En defensa de Julián Besteiro, socialista. Andrés Saborit

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En defensa de Julián Besteiro, socialista - Andrés Saborit Historia y Sociedad

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en esta frase suya: «Yo no concibo el Socialismo sino en función de la organización obrera.» En efecto, sin un proletariado organizado, ¿qué papel político puede desarrollar un Partido Socialista, si ha de conservar la esencia, la virtualidad de su actuación como órgano de una clase? He aquí a Besteiro, en tres pensamientos suyos:

      Para mí no hay nada más importante que la vida sindical con espíritu socialista. Yo tengo siempre un recelo, y es que la cuna de mi vida no ha sido un Sindicato. Vine a la organización ya formado físicamente, después de haber pasado largos años luchando contra mis prejuicios. (Del discurso a los ferroviarios el 27 de julio de 1933 en Madrid.)

      El Partido Socialista, sin una raíz sólida en la organización sindical, no tiene garantías de acierto, ni siquiera razón de existencia. (Publicado por Besteiro en un artículo en La Unión Ferroviaria, 1º de mayo de 1935.)

      La finalidad de la acción pública de las organizaciones obreras podría definirse en estos términos: organizar en la vida nacional e internacional una democracia política e industrial lo más perfecta posible. (Del Boletín de la Unión General de Trabajadores, febrero de 1929.)

      III PROBLEMAS DE TÁCTICA

      LA COLABORACIÓN MINISTERIAL

      Es sabido que Besteiro fue opuesto a que el Partido Socialista tuviera ministros en el Gobierno republicano. Esa posición suya en 1931 coincidía con la que mantuvo en 1917, cuando se preparaba la huelga general revolucionaria, en que igualmente emitió su voto en contra de que un representante del Socialismo español desempeñara puestos ministeriales, a pesar de lo cual la mayoría de la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista —entre los cuales figuré yo; único superviviente— designó a Pablo Iglesias para que fuese ministro sin cartera en un posible Gobierno que habría de presidir Melquiades Álvarez, caso de vencer aquel movimiento, político entonces proyectado, y del cual, una vez desarrollado y los trabajadorees en la calle frente a la fuerza pública, la figura de mayor relieve fue Julián Besteiro, a sabiendas de que él no habría de obtener ninguna recompensa personal, caso de vencer la acción emprendida contra el régimen monárquico de acuerdo con los otros partidos de izquierda. De izquierda, pero burgueses. Ahí radicaba el fundamento doctrinal de Besteiro para oponerse a la colaboración ministerial. Digamos que Pablo Iglesias no estuvo presente cuando la Comisión Ejecutiva deliberó sobre este caso en 1917, y que el acuerdo estaba limitado a que su intervención en el Gobierno no tuviera otro aspecto que el de vigilar por que no se adoptaran decisiones ministeriales contra lo intereses de la clase trabajadora.

      Dos semanas antes de verificarse las elecciones para la Cámara Constituyente de la República, un redactor de El Sol, diario madrileño, con fecha l de julio de 1931, preguntó a Besteiro su opinión sobre este debatido tema de la colaboración ministerial obteniendo la siguiente respuesta:

      Confío en que el Partido Socialista tendrá el número de diputados suficiente para influir en proporción considerable en la vida nacional; pero, afortunadamente, no tan importante como para que sobre nosotros recaiga la responsabilidad del Poder. No porque fuéramos a eludirla si nos correspondiera, sino porque creo que estas responsabilidades hay que aceptarlas cuando las circunstancias las imponen; pero no buscarlas.

      Hubo colaboración ministerial socialista en el Gobierno presidido por Alcalá-Zamora, renovada varias veces en crisis políticas surgidas bajo la dominación política de Manuel Azaña, quien hizo cuestión cerrada durante aquella etapa —no mantuvo el mismo criterio cuando fue jefe de Estado— de la colaboración socialista, cuyos votos en el Parlamento le eran indispensables para gobernar en republicano, no en socialista, como es natural y como siempre dijo con entera lealtad, confesándose burgués liberal a secas. Conocedor de todo esto, Besteiro lo puso de relieve en las siguientes declaraciones, que aludían por igual al jefe del partido de Acción Republicana y a los socialistas que creían oportuno intervenir personalmente en Gobiernos de coalición para desarrollar programas en los cuales el matiz socialista quedaba desdibujado. He aquí el pensamiento de Besteiro:

