió a ponerse la máscara de directora general. La emociones no tenían cabida en la sala de juntas.
–Lo solucionaré. Confiad en mí. No hay nada más importante que averiguar de dónde procede la filtración.
Trinity asintió.
–Vamos a volver a reunirnos el viernes para que nos informes de tus progresos.
Cass las observó mientras se levantaban y salían. Ninguna dijo nada, pero era evidente que no confiaban en ella.
En la sala vacía, apoyó la frente en la mesa.
Necesitaba un plan.
Levantó la cabeza bruscamente. ¿Y si el momento de la aparición de Gage no era una coincidencia? Gage tenía información precisa y se había presentado allí rápidamente después de la publicación del artículo. ¿Y si había colocado a alguien en la empresa para que le suministrara información y la mención de Fyra en el artículo estaba destinada a despistarla?
Pero ¿por qué haría Gage algo así? Su empresa había triunfado y él estaba dispuesto a pagar por la fórmula. No necesitaba introducir un topo en la de ella con la esperanza de robársela.
¿O sí?
Tenía que asegurarse. No se perdonaría quedarse con la duda.
También debía averiguar lo antes posible quién era el culpable. Si se enteraba de que GB Skin estaba dispuesta a pagar cien millones de dólares por la fórmula, podían darla por perdida. Y, probablemente, Gage no sería el único interesado en pagar por ella.
La empresa necesitaba que la dirigiera, así que tendría que relacionarse con su enemigo y, contra su voluntad, tratar de quedar bien con él. Al fin y al cabo, estaba en deuda con Gage. Ya era hora de pagársela.
Él la había utilizado hacía tiempo. Pagar con la misma moneda era algo que él consideraba justo. Así que era lo que iba a hacer.
Fuera cual fuera el juego de Gage, lo descubriría. Y tal vez consiguiera vengarse al mismo tiempo.
Gage se dirigió silbando a la entrada de Fyra Cosmetics al día siguiente de haberse tropezado con Cass en el aparcamiento. Después de que ella lo hubiera puesto de patitas en la calle, creía que tendría que presionarla para conseguir otra cita, por lo que su llamada lo había sorprendido agradablemente.
Otra sorpresa era que la cita fuera a las nueve de la mañana. Estaba bien ser la prioridad de Cass ese día. Parecía que ella había reflexionado sobre lo lógica que era su oferta y la había aceptado. O las otras ejecutivas la habían convencido de que venderle la fórmula era inteligente, como él le había dicho. En cualquier caso, la situación había cambiado.
Lo cual era una buena noticia, ya que a Arwen no le gustaba el hotel y se lo había comunicado a todo volumen. Gage esperaba poder cerrar el trato y volver a Austin al día siguiente.
Dependiendo de cómo le fueran las cosas, desde luego. Si Cass seguía siento tan apasionada, bajo la fachada a prueba de balas que se había fabricado como directora general, tal vez se quedara un par de días. Arwen tendría que aguantarse.
Iba preparado para la lucha. De hecho, casi estaba deseando volver a competir con ella para ver quién ganaba. Era raro que una mujer estuviera a su altura.
Ella apareció en la recepción. Estaba espléndida y parecía intocable, con un traje de chaqueta con minifalda de color rosa y el cabello de nuevo recogido en un severo moño, que él inmediatamente tuvo ganas de deshacerle.
Recordó el aspecto que tenía en la universidad. Solía llevar pantalones de chándal y sudaderas con capucha, y así también le gustaba. Pero ahora era distinto, y quería explorar a la nueva Cass en todos los sentidos.
–Buenos días, señor Branson –dijo ella, aunque su tono gélido le indicó que eran de todo menos buenos–. Por aquí.
Su frío saludo y el que hubiera utilizado su apellido le hicieron sonreír. Así que estaba dispuesta para la batalla. Excelente.
Esa vez, él no vaciló en la puerta del despacho. Entró y se sentó en una silla, que era precisamente la que había tras el escritorio, la de Cass.
Ella lo siguió y, sin pestañear, se acercó al escritorio y se sentó en él, a unos centímetros de la silla donde estaba Gage. Sin dejar de mirarlo, se cruzó de piernas lentamente. La minifalda se le subió hasta el límite de la decencia.
A Gage se le secó la boca y la sangre huyó de su cerebro para agolparse en una espectacular excitación. Bastaría con que empujara un poco la silla de Cass con el talón para acercarse al delicioso banquete que se hallaba a unos centímetros.
¿Era ese el castigo por haberle quitado la silla? Era evidente que ella no sabía cómo funcionaba la política empresarial, sobre todo entre competidores.
–Gracias por venir tan deprisa.
–Gracias por llamarme. ¿Estás dispuesta a hablar de los detalles?
–Desde luego, si quieres que lo hagamos inmediatamente –ladeó la cabeza sin dejar de observarlo–. Mis socias no quieren vender, pero las convenceré.
Lleno de un repentino recelo, Gage