La sorpresa del millonario. Kat Cantrell
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Aquel juego del gato y el ratón se había adentrado en un terreno peligroso.
–De los impuestos –masculló ella de forma estúpida y sin hacer caso de cuánto se le había acelerado el pulso.
¿Cuánto hacía que nadie la acariciaba? Muchos meses. Se había forjado una reputación de devoradora de hombres entre los hombres solteros de Dallas, lo cual había aumentado su popularidad, ya que ellos trataban de llamar su atención para poder cantar victoria. Generalmente no les hacía caso, porque aquel asunto la agotaba.
Y no perdía de vista que la razón de que masticara a los hombres y los escupiera estaba frente a ella. Era un hombre peligroso y no debía olvidar el daño que le había hecho.
Entonces se percató de que estaba manejando mal la situación.
No estaban en la universidad ni Gage era su tutor. Eran iguales. Y estaban en su terreno, lo que implicaba que era ella la que llevaba la batuta.
Si él quería jugar, ella jugaría.
Después de haberle colocado el mechón tras la oreja, Gage se quedó sin excusas para seguir tocándola.
–Gage –murmuró ella con voz ronca–. La fórmula no está a la venta y tengo una reunión. Así que creo que ya está todo dicho, a no ser que me ofrezcas algo mejor.
La vibración sensual que emanaba de su cuerpo lo envolvió, atrayéndolo hacia ella. La idea de acariciarla se tradujo en una potente, rápida y molesta erección.
–Puede que se me ocurra algo –dijo él en el tono más bajo que le permitían las cuerdas vocales. Vaya, ella le había afectado incluso la voz.
«Vamos, recuérdale por qué la fórmula solo debe vendértela a ti». Debía centrarse y evitar pensar en ella. Bajó la mano.
–Has hecho cosas estupendas aquí, Cass. Estoy orgulloso de lo que has conseguido.
Se cruzó de brazos para no recorrerle el cuello con el meñique. La mitad inferior de su cuerpo no había captado el mensaje de que el objetivo era que ella se excitara, no lo contrario.
–¿Recuerdas el proyecto en el que te ayudé para la clase del doctor Beck?
Fue entonces cuando comenzaron a acostarse. Él no recordaba que Cass lo atrajera entonces de forma tan magnética. Seguro que quería desnudarla, pero a los veinticuatro años quería desnudar a las mujeres en general. Ahora tenía gustos más refinados, pero ninguna de las mujeres con las que había salido lo había enganchado de esa manera ni tan deprisa.
Claro que nunca volvía a ver a sus antiguas amantes. Tal vez cualquiera de ellas lo afectaría del mismo modo, si lo hacía, pero lo dudaba.
Ella entrecerró los ojos.
–¿El proyecto en el que tenía que crear una empresa sobre el papel, un plan de mercadotecnia, un logotipo y todo lo demás?
–Sí, ese. Sacaste matrícula de honor, si la memoria no me falla. Pero no lo hiciste sola. Te orienté a cada paso, te enseñé. Te infundí tus cualidades como directora general.
Había hecho tan buen trabajo que allí estaba, como un imbécil, en su empresa, negociando sobre un producto de Fyra que era mejor que el suyo. ¡Qué paradoja!
Ella esbozó una sonrisa indulgente, que él no confundió con una amistosa.
–Tienes buena memoria, pero si quieres ofrecerme algo más, hazlo ahora.
–El éxito que has tenido… –señaló el despacho con la mano, sin dejar de mirarla– es increíble. Pero no has llegado hasta aquí sola: yo soy un factor importante en ese éxito.
–En efecto –afirmó ella rápidamente–. Me enseñaste algunas de las cosas más importantes de esa época de mi vida. La filosofía comercial de Fyra se duplicó gracias a mi experiencia contigo.
–Me alegro de que estés de acuerdo conmigo. Para eso he venido, para cobrarme esa deuda tan antigua.
Ella ladeó la cabeza sin dejar de mirarlo.
–¿En serio? Cuéntame.
–Sabes de lo que hablo. Sin mí, puede que Fyra no existiera, que no hubieras alcanzado tus objetivos, sobre todo a este nivel. ¿No crees que es justo que me devuelvas el favor?
Ella se llevó un dedo a la mejilla.
–Como si te debiera algo por lo que hiciste. Es una idea interesante, una especie de karma.
–Más o menos.
Sin embargo, a él no le hizo gracia la comparación. «Karma» era una palabra que no se solía usar en términos de recompensa.
–Lo que quiero decir –añadió él, antes de que la conversación tomara un giro que no le gustaba– es que quiero comprarte la fórmula. Mi papel en tu éxito debería ser un factor importante en la decisión que tomes. Si somos justos, estás en deuda conmigo. Pero yo también soy justo, por lo que no te pido que me regales la fórmula, por los viejos tiempos. Cien millones de dólares es mucho dinero.
La observó, pero su expresión se mantuvo inmutable.
–Escucha, Gage –dijo inclinándose hacia él–. Me enseñaste muchas cosas, y te estoy agradecida. Pero debías de estar enfermo el día de la clase sobre estructura empresarial, así que voy a ponerte al día. De nuevo. Poseo la cuarta parte de Fyra. Las otras tres dueñas no te deben nada. Presentaré tu oferta al consejo directivo y la estudiaremos. Y punto. Así funcionan los negocios.
Ella apretó los labios y él tuvo ganas de besárselos. Pero apenas estaban empezando a entrar en materia, así que debía seguir centrado.
Sonrió sin hacer caso de sus protestas.
–No en el mundo real, cariño. Tienes que salir más, si esa es tu línea de defensa. Se hacen y deshacen tratos, pero no son las empresas las que deciden, sino la personas y rara vez por unanimidad.
Ella insistió.
–En Fyra somos un equipo.
–Espero que sea así –afirmó él con sinceridad–. En ese caso, te interesa convencerlas de que vendan. ¿Qué les parecería que la directora general no saldara su deuda?
Ella frunció el ceño, pero fue la única señal externa de que había entendido el mensaje subyacente. Gage no iba a marcharse sin la fórmula. Para él era algo más que tener la seguridad de que Fyra no le iba a arrebatar una parte de su cuota de mercado. GB Skin era el número uno con razón, y a él le gustaba estar en lo más alto. Sus productos tenían que ser los mejores del mercado, y la fórmula de Fyra haría que lo fueran.
Además, la obstinación de Cass había despertado la suya.
–¿Me amenazas, Gage? –su risa resonó en el interior de él–. ¿Vas a contarles a mis socias lo mala que soy?
Él estuvo a punto de gemir ante lo provocativo de su tono.
–No