Antigüedades y nación. María Elena Bedoya Hidalgo
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Enfoque de análisis
El debate sobre el coleccionismo se ha convertido en una de las problemáticas más discutidas en el campo de la historiografía desde múltiples perspectivas: de la historia de la ciencia a la antropología histórica y el estudio de los museos. También es ahora parte del debate internacional sobre el origen de las colecciones en los museos metropolitanos europeos frente a los procesos de colonización. Muchas de estas preocupaciones del ámbito de las políticas culturales han abierto un complejo espectro de discusión sobre el retorno o la repatriación de dichas colecciones, que han dialogado con perspectivas decoloniales y poscoloniales (De l’Etoile 2007; Laurière 2012; Savoy 2018).
Cuando pensamos en el escenario de las prácticas del coleccionismo ingresamos a un tipo de análisis que cubre varios espectros: las instituciones culturales, las sociedades científicas y las prácticas de archivo (Daston 2012; Podgorny 2005). Históricamente, los museos han cumplido el papel de repositorios de bienes culturales, y han permitido un cierto tipo de “acceso ampliado” a sus colecciones, y aunque dichos proyectos tendrían un interés inicial en lo educativo y lo científico, su injerencia en la sociedad serviría para proponer a la población una adhesión pasiva y despolitizada de la construcción del poder (Castilla 2010, 19). Además, el museo surge como institución cultural ligada al carácter de “cultura nacional” (Chastel 1984, 420), avalada por las nociones patrimoniales en boga; muchas de ellas, construidas desde agencias particulares en contextos históricos específicos. Hablamos, pues, de toda una compleja dinámica existente detrás de la configuración de esta institucionalidad cultural.
Ya en la primera mitad del siglo XX, en su Libro de los pasajes, el filósofo Walter Benjamin había recogido una serie de reflexiones filosóficas en torno a la figura del coleccionista y la colección, entendiendo a esta última como un sistema histórico construido. Según dicho autor, en la acción misma de coleccionar reposa una serie de convenciones; particularmente, porque al coleccionar “el objeto se libera de todas sus funciones originales” y cada cosa se “convierte en una enciclopedia que contiene toda la ciencia de la época, del paisaje, de la industria y del propietario de quien proviene” (Benjamin 2004, 223). Con esa perspectiva, el acto de coleccionar es, entonces, una forma de recordar mediante la praxis, y en este sentido, podría decirse que es un vehículo para la memoria.
La disciplina antropológica producirá una serie de reflexiones —que ya son “clásicas”— sobre el papel de las colecciones y la construcción de los discursos. En esta línea, existen algunos aportes anglosajones importantes, vinculados a la materialidad, y de los cuales recogeremos algunas breves experiencias. En La vida social de las cosas. Perspectiva cultural de las mercancías (1991), el antropólogo Arjun Appadurai pone en consideración la importancia de la circulación de los objetos y los intercambios como formas de reciprocidad, sociabilidad y espontaneidad. Este autor tiene en cuenta, además, el concepto de regímenes de valor, “que no implica que todo acto de intercambio mercantil presuponga una completa comunión cultural de presuposiciones, sino que el grado de coherencia del valor puede variar grandemente de situación en situación y de mercancía en mercancía” (1991, 30). Existe un interés en las constantes transferencias de las fronteras culturales y en cómo la cultura puede entenderse como un complejo sistema de significados, limitado y localizado. Dentro de esta misma publicación, el autor Igor Kopytoff presenta una perspectiva que apunta a estudiar la biografía de los objetos; es decir, analiza qué mensajes transmiten estos “objetos”, siguiendo el hilo de las respuestas culturales que hallamos en el contexto biográfico, donde los “juicios estéticos, históricos y aún políticos, y de convicciones y valores moldean nuestra actitud hacia los objetos clasificados como arte” (Kopytoff 1991, 93). En otra línea tenemos los aportes de James Clifford (1995), en su texto titulado Dilemas de la cultura: antropología, literatura y arte en la perspectiva posmoderna, y quien sugiere que en todos los procesos de documentación las inclusiones reflejan reglas culturales más amplias de taxonomía racional, de género, de estética; esto es, que se encuentra en ellas una necesidad excesiva, incluso rapaz, de tener, que se transforma en un deseo significativo gobernado por reglas: el sujeto que debe poseer, pero no puede tenerlo todo, aprende a seleccionar, ordenar y clasificar por jerarquías, a hacer “buenas” colecciones.
En el caso que nos ocupa, el estudio de la relación entre el coleccionismo y los museos, para el caso de América Latina, es una temática que se ha abordado con mucho interés en estos últimos años. Si bien, las colecciones y sus prácticas expositivas fueron ligadas a los proyectos colonizadores europeos y a la generación de una alteridad, para el caso latinoamericano estas se vincularon a la “construcción de una memoria nacional” (Bustamante 2012, 23). A finales del siglo XX, el estudio sobre los museos en la región se había enfocado en recoger algunos datos interesantes y descriptivos sobre su nacimiento y su desempeño a lo largo del tiempo. Entre los casos estudiados para la región, con dicha perspectiva, entre los más relevantes se encuentran Tello y Mejía (1978), Ravines (1989) y Hampe (1998) para el caso peruano; también, Morales (1994) y Florescano (1993), para el de la museología mexicana, y Segura (1995), para el caso colombiano.
Actualmente existen algunas líneas de trabajo que han puesto acento en las interrelaciones entre el coleccionismo, los museos y la ciencia. En primer lugar, encontramos el dosier titulado “Independencia y Museos en América Latina”, publicado en 2010 en la revista L’Ordinaire Latino-américain, y coordinado por Irina Podgorny. En dicho texto existía un interés en entrar a debatir aquellas ideas que circulaban en la historiografía, centrándose, particularmente, en los debates sobre las ideas acerca de la historia y proponiendo, más bien, estudiar qué tipo de relación “existió entre las prácticas ligadas al estudio de esa cultura material que iban creando el patrimonio histórico y la consolidación de determinadas prácticas historiográficas” (Podgorny 2010, 8). De cierta forma, la propuesta se acercaba a una reflexión sobre la “creación de imaginarios materiales nacionales”. Dentro de este enfoque surgen varias publicaciones que recogen algunas reflexiones, y entre las que se encuentran: El museo en escena: política y cultura en América Latina, de Américo Castillo (2010); Museos al detalle: colecciones, antigüedades e historia natural, 1790-1870, de Miruna Achim e Irina Podgorny (2013); también, el dosier especializado en museos titulado Museos, memoria y antropología a los dos lados del Atlántico. Crisis institucional, construcción nacional y memoria de la colonización, publicado por la Revista de Indias en 2012, y coordinado por Jesús Bustamante1. Entre ellos, a su vez, se destacan los trabajos de Pérez Vejo (2012), para el caso del Museo Histórico de México y los dilemas de la construcción nacional, y el estudio de Casaús (2012), para el caso de Guatemala. Finalmente, también tenemos el texto de Beatriz González Stephan y Jens Andermann (2006) Galerías del progreso. Museos, exposiciones y cultura visual en América Latina, que recoge algunas experiencias en torno al tema de las exposiciones y su visualidad en distintos momentos históricos en América Latina.
Existen otros análisis en torno a las colecciones, los museos y los proyectos educativos o de “apropiación de la historia” para el siglo XIX en el Cono Sur, como los de Podgorny, Margaret y Malosetti (2010), o las reflexiones sobre museos, educación y evidencia científica (Podgorny, 2005). Entre las contribuciones más contemporáneas sobre museos