Neoliberalizando la naturaleza. Arturo Villavicencio

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Neoliberalizando la naturaleza - Arturo Villavicencio Ciencias Sociales

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naturaleza» de las desgracias, una gran parte de las cuales son responsabilidad del capital.

      Reverdeciendo la naturaleza

      El fenómeno de mercantilización de la naturaleza es un proceso complejo que va más allá de un simple fenómeno económico (Bak­ker, 2005). La mercantilización requiere ser entendida como un proceso a través del cual bienes que se encontraba fuera de la esfera del mercado entran en el mundo de la moneda. La asignación de precios a estos bienes presupone estos como entidades intercambiables para las cuales derechos de propiedad pueden ser establecidos o inferidos. El proyecto de gestión neoliberal del ambiente ha sido acertadamente calificado como «mercantilismo ambiental» (Bakker, 2005; McAfee y Shapiro, 2010; Pleumarom, 2002), una modalidad de regulación de los recursos que asegura logros económicos y ambientales vía mecanismos de mercado. En otras palabras, esta propuesta de política ambiental parte de dos premisas: primero, que las contradicciones entre economía y ambiente pueden ser atenuadas y aun resueltas; y segundo, que esto puede ser alcanzado en el marco de la acumulación del capital. De esta manera, el mercan­tilismo ambiental promete una virtuosa fusión de crecimiento económico, eficiencia y conservación ambiental.

      El capitalismo verde

      El proyecto neoliberal de conservación de la naturaleza parte del dogma según el cual la asignación de un valor económico a la naturaleza y su sumisión a los procesos de mercado es la clave para una exitosa conservación. La lógica es relativamente simple: una vez que el valor de un ecosistema particular es puesto al descubierto, por ejemplo, la capacidad de un ecosistema de almacenar carbono o atraer turistas, el ecosistema adquiere un valor económico ya sea como proveedor de un servicio en el primer caso o como un recurso no consumible en el segundo. Esta transformación de la naturaleza desde una realidad vívida y comprensible a una abstracción mercantil que ofrece oportunidades para lucrativos negocios simboliza el potencial para una futura apropiación. Esta percepción desde el lado del capital repercute a su vez en los grupos conservacionistas, quienes están sometidos a una constante presión por demostrar las ventajas económicas de sus proyectos. De ahí que la relación entre los proyectos de conservación y la realidad del capital como una relación necesariamente benéfica sea dada por sentado; idea que adquiere un estatus casi hegemónico cuando es promovida de manera intensiva y sistemática, y adquiere la apariencia de ser la única visión factible de cómo perseguir y lograr la protección y conservación del entorno natural.

      El proceso de mercantilización es un proceso que engloba dimensiones múltiples. Empezamos señalando que se trata de un fenómeno socioeconómico ya que induce cambios en la estructura de precios de la economía, así como la creación de nuevos mecanismos en la asignación de intercambio de bienes y recursos. Se trata de una renegociación de los límites entre el mercado, el Estado y la sociedad, de tal manera que un número creciente de las esferas sociales pasan a ser gobernadas bajo la lógica económica. La economía ambiental, la herramienta conceptual de la neoliberalización de la naturaleza, sostiene que el impacto destructivo del capitalismo en la naturaleza es una consecuencia del tratamiento de los recursos naturales como bienes disponibles libremente y el entorno natural como un sumidero ilimitado para el almacenamiento de contaminación y desechos. Bajo esta perspectiva el problema central consiste en internalizar el entorno natural que cae fuera de la esfera de la lógica del capital y de los precios y asimilarlo dentro de la estructura de costos (Benton, 1996). Sin embargo, la degradación del entorno natural se origina precisamente en la imposición de la lógica del capital y la marca distintiva del capitalismo consiste en mercantilizar y valorizar la naturaleza a medida que la degrada (Castree, 2010; Harvey, 2016; O’Connor, 2001). La principal estrategia de la economía ambiental neoclásica consiste precisamente en obligar al capital a tratar estas condiciones como mercancías y, por consiguiente, a internalizarlas como parte de su estructura de costos. Por consiguiente, si existen serios problemas en la relación entre naturaleza y capital, esta es una contradicción interna y no externa al capital. No podemos sostener que el capital tiene la capacidad de destruir su propio ecosistema y al mismo tiempo negar arbitrariamente que tenga la capacidad potencial de resolver o al menos equilibrar sus contradicciones internas. Ya sea por mandato del Estado, por presiones sociales u otras causas, el capital en muchas instancias responde exitosamente a estas contradicciones.

      Otra dimensión del proceso de mercantilización de la naturaleza es su carácter discursivo en la medida en que este proceso implica transformaciones en las identidades y valores adscritos a los objetos naturales de tal manera que ellos puedan ser abstraídos de su contexto biofísico y así desplazados y valorados. El discurso y la práctica necesarios para la mercantilización de los bienes y servicios ambientales requieren como condición básica la definición de estos como unidades discretas, claramente delimitadas, que mantengan una identidad consistente a lo largo del tiempo y el espacio. Este ejercicio implica necesariamente un ejercicio de abstracción en la creación de la mercancía, de la misma manera que la conversión del trabajo en mercancía requirió su abstracción de la fuerza de trabajo (Muradian, Corbera, Pascual, Kosoy y May, 2010; Gómez-Baggethun y Ruiz, 2011; Engel, Piagola y Wunder, 2008). Entonces, el proceso de mercantilización implica intervenciones y adaptaciones físicas de tal manera que la(s) naturaleza(s) deseada(s) puedan ser alienadas de su contexto ecológico como bienes estandarizados disponibles para el intercambio (Bakker, 2005: 545).

      Una tercera dimensión del proceso de mercantilización de la naturaleza, derivada de la anterior, tiene que ver con el problema de transferencia de conceptos de mercado a esferas que escapan del dominio de mercantilización como es el caso de los bienes y servicios ambientales. La imposición de relaciones de mercado a fenómenos ambientales requiere de técnicas de medición y valoración que, bajo la fortaleza de un consenso imaginado sobre la necesidad de imponer un precio a la naturaleza, han proliferado en los últimos años. La valoración ambiental y su extensión lógica, el pago por servicios ambientales, son los mecanismos del proceso de mercantilización de la naturaleza, es decir, la expansión del mercado hacia áreas previamente excluidas de la esfera mercantil. Este proceso implica el tratamiento conceptual y operacional de bienes y servicios como objetos destinados al intercambio de tal manera que transforma las relaciones, previamente no afectadas por el comercio, en relaciones típicamente comerciales.

      Una última dimensión del proceso de mercantilización, objeto de menor atención por parte de la literatura sobre el tema, se refiere a la imposición de un tiempo-mercancía o tiempo-mercado sobre los ciclos y ritmos naturales.

      El medio esencial de la expansión del capitalismo como un proceso tempo-espacial reside en su dimensión espacial, mientras que la esencia de su lógica y objetivos (la ex­pansión y acumulación del capital mismo) está dada por su dimensión temporal (O’Connor, 1992).

      El

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