      Yo no he dicho que ningún elemento útil se desgaje del Partido Socialista, y me parece natural que los gobernantes burgueses tengan sus escuelas propias y no utilicen y en algunos casos hasta vivan a expensas de las personalidades deformadas en la escuela del Socialismo. Lo que sí me parece es que ese mal no se remedia con denuestos ni con insultos, sino estudiándole, para, si es posible, ponerle remedio eficaz, y de lo que estoy seguro es de que cuando una personalidad socialista siente una irresistible vocación de hombre de gobierno, debe satisfacerla —cosa a que tiene perfectísimo derecho—, por su cuenta y riesgo, y no arrastrando al Partido, en un momento de comprensible entusiasmo, a una aventura que pueda comprometer gravemente su porvenir. Esa es la cuestión, y no otra.

      EL MOVIMIENTO DE OCTUBRE DE 1934 Y SUS CONSECUENCIAS POLÍTICAS

      En octubre de 1934 hubo en España un movimiento revolucionario, republicano nacionalista en Cataluña, socialista maximalista en Asturias, que tuvo diferentes consecuencias. Esos movimientos no fueron organizados de acuerdo con los partidos republicanos. Azaña, en Barcelona por aquellos días, intentó evitar que estallará allí, y caso de estallar, que tuviera el matiz que adquirió desde los primeros instantes. Sufrió injusta prisión por ello, viéndose obligado el Gobierno que le encarceló a ponerle en libertad, falto de pruebas para acusarle. Los anarquistas, salvo en Asturias, no intervinieron en la revolución de octubre y hasta fueron contrarios a ella en algunas regiones. ¿Fue acordado el movimiento de octubre en algún Congreso de la Unión General de Trabajadores o del Partido Socialista, como ocurrió en el de agosto de 1917? Terminantemente no. Ninguno de esos organismos, de tradición democrática, acordó ir a la revolución para cambiar el rumbo de la República, caída en poder de los partidos conservadores. Con la Constitución de la República podían gobernar derechas e izquierdas, incluso el Partido Socialista, con su programa mínimo, si tenía votos suficientes en el Parlamento. Precisamente, la Constitución fue redactada pensando en hacer imposibles los golpes de fuerza. Si no lo consiguió no es culpa de los que la redactaron.

      A fines de 1933 hubo elecciones generales, ganando la mayoría de las actas el centro y las derechas. Con arreglo a la Constitución estaban en su derecho a gobernar. Las elecciones, en general, fueron sinceras. Triunfaron las derechas unidas porque las izquierdas se dividieron absurdamente. Responsables de esa división fue la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista, que, sin acuerdo de un Congreso Nacional, y faltando a los adaptados en el últimamente reunido, impuso a sus Secciones ir a las urnas con candidatura cerrada, frente a los partidos republicanos con los cuales acababa de colaborar en el Gobierno durante más de dos años, y de quienes no había recibido sino extremadas consideraciones.

      La ley Electoral, obra de un Gobierno republicano-socialista, hecha con la intención deliberada de evitar que triunfaran las derechas, imponía coaliciones electorales dando un margen de beneficio a las mayorías. Los ministros que presentaron esa ley pensaban que republicanos y socialistas tenían que ir unidos en las urnas durante las primeras batallas electorales, hasta dejar consolidado el nuevo régimen. Pero la Comisión Ejecutiva del Partido Socialista, una vez fuera del Gobierno los tres ministros que la representaban, equivocándose al dar por descontado que ese Partido, por sí solo, podía decidir los destinos del país, impuso la ruptura con los republicanos, cuando la ley electoral, hecha con votos socialistas, imponía esa coalición, se quisiera o no se quisiera. Ese grave error dio margen a que la coalición electoral la hicieron los que habían combatido esa ley por considerarla antidemocrática al otorgar primas a las mayorías, venciendo ellos, sin tener más votos en las urnas que las izquierdas, por tener más inteligencia y mayor sagacidad política.

      Para cohonestar un fracaso electoral que pudo y debió evitarse, los responsables organizaron el movimiento de octubre, fracasando una vez más. Besteiro, al margen de estas actuaciones, vio claro desde el primer momento,

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