Antigüedades y nación. María Elena Bedoya Hidalgo

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Antigüedades y nación - María Elena Bedoya Hidalgo Ciencias Humanas

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y el ejercicio de una disciplina científica como la arqueología estaban ligados a un escenario transatlántico y a un espíritu colegiado local surgido a principios del siglo XX en ese país.

      Esta primera experiencia de investigación con Jijón y Caamaño en el tema nos llevó a preocuparnos por indagar en las particularidades de un coleccionismo realizado por ciertos intelectuales de los Andes y la proyección de sus legados entre 1892 y 1915. En nuestro caso, esta práctica se articulaba a la construcción del relato sobre el pasado de la nación asociado a las antigüedades “indígenas” y “patrias” y a una serie de condicionamientos surgidos en la producción de conocimiento sobre el pasado dentro de una comunidad científica transatlántica. En este sentido, es interesante anotar que a finales del siglo XIX y principios del XX, las sociedades científicas tuvieron una importancia preponderante tanto en Europa como en América Latina, y en realidad, a escala global. El trabajo de dichas sociedades científicas se visibilizó en la fundación de academias, la promoción de estudios y los circuitos de pensadores, todo un conjunto de acciones que formaron parte de una generación de intelectuales para quienes este “asociacionismo”, les posibilitó la entrada a un escenario de discusión pública, a la vez que legitimar su práctica científica desde la canalización y el control de dicha actividad.

      En este contexto histórico en particular, y tras la conmemoración del “descubrimiento” de 1892, hemos localizado el surgimiento de un común denominador: la idea del “objeto precolombino”. Esta marca impregnada en los restos antiguos de las sociedades indígenas de la región se vinculó con la construcción de un tiempo histórico definido por la llegada de Cristóbal Colón. Este fenómeno de representación del pasado transatlántico lo hemos encontrado en la labor de muchos de los actores involucrados en dicha celebración, y que, además, fueron quienes continuaron en cargos ligados a la construcción de una memoria nacional. Hacia inicios del siglo XX, vemos cómo estas antigüedades indígenas van ligándose a un tipo de asociacionismo que buscaba formalizar una práctica científica y que promovió la creación, el sostenimiento o la refundación de museos para albergar y organizar las colecciones conforme a la configuración de una temporalidad para la nación.

      El ejercicio de colección de personajes ubicados en Colombia, Ecuador y Perú y de cómo surgía una paradójica y compleja necesidad de conservación, rescate, compra, donación, valoración y estudio de antigüedades es parte del interés de análisis en el presente trabajo. Muchos de estos intelectuales locales transitaron internacionalmente en escenarios de tráfico, comercio y movilidad de vestigios, hacia la incorporación de estos a una narrativa material de la nación bajo una representación del pasado marcada por la visión de la conquista hispánica de los territorios americanos. Es importante anotar que el tránsito de siglo en los países andinos estuvo marcado por momentos de mucha agitación social, política e ideológica, por ejemplo, en el caso colombiano, el fin de la Guerra de los Mil Días (1899-1902); en el Ecuador, la Revolución Liberal hacia 1895, consolidada con la Constitución Liberal de 1906, y en Perú, después de la Guerra del Pacífico (1879-1883), a partir de 1890 y hasta 1920, cuando se desarrolló lo que algunos historiadores denominarán “República Civilista”, de un gran florecimiento económico y el periodo de oro de la clase dominante.

      Hemos localizado varios intelectuales-coleccionistas de variopinto origen: mineros, ingenieros, religiosos, lingüistas, médicos, etc. Entre ellos destacamos a los colombianos Vicente Restrepo y Ernesto Restrepo Tirado y al ecuatoriano Federico González Suárez, así como a sus pares europeos: el italiano Antonio Raimondi y el germano Max Uhle. El discurso de todos ellos fue preeminente dentro de las sociabilidades instituidas localmente en la primera década del siglo XX. En este naciente espíritu interesado en el pasado de la nación, varias figuras seguirán este legado; entre ellos, los jóvenes intelectuales, como el peruano Julio Tello o el ecuatoriano Jacinto Jijón y Caamaño, quienes serían protagonistas importantes del nacimiento y la consolidación de la arqueología en la región.

