En defensa de Julián Besteiro, socialista. Andrés Saborit

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En defensa de Julián Besteiro, socialista - Andrés Saborit Historia y Sociedad

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de España y aun del mundo. Nicolás Salmerón, antes de llegar a ser jefe del Gobierno de la Primera República, como diputado defendió los principios de la Primera Internacional, sin declararse por ello solidario de esos principios, solidarizándose hasta cierto punto con el puñado de propagandistas que en España comenzaron a esparcir esa semilla. El doctor Simarro, más político que los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, nunca figuró entre los simpatizantes del Socialismo —fue exageradamente individualista—, pero él fue quien, en 1917, sin pedírselo nadie, y menos que nadie los que estamos incomunicados en Prisiones Militares, actuó intensamente para salvar esas cuatro vidas de un fusilamiento casi seguro sin su intervención, y más tarde, también espontáneamente, editó un libro, poniéndole sabroso prólogo, con los discursos íntegros de los cuatro diputados socialistas liberados del presidio de Cartagena.

      No hay nombres propios tras del texto que reproducimos seguidamente; pero no creemos equivocamos al suponer que al escribir ese párrafo en el diario madrileño El Imparcial del 15 de mayo de 1923, Besteiro, elevando el pensamiento, lo ponía con un cariño filial en sus excelsos maestros y en otros hombres ilustres y venerados por él que pasaron por las aulas de la Institución Libre de Enseñanza, sin llegar a coincidir plenamente con los postulados socialistas, y a veces hasta produciéndose en contra de esas doctrinas, más por desconocimiento que por aversión. He aquí el pensamiento difundido por Besteiro en 1923:

      Si algún día se escribe con acierto la historia espiritual del Socialismo, esta historia deberá hacer resaltar, entre las pruebas más duras a que el alma socialista ha estado sometida, la injusta desconfianza que durante largo tiempo ha despertado en personalidades y grupos sociales selectos, en hombres animados por un noble aliento de rebeldía, iluminados por una viva llama de amor a la libertad. ¡Cuántas veces se ha dicho: «El Socialismo quiere convertir la sociedad en un convento o en un cuartel», «El Socialismo viene a matar en la conciencia humana todo espíritu de independencia, toda noble iniciativa!…»

      Sí, los hombres que se expresaban como Besteiro recuerda con hondo dolor en ese párrafo no eran de la extrema derecha, sino de la extrema izquierda, de la izquierda, por lo menos. Él supo librarse, no sin dolor —son frases suyas— de esos prejuicios, y se libró, quizá, por haber ido a estudiar Filosofía a países extranjeros. De Alemania volvió conquistado por el Socialismo. Fue Marx, y con Marx sus discípulos más amados, quienes abrieron su noble corazón ante las tragedias soportadas por el proletariado internacional. Pero Besteiro, socialista educado en Alemania, no fue un marxista cerrado e intransigente. Como no lo fue Pablo Iglesias. He aquí un párrafo de Juan José Morato, escrito en diciembre de 1935, inserto en Democracia, semanario socialista madrileño que yo dirigía:

      ¡Ah!, y para terminar: Iglesias no habló nunca de marxismo, ni nadie le oiría jamás llamarse marxista, y aun, siendo quien era y no viendo bien el «revisionismo» de Bernstein en 1898, jamás se consideró con autoridad bastante para llamarle traidor o renegado. De vivir ahora es posible que encontrara en la prodigalidad de la denominación marxismo sus puntos y ribetes de pedantería.

      Besteiro, como Iglesias, no se llamó marxista nunca. Es decir, tuvo que llamárselo como explicación de una línea política, frente a los que le calumniaban con epítetos inmerecidos.

      Vamos a dibujar, con textos del propio interesado, un Besteiro socialista, plenamente socialista, marxista sin fanatismos ni adulaciones funestas a la masa, a la que es muy fácil sugestionar con frases de apariencia revolucionarias tras de las cuales la mayor parte de las veces no hay nada: ni siquiera la ejemplaridad de una vida sacrificada como lealtad, a esas mismas masas, traicionadas la mayor parte de las veces.

      A. S. Ginebra, septiembre, 1970

      I DE LA INSTITUCIÓN LIBRE DE ENSEÑANZA A LA CASA DEL PUEBLO DE MADRID

      ALUMNO DE LA INSTITUCIÓN1

      Julián Besteiro nació en Madrid el 21 de septiembre de 1870, en la costanilla de Santiago, 16, criándose en la inmediata calle de Milaneses, cuya finca daba esquina a la calle Mayor, propiedad de sus padres.

      Ese barrio era el más típicamente madrileño en los años en que nación Besteiro. De la Puerta del Sol al Palacio real, atravesando la calle Mayor, se desarrollaron casi todos los acontecimientos de mayor relieve en la vida política nacional.

      Su padre, José Besteiro Guiza, era natural de la parroquia de Santa María de Franqueán (Lugo); la madre, Juana Fernández García, nació en Madrid. Aunque por su padre y por su apellido era de origen gallego, no recuerdo que Besteiro frecuentara la región gallega. En nombre del Partido Socialista, en viajes de propaganda, nunca. Con él estuve en comisiones oficiales del Partido y de la Unión General en diversas regiones, en Asturias y Santander, entre otras. En Bilbao habló más de una vez. En Galicia, repito, ninguna.

      En realidad, Besteiro en sus discursos y artículos periodísticos no explotó el manoseado tema regionalista, que se prestaba a párrafos patrioteros y sentimentales. Ni puso a Madrid en los cuernos de la luna ni ensalzó la tierra gallega con sus rías bajas tan maravillosas y su paisaje ensoñador. Esa cuerda no fue la de nuestro héroe, que prefería hablar a la razón, huyendo de estimular sentimentalismos superficiales.

      Con Cossío y otros hombres de la Institución hizo las primeras colonias infantiles en San Vicente de la Barquera. Su formación filosófica se la debió en primer término a Giner de los Ríos, el profesor que más influencia ejerció sobre Besteiro. «Giner aspiró a armonizar la conducta y el saber —ha escrito Américo Castro—, el arte y la ciencia, la tradición popular y la más reflexiva cultura, una tarea muy necesitada de mentes y sensibilidades exquisitas.» Julián Besteiro se asimiló esas excelsas cualidades de Giner.

      Domingo Barnés, alumno y profesor de la Institución, hablando de Giner decía: «Porque Giner, a semejanza de Kant, no quiso en su cátedra enseñar Filosofía y menos una filosofía, sino enseñar a filosofar. Pero él tenía su filosofía». Como Besteiro, que no dejó libros de Filosofía, sino alumnos que aprendieron con él a filosofar con sus propias convicciones. Hacer hombres, en una palabra. Como en la Casa del Pueblo realizaría más tarde: hacer socialistas que discurrieran con sus propias ideas.

      Giner de los Ríos no fue partidario de las corridas de toros. Nunca le oí a Besteiro un comentario sobre la llamada fiesta nacional. Supongo que no vio en su vida una corrida. Quizá el origen esté en que Sanz del Río y Fernando de Castro fueron enemigos de ese espectáculo. En sus primeros años, el Partido Socialista expulsaba de sus filas a quienes iban a los toros. Digamos que en este caso no influyó para nada la Institución Libre de Enseñanza. Pablo Iglesias no fue alumno de la Institución ni mantuvo relaciones personales con sus hombres. Desde luego, a Besteiro le costó esa ironía perder buen número de amigos. Tal vez le sucediera algo por el estilo a Giner, aunque los interesados, por pudor, no llegaran a confesarlo.

      La ironía de Besteiro, ¿era derivación de la ironía de Giner de los Ríos? Desde luego, a Besteiro le costó esa ironía perder buen número de amigos. Tal vez le sucediera algo por el estilo a Giner, aunque los interesados, por pudor, no llegaran a confesarlo.

      AFILIADO A LA CASA DEL PUEBLO

      El 16 de septiembre de 1911, Besteiro dio su primera conferencia en la Casa del Pueblo de Madrid. Era profesor en el Instituto de Toledo y concejal radical en aquella capital. Se preparaba para hacer oposiciones a una cátedra en la Universidad Central, y la prisión que sufrió con motivo de esa conferencia, donde abordó problemas militares relacionados con la guerra de Marruecos, estuvo a punto de echarlo a todo a perder. «España, que ha aprendido en su historia, mediante una dura lección, lo que valen y lo que cuestan las pasiones y las locuras imperialistas, ni las quiere fomentar en su propia vida, ni se presta a servir

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