En defensa de Julián Besteiro, socialista. Andrés Saborit
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Su tesis doctoral, en 1912, con el título Los juicios sintéticos «a priori» la editó La Lectura.2
En la Casa del Pueblo, su primer cargo fue presidente de la Asociación de Profesiones y Oficios varios. Esa entidad recogía a cuantos, deseando incorporarse al movimiento obrero, no encontraban organización constituida de su profesión. Rafael García Ormaechea también pertenecía a la Varia, y a pesar de causar baja en el Partido Socialista, al ponerse al servicio de Eduardo Dato, no quiso serlo en esa entidad, afiliada a la Unión General de Trabajadores y vivero de socialistas.
Pablo Iglesias, desde 1909, hizo una violenta campaña contra la guerra de Marruecos y contra el régimen que amparaba aquella política. Besteiro secundó esa posición de Iglesias. Para, llevarla hasta sus últimas consecuencias fue el principal organizador de la huelga general de agosto de 1917, cuya primordial finalidad —aparte la solidaridad con los ferroviarios del Norte— era obligar al rey a que entregase el Poder a un Gobierno presidido por Melquiades Álvarez con facultades para convocar Cortes Constituyentes, comprometiéndonos todos —el rey en primer lugar— a acatar la voluntad popular. Besteiro fue al movimiento de agosto sin ambiciones personales, decidido a sacrificarse por el bien del país.
Lo he reproducido más de una vez; pero este pensamiento suyo no debe olvidarle jamás el pueblo español: «Yo —dijo en las Cortes en un discurso defendiendo la huelga general de 1917—, si hubiera pasado el movimiento de agosto sin cumplir como he cumplido, con mi deber, creo que no querría conservar la vida.» Y en 1935, herido en lo más fino de su sensibilidad por comentarios injustos para defender actitudes que no tenían defensa, en el Diario de Madrid el 19 de abril de ese año, dijo: «Hay cierta tendencia a rebajar el valor de lo hecho en 1917.» Lo hecho en 1917 fue publicar un manifiesto con cuatro firmas al pie respondiendo del programa de la huelga general revolucionaria, y mantener ese documento ante el Consejo de Guerra sin atenuar absolutamente ninguna de sus finalidades. ¿Se hizo algo parecido en 1934? No. Ahí radicaba el origen de ciertas críticas.
En 1940, Besteiro se expresó así ante el Tribunal que le condenó a treinta años de reclusión: «Toda la sangre derramada, toda la riqueza destruida, se hubiera ahorrado de haber triunfado la huelga revolucionaria de 1917». Es verdad. Desde esa fecha no hubo paz moral en España ni el rey estuvo un minuto tranquilo en su trono.
DE VILLACARRILLO A CARMONA3
Villacarrillo, provincia de Jaén, está a 52 kilómetros de Baeza, estación de ferrocarril más próxima. Funcionaba allí una sociedad obrera, «La Blusa» era su título, que había tomado parte en las elecciones municipales ganando la mayoría de los puestos para el Partido Socialista. El caciquismo, muy fuerte en la provincia jienense, las anuló. Convocadas nuevas elecciones, para dar un acto de propaganda estuvo en Villacarrillo Andrés Ovejero, catedrático de la Central, comisionado por la Ejecutiva del Partido Socialista. Desde luego, Ovejero estuvo en Villacarrillo, pero no pudo hablar: el alcalde no autorizó el acto. ¿Qué hacer? Los trabajadores de Villacarrillo, seguros de su fuerza y de su disciplina, pidieron que el día de la elección estuviera en el pueblo una personalidad socialista, para dar fe de lo que sucediese. Besteiro no vaciló: se ofreció a ir a Villacarrillo.
Después de una noche de tren, de madrugada llegó a Baeza, donde había una tartana dispuesta para conducir a los viajeros hasta Villacarrillo. Llegó cuando no habían sido abiertos los colegios electorales. Les esperaban unos grupos de trabajadores, a los que no pudo saludar. Entre Besteiro y ellos se interpuso la fuerza pública. Le obligaron a entrar en el Ayuntamiento, encerrándole en un local destinado a los presos preventivos. La escena fue dura, soportada estoicamente por Besteiro a fin de evitar a los trabajadores de Villacarrillo escenas más violentas aún.
Cuando hasta el único reloj del pueblo obedecía al caciquismo, dieron las cuatro de la tarde —hora de terminar la elección— cuando así lo dispuso el mandón de turno. Por el escrutinio no había que preocuparse: estaba hecho con tener en cuenta las papeletas que entraban en las urnas. Las actas en blanco fueron rellenadas tranquilamente, mientras a Besteiro le obligaban a regresar a la estación de Baeza en la misma tartana en que había llegado por la mañana.
Besteiro era diputado a Cortes. Hablo en el Parlamento exponiendo el inaudito atropello de que había sido víctima delante del principal responsable: Niceto Alcalá-Zamora, cacique máximo de Villacarrillo y de otros distritos electorales de la provincia de Jaén, cuya representación ostentaba en las Cortes merced a contubernios mantenidos entre sí por las taifas monárquicas.
El 3 de enero de 1930 —todavía con dictadura de Primo de Rivera—, Besteiro dio una conferencia en la Casa del Pueblo de Madrid con el tema «Romanticismo y Socialismo». Estuvo duro con quienes daban a su propaganda un matiz romántico, espiritualista, incoloro, mejor sería decir color de rosa. Sin pronunciar nombres propios, siempre dibujándolos. Le interesaba evitar que la clase trabajadora madrileña se alejara del puro camino de la lucha de clases trazado por Pablo Iglesias y continuado por él.
Más de una vez se ha dicho —y lo dijeron personalidades honestas, desconocedoras de la verdad— que Besteiro fue contrario al movimiento de diciembre de 1930 y consiguientemente al triunfo de la Republica. Falso en absoluto. Fue el único que sintió impaciencias republicanas, como lo demuestra que redactó, sin que nadie se lo pidiera, un anteproyecto de Constitución para la República española, que se quedó sin discutir en el Congreso del Partido Socialista, con gran contrariedad suya, porque los demás no creían en la eventualidad de un cambio de régimen. ¿Quiénes eran los demás? Los que después, cuando fueron requeridos para ser ministros dentro de un Gobierno de coalición, sintieron impaciencias republicanas, desmentidas por toda su actuación posterior a la huelga de agosto de 1917. No fue Besteiro quien cambió. Bastaría comprobarlo con los textos de los discursos de cada cual.
Besteiro siempre escribió y siempre dijo que la salida de la dictadura de Primo de Rivera era el triunfo de la República. A esa victoria estaba dispuesto a ayudar arriesgándolo personalmente todo, a costa de no recibir, en cambio, absolutamente nada. Conocía demasiado bien a los republicanos, con los cueles había convivido hasta 1912. Por eso mismo no quería comprometer al Partido Socialista en colaboraciones ministeriales cuya eficacia negaba por adelantado. Que los republicanos gobernasen con su programa y con sus fuerzas propias, sin gastar a destiempo las de la clase trabajadora. Más claro: Besteiro mantenía vivo el espíritu de la lucha de clases. Por eso dejó de ser republicano burgués, después de una crisis dolorosa confesada noblemente por él.
Con igual ligereza se ha juzgado por algunos su posición al referirse al movimiento de octubre de 1934. Mientras estuvo al frente de la Unión General de Trabajadores mantuvo, secundado unánimemente por el resto de los ejecutivos, su decisión de apelar a todo, absolutamente a todo, para defender la República y la Constitución que esta se había dado. Declarar una huelga general —no acordada en ningún Congreso nacional, sin programa conocido, sin hombres responsables a su frente— porque en el Gobierno de Lerroux entraban cuatro ministros de la CEDA ni era revolucionario ni era socialista. Que gobernaran los vencedores en las urnas en 1933 no lo podían impedir Alcalá-Zamora ni Lerroux, quienes retrasaron cuanto pudieron ese temible momento. El error político de esa victoria electoral se quería anular por los mismos que le cometieron con un movimiento de masas sin orden ni concierto, sin el concurso de los republicanos —el movimiento iba contra ellos— y sin la colaboración de los anarquistas, temerosos de que fueran los comunistas quienes intentaran alzarse con el santo y la limosna. ¿Por qué censurar a Besteiro por uno de los actos de su vida política que la Historia ha ratificado como más certeros y ajustados a las conveniencias de Espana? Ningún socialista de responsabilidad, en la emigración, ha negado el acierto de Besteiro al enjuiciar los sucesos de octubre de 1934, y algunos de