      Damos inicio a esta investigación en el ejercicio de conmemoración del cuarto centenario del “descubrimiento de América”, celebrado en 1892 en el contexto de la Exposición Histórico-Americana de Madrid. Este evento reunió a varias personalidades de la época, quienes mostraron su interés en exhibir públicamente el pasado precolombino: desde la confección de productos editoriales —como libros— para ser presentados en el contexto de la exposición, y escaparates nacionales y catálogos con fotografías hasta la donación de “tesoros”, como agradecimiento a transacciones diplomáticas realizadas en la época. Este acontecimiento, sin duda, fue un punto de referencia en la construcción de un sentido del pasado ligado a esas materialidades. Desde esta experiencia, el anclaje a la idea de lo universal, lo hispánico y civilizatorio de la conquista se confrontó a la inquietante necesidad de historiar a los pueblos antiguos, construir una alteridad e insertarlos en el relato de la nación. Hemos determinado un punto de cierre de este trabajo alrededor de 1915, cuando localizamos, para estos países, un momento de cambio importante que tiene que ver con el afianzamiento del campo científico arqueológico de manera formal y una participación, de cierta manera, más activa del Estado en sus proyectos museísticos.

      El surgimiento de una sociabilidad especializada —o en proceso de serlo— y vinculada a las disciplinas del estudio del pasado, como la arqueología o la historia, fue una marca importante a inicios del siglo XX. Academias, sociedades e institutos fueron los núcleos de producción del saber y se constituyeron en puntos neurálgicos dentro del quehacer histórico cultural de la época. Así, la Academia Nacional de Historia en Colombia fue fundada en 1902, por orden del Ministerio de Instrucción Pública. Para el caso peruano, cabe mencionar la fundación del Instituto Histórico del Perú, en 1905. En el caso ecuatoriano, se constituyó en 1909 la Sociedad de Estudios Históricos Americanos, que se consolidó en 1920 como Academia Nacional de Historia. Estas sociedades fueron agentes activos en los proyectos de reestructuración de varios museos de la zona —o la proyección de ellos— y aparecieron con fuerza durante las primeras décadas del XX en la región, junto con un proceso de consolidación del estudio de disciplinas científicas como la arqueología, la antropología y la historia.

      En este contexto articulamos varias interrogantes y quisimos explorar cómo se configuraron ciertos procesos de musealización y representación de un pasado nacional. En primer lugar, fue importante determinar qué papel cumplió un tipo de sociabilidad intelectual y científica en la construcción de un imaginario nacional adscrito a la existencia de ciertas antigüedades. En segundo lugar, consideramos importante analizar cómo, desde ciertas agencias intelectuales, se representó a la nación y sus objetos precolombinos de cara a los procesos celebratorios de conmemoraciones centenarias como la de 1892, así como la promoción y el fortalecimiento de una institucionalidad cultural interesada en el desarrollo de una cultura nacional y su historia a principios de siglo. Y, finalmente, apuntamos a hurgar en la manera como fueron valorados, seleccionados, colectados, auspiciados y estudiados los objetos culturales indígenas, por ciertas prácticas de coleccionismo de carácter científico, sus complejidades y su proyección pública, promovida, a su vez, por una intelectualidad de época.

      Nuestra hipótesis central consideró que la construcción de un saber especializado sobre el pasado se configuró en torno a una primigenia y compleja sociabilidad científica —articulada a una materialidad y a unas prácticas adscritas a ella— que actuaba de manera dispar, desde diferentes intereses y necesidades, generados en ambos lados del Atlántico, durante el último cuarto del siglo XIX y principios del XX. En el caso de los países andinos, esta sociabilidad se vinculó no solo a la problemática de la configuración de los orígenes de la nación, sino a la de cómo ese pasado podría utilizarse para diversas estrategias científicas, políticodiplomáticas y pedagógicas, que podrían ser visibilizadas en un campo que se configuraba como museal. Este reconocimiento hecho hacia los objetos antiguos indígenas como fuentes originarias fue contingente a las formas como el discurso de la nación fue erigido, exhibido y negociado.

      Dentro de nuestras hipótesis complementarias, creemos que el estudio de una materialidad indígena